Rolando Cordera Campos
La democracia y sus demonios
La idealización de la democracia mexicana vive hoy su mentís más rotundo, entre otras cosas porque son sus actores por excelencia, los partidos políticos y los aspirantes a la Presidencia, los que lo llevan a cabo. En discursos y bravatas, más las segundas que los primeros, los constructores del nuevo sistema se presentan ante el público como auténticos demoledores, sin que nadie pueda pararlos en su frenética labor destructiva.
No era eso lo que se quería o esperaba del orden que despuntó apenas hace tres años. Con la legalidad de su parte, con nuevas y pujantes instituciones, la democracia parecía impetuosa y para muchos no parecía tener enfrente obstáculo que impidiera su afirmación definitiva, para dar lugar a una normalidad política creíble y presentable.
No hay tal cosa, porque la democracia que emergió mediante los votos y repudió los acuerdos y los compromisos entre sus protagonistas primordiales, no ha sido capaz de producir un nuevo orden reconocible en leyes y conductas que sean aceptadas y reconocidas por la mayoría.
Las minorías se alimentan de ese no reconocimiento y desconocen una y otra vez la legalidad preexistente, hasta poner al Estado en las fronteras, Ƒo de plano más allá de ellas?, de la ilegitimidad.
Si algo ofrece el régimen democrático es certidumbre, aunque como dice el libro de texto sea en la incertidumbre de los resultados del método donde se origine la política que le es propia. Hoy, aquí, no tenemos aquello, pero sí una enorme dificultad no digamos para prever los resultados del 2 de julio, sino para avizorar lo que puede pasarnos a todos después de esa fecha que muchos han considerado la hora de la verdad.
Nada de malo tiene no saber quién va a ganar: ésa es, después de todo, la magia de la política plural que unifica voluntades a la vez que da sentido y razón a la pasión y el conflicto por el poder. En ese desconocimiento se gesta el ánimo proselitista, la convocatoria y la imaginación para la propuesta y la propaganda, y de esa forma ganamos todos porque la cultura se enriquece y la cohesión se fortalece.
Aquí y ahora, sin embargo, lo que impera es otra pre y antidemocrática incertidumbre, que tiene que ver con la conducta de los contendientes durante y después de la justa electoral y, como lo hemos atestiguado en estas semanas últimas, también y cada vez más con la conducta de los que prefieren no contender dentro de las reglas de la competencia formal y agazapados, y no esperan o buscan la oportunidad para saltar y poner de rodillas al proceso político en su conjunto.
No se tiene que exagerar la memoria y recordar el decisivo discurso de Jesús Reyes Heroles en Iguala. Los factores que hoy se mueven debajo de la política formal son sin duda otros y poderosos, porque en su avance y consolidación se juega mucho más que el prestigio de un gobierno o la imagen del país. Sin el orden jurídico legítimo que sólo puede producir hoy la democracia formal, representativa, los negocios y los planes que se hacen en el mercado y bajo el supuesto mayor de su vigencia y expansión, se interrumpen o de plano se cancelan y todos pierden a la postre, jugadores y espectadores.
Pero es claro, a la vez, que la razón económica no es suficiente para articular todo lo que está en pugna y proviene de la lucha por el poder del Estado, pero también de los territorios obscuros que la modernización salvaje de estos años dejó atrás o de plano hundió en el olvido y la desesperación.
Ese es el México airado y rencoroso que una y otra vez asoma nariz y garras, y que no se puede alejar o arrinconar por decreto ni impunemente.
Cada vez que eso ocurre, se enciende una mecha y un reloj se activa, y cuando menos se espera salta la liebre envenenada que algunos todavía confunden con el topo del que hablaba Marx.
De nuevo es indispensable insistir en que la democracia debe ir más allá de la competencia y los votos, y asentarse claramente en el acuerdo para respetar y fortalecer lo que se ha creado en leyes y agencias reguladoras.
Pero para este ominoso aquí y ahora, parece indispensable imaginar otros tipos de convenios y convocatorias, que desde ya asuman los vastos espacios en los que se alojan la pobreza y la desesperanza como los grandes e inmediatos retos en los cuales la democracia misma se pondrá a prueba.
Más allá de la mercadotecnia y el intercambio pueril de acusaciones e insultos está lo que cuenta y lo que define. Una democracia eficaz se hace con elecciones, pero se vuelve método y orden cuando es capaz de producir bienestar y alivio, ánimo y esperanza, no en los que ya celebran su arribo, sino en los que han empezado a dar todo por perdido y lo han convertido en consigna y llamado a la nación. Bronco o no, el México del 2000 tiene frente a sí a sus viejos y nuevos demonios, que no necesitan que nadie los suelte.