Jorge Alberto Manrique
Homenaje al lápiz y al dibujante
El dibujo está en la base de todo quehacer artístico: desde la pintura, el grabado, la escultura y el diseño hasta la arquitectura. Difícilmente se ha podido concebir la práctica del dibujo por sí solo, al menos en la tradición europea. Pero es el resultado el que domina sobre el proceso: el dibujo es previo ųen el papel, en un muro, en madera o en arenaų, y sólo se cumple en el hecho de aparecer. Es la obra final la que cuenta.
La conciencia de los valores propios del dibujo es otra cosa. Este era parte del ejercicio de las artes ųen tanto creaban a través de élų pero sin llegar, aún, a cumplir idénticas funciones. La conciencia del dibujo, entonces, radicó en el concepto. Fue así que dejó de ser un útil y empezó a valorarse su autonomía. La utilidad del dibujo corre al parejo del concepto. Es la idea previa a la creación: desde finales del siglo XV se piensa dibujando.
Pero al dibujo le faltaba un procedimiento adecuado para obtener su mérito propio, en cuanto a valores visuales. La tinta era y es un medio muy prestigiado, pero no fluye sobre el papel; la sanguina puede hacer un trazo fino o fuerte, como el carbón y otros. Pero el lápiz fue el más adecuado para su constitución, debido a que se presta desde la línea más tenue hasta el gris casi negro. Ya en el siglo XIX, y cada vez más, el lápiz de grafito sustituyó a los otros medios de representación gráfica. El dibujo se fundió con el resultado final, plasmando la idea sobre el papel. El lápiz sobre papel ahora se confunde, produciendo desde la creación más sublime hasta la acción espontánea del muchacho que borronea los débiles trazos de su imaginación.
El Museo José Luis Cuevas actualmente nos propone su Homenaje al lápiz. El propio Cuevas, en el texto del catálogo, declara su querencia y su amor por aquél, que él mismo compraba en ''El lápiz del Aguila" (lugar que también recuerdo, con su emblema del ave cuyas garras sostienen dos lápices).
La muestra, así como el catálogo, cuentan con los textos de narradores, desde Carlos Fuentes (con un retrato de Cuevas) hasta Gabriel Zaid. Tienen, además, los trabajos de escritores que dibujan (Salvador Elizondo, Fernando del Paso...), los de artistas plásticos, de arquitectos (Goeritz y González de León), caricaturistas (Ahumada, Helguera, Rius...), cineastas (algún dibujo de Eisenstein), compositores (Rolón, Manuel M. Ponce, Blas Galindo...), diseñadores gráficos (Montalvo, Magallanes), para finalizar con los videoastas.
Sólo comentaré aquí algunos dibujos de los artistas plásticos. Las obras a lápiz que integran el color no son ni una mínima muestra frente al universo del dibujo. Casi al azar recuerdo:
El dibujo de Julio Ruelas, un desnudo muy bueno, es una academia, un hombre con una pértiga con rasgos de chinampero. El de José Clemente Orozco, de 1919, se nos muestra con su picardía casi caricaturesca. El de David Alfaro Siqueiros, un apunte (El petróleo), es tan potente como si estuviera esculpido en piedra. De Julio Castellanos hay un proyecto para mural (está en la escuela de Coyoacán); en él hay ''un diablo y un cura con sotana a quienes mantean unos chamacos". Es un dibujo muy fino, una de las obras más importantes de la exposición.
La partida (1932), de Agustín Lazo, es inquietante y misteriosa. Duro es el de O'Gorman con su acuciosidad acostumbrada. De Rufino Tamayo, Hombre con sandía y reloj, de 1944, contiene trazos precisos, geométricos, a la medida de su creación.
De 1966 es el de Juan Soriano, Los enamorados, muy definido. Pedro Coronel, con sólo línea, presenta uno de una serie de 74, y el otro Coronel, Rafael, participa con cinco pequeñas hojas delicadas. De Rodolfo Nieto hay un elefante fantástico de la serie del zoológico.
Atípicos son los del 99 de Raúl Herrera, con línea dura y firme, y de Gilberto Aceves Navarro, con valores de esfumino. Mujer que cae, de Eloy Tarcisio, obra a lápiz que tiene dos metros de altura, y el dibujo de Nahum B. Zenil, de las mismas dimensiones, son de hechura muy fina; mientras que de Toledo aparecen dos autorretratos del 99, con la línea nerviosa.
El homenaje al lápiz de José Luis Cuevas es también un tributo al dibujante que es, con cerca de 40 viñetas que nacen de la inventiva del artista: viñetas en las cuales se muestra como motivo continuo al lápiz. Otros dibujos de Cuevas, en cambio, son murales como Mi estudio en Sevilla, 1991, formidable, de más de cuatro metros.
En verdad, este es un reconocimiento al lápiz y al dibujante.