Carlos Bonfil
Belleza americana
"Me llamo Lester Burnham. Este es mi barrio, esta es mi calle, esta es mi vida... En menos de un año estaré muerto". Belleza americana (American beauty), del realizador inglés Sam Mendes, es una película perturbadora y divertida, profundamente irónica. Es el relato de Lester (Kevin Spacey), publicista cuarentón deprimido, harto de la rutina laboral, de la hipocresía afectiva y del desierto doméstico. Es, al mismo tiempo, la descripción muy ácida de su entorno familiar (una esposa histérica, una hija agobiante), y de una suburbia próxima a la pesadilla urbana de David Lynch (Terciopelo azul), Todd Solondz (Felicidad), o John Waters, con un ligero toque de Mamá asesina. Es el retrato de un hombre enfermo, presa de delirios románticos y de esa súbita energía febril que al parecer se apodera de algunos individuos con el presentimiento de su propia muerte, o con la crisis de madurez, o con el miedo al envejecimiento. Todo ello agigantado aquí por una fantasía romántica inesperada: la infatuación erótica por una adolescente.
Sam Mendes, hombre de teatro, admirador del austríaco Arthur Schnitzler, realiza a los 36 años su primer largometraje, con un reparto estupendo y una maliciosa comprensión de las sugerencias del guión del estadunidense Alan Ball. En su manejo de los clichés de una familia clase media en vías de desintegración, esquiva la tentación del melodrama, el tremendismo y la caricatura fácil. Su fuerza radica en un ejercicio continuo de la ironía y en los aciertos de su construcción narrativa. A esto cabe añadir las actuaciones de Kevin Spacey, con un control absoluto de su personaje ųmatices, sobriedad, destreza lúdica; y de Annette Bening, perfecta encarnación de una inclemente trepadora social. (Recuérdese su personaje en Los estafadores ųThe griftersų, de Stephen Frears, 1990).
Detrás de la improbable actualización del mito de Lolita (Nabokov/Kubrick), de la anécdota que sigue las rutinas domésticas, gimnásticas, masturbatorias, de ese solitario absoluto que es Lester Burnham, Belleza americana explora un tema fascinante: la irrupción de la mirada pública en la esfera de la vida privada. Y lo hace mediante un recurso de formidable tradición fílmica: el voyeurismo. Hay un joven hipersensible (Wes Bentley/Rick Fitts), vagamente freak, un tanto psicótico, adicto al cannabis y a la video, hijo de una mujer autista y de un militar retirado admirador de Hitler. Entre sus manías figura la de registrar la vida cotidiana del vecindario, en particular la de sus vecinos inmediatos, la familia de Lester Burnham, casi tan desquiciada como la suya. Ricky es un Peeping Tom (Powell, 1960) de rostro angelical, incapaz de llegar al crimen, pero perfectamente capaz de desatar inadvertidamente toda una tragedia.
Vidas cruzadas. En un engranaje perverso, las vidas de las dos familias se van entremezclando: Ricky espía a la hija de Lester, de la que se enamora; Lester hurga en la agenda de su hija para obtener el teléfono de su amiga adolescente, que le fascina; el padre de Ricky espía a Lester semidesnudo, y luego a su hijo, y después a ambos; la mujer de Lester sorprende a su marido masturbándose. El escrutinio de la privacidad ajena es ya un tema capital en la sociedad estadunidense, desde las revelaciones de las faltas morales de un mandatario hasta el morbo en torno de la vida íntima de las figuras del espectáculo. Algo similar sucede en Inglaterra. Y el británico Mendes y su guionista estadunidense parecen tomarle el pulso a esta cultura del voyeurismo y del recelo. Todo se da aquí a través de miradas furtivas, ocultamientos y disimulos, revelaciones falsas o malentendidos con consecuencias funestas. Hay un continuo combate sordo en el que una idea de inocencia ųde belleza primigeniaų intenta sobrevivir en un entorno social irremediablemente enfermo. Frente a la neurosis doméstica, frente a la homofobia de su padre, Ricky se refugia en la contemplación de la belleza, ''en la vida entera que hay detrás de los objetos'', en una bolsa de plástico que filma detenidamente mientras el viento la hace volar y ensayar una coreografía caprichosa.
Una cinta sobre la mirada deviene inevitablemente un homenaje al cine, a los autores preferidos de Mendes, al John Huston de Reflejos en tus ojos dorados, y al Hitchcock de La ventana indiscreta. Y esta fascinación por los poderes destructivos y redentores de la imagen, es a final de cuentas un tributo a lo que Lester Burnham llama "la belleza del mundo". Explica el realizador: "Luego de pasar por la oscuridad de los suburbios, la película termina ofreciendo una imagen más positiva de sus personajes. Ya no son meros peones desplazables y risibles. Más que una sátira, pienso que Belleza americana es una fábula". Una película excelente, lo mejor en cartelera.