* Carta inédita de Benítez a Rafael Heliodoro Valle *
Esta misiva fue enviada en 1934 por Fernando Benítez a su maestro y amigo Rafael Heliodoro Valle, poeta, historiador, crítico, erudito y
periodista hondureño afincado en México. En ella se evidencia un
momento fundamental en las definiciones vocacionales del entonces joven estudiante de derecho, así como el humor y la chispa que lo
caracterizarían por siempre. Este documento, inédito pese al propio
Benítez, fue proporcionado por el investigador José Javier Ramos Rojas,
becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Agosto 14 de 1934
La suya es una indiscreta pregunta que si todos contestaran con la debida sinceridad, se vería que en 95 por ciento de los casos la vocación se haya excluida en la elección de la carrera.
ƑPor qué sigo la trillada de Derecho?
šAh, querido profesor! Mentiría si le dijera que los problemas sociales me apasionan, que la filosofía del derecho me enajena y que el exacto cumplimiento de las leyes forma el más grande ideal de mi vida.
En voz baja le confesaré a usted que esas litografías que adornan las paredes de los despachos de nuestros abogados, donde se halla un enflaquecido togado levantando al inocente reo, mientras se perfila en segundo término la severa silueta de la ley, no me conmueven en lo más mínimo; que las mejores defensas no me han arrancado, no ya una lágrima, pero ni siquiera un suspiro elocuente, y que la lectura de los contratos, alegatos y amparos me producen indiscretos bostezos, preludios de un sueño incontenible.
La empleomanía, terror de los ideales
ƑPor qué sigo entonces esa carrera?
Por ser la que menos me repugna entre las carreras ''decentes". El lenguaje de las matemáticas es para mí incomprensivo; los gruesos tomos de la anatomía me horrorizan antes de abrirlos, la química me produce náuseas, la agricultura, fatiga, la empleomanía, terror invencible y, por otro lado, no tengo hígados ni arrestos para ser gángster o político y la nariz, la miopía y la corta estatura con que tuvo a bien dotarme la naturaleza, me vedan la entrada a los paraísos de Hollywood.
Pero hay todavía, incomparable maestro, una multitud de nuevas razones que me obligan a revestirme la toga.
Al llegar la noche entro en mi biblioteca; y en la puerta me quito el vestido ordinario lleno de salpicaduras de fango. Me visto luego trajes reales y curiales; y así, decentemente ataviado, vivo en las antiguas cortes de los hombres antiguos, que me reciben con amor, y me alimento de aquel manjar que es ''nihi Solum" y para el cual yo nací; no siento cortedad de hablar con ellos y de pedirles cuentas de sus acciones, en lo cual, por bondad suya me satisfacen plenamente. Y por espacio de cuatro horas no siento fastidio ni pena, me olvido de los afanes diarios, no temo a la pobreza ni me espanta la muerte, sino que vivo otra vida mejor.
Pero esas cuatro horas no satisfacen mi ardiente pasión de goces intelectuales, ni compensan esas otras horas del día malgastadas en un género de ocupaciones repugnantes.
La empleomanía mata los altos ideales y los generosos entusiasmos, cambia los hombres en rutineros y cobardes y el grillete impide los amplios movimientos y los fecundos y prolongados vuelos.
La tragedia de los gustadores de ese manjar exquisito y de los que aman las severas disciplinas intelectuales, la sintetizó nuestro Orozco y Berra en una frase célebre: Cuando tengo tiempo ųdecíaų no tengo pan, y cuando tengo pan no tengo tiempo.
La carrera de abogado resuelve el doble problema del pan y del tiempo y, entonces, šoh entonces!, tendré abierto siempre un libro bajo del fárrago de papelotes judiciales; entre el tedioso estudio de los juicios, haré confortables lecturas y tendré la pluma al alcance de mi mano (hasta que la) caprichosa inspiración se digne visitarme.
Confesión al amigo
Las tediosas y largas horas de la tarde podré emplearlas en fecundas investigaciones históricas, revolviendo papeles antiguos de aroma delicioso y tendré sobre el escritorio reluciente los últimos libros de llamativas caras y tentador contenido, sin que interrumpa la voz áspera de un jefe el deleite de mi mejor lectura.
Nada entonces podrá impedirme que saboree largamente mis goces predilectos, nadie que frecuente el trato de mis autores amados.
Al dictar un amparo reforzado con contundentes citas del código, recitaré en voz baja una oda del divino fray Luis; y después de escuchar al cliente inoportuno correré al atril para reanudar la charla con mi señor D. Quijote.
šAh, querido maestro!, aliento la esperanza de que esa(esta) pintura lo habrá conmovido y que habrá usted sentido una noble envidia ante el risueño porvenir que me espera.
Si mis razones lo convencen piense usted que las buenas calificaciones serán altos peldaños para llegar a la cima y los ceros fatídicos, obstáculos que me veden su entrada.
Esta carta es una confesión al amigo dotado de comprensión fina y exquisita, y no forzada tarea de obediente discípulo. Como su lectura o su permanencia en sitios poco discretos, alejaría sin duda a mis futuros clientes, le ruego que al terminarla la rompa, sepultando mi secreto en lo más hondo de su pecho.
Esperándolo así, queda su discípulo que lo admira.
F. Beníte