Un pacto universitario
* Sergio Zermeño *
EN LOS ULTIMOS DIEZ DIAS se ha dibujado con toda su crudeza el nuevo escenario de la UNAM: por un lado, los grupos de excelencia que nos advierten por boca del doctor Soberón que ni un paso atrás, que no aceptarán un congreso que conduzca a la universidad al populismo, a la toma de decisiones por mayorías; la calidad académica y el saber son las únicas vías (Ƒy quién puede contradecirlo, digámoslo con claridad?); por otro lado, el sector que animó la movilización durante estos diez meses está agraviado, cantidad de sus líderes se encuentran en la cárcel, por lo pronto sí hay derrotados y el panorama es tan amargo que los propios estudiantes antiparistas y no paristas se sienten incómodos, cómplices de algo que no estuvo bien y cunde el sentimiento que de alguna manera su voto en el plebiscito fue mal empleado.
Es más, ente los cegehacheros se escuchan consignas en el sentido de que no basta la libertad de los presos para dar paso a un congreso, sino que incluso así, éste va a convertirse en un evento manipulado por la institucionalidad y por todos sus recursos electoreros y propagandísticos, y que lo único que se ganará es readecuar la UNAM a las demandas del gran capital y de los grandes poderes que poco necesitan de ese enorme agregado de disciplinas que hasta hace poco caracterizó a las universidades de la modernidad.
Estamos pues metidos en un lío, la Universidad Nacional quedó partida y resentida. La estrategia de que poco a poco irán cambiando las cosas, poco a poco irán saliendo los presos políticos, poco a poco iremos conviniendo el congreso y la agenda, corre el riesgo de convertirse en un caldo de cultivo del resentimiento y el rencor. A nosotros nos parece que los universitarios tenemos que hacer un nuevo pacto, contundente, que compromete a cada uno de los actores de nuestra institución, para remontar tan deplorable estado de cosas e impulsarnos con fuerza en este inicio de siglo.
Los grandes acuerdos ya existen: 1. Elevar al máximo la calidad de la educación pública superior; 2. Lograr que un mayor número de jóvenes mexicanos reciba algún tipo de educación y de capacitación para su beneficio y el de nuestro país (pasar de 15 a 20 de cada 100 ya que no podemos aspirar, por ahora, a tener 1 de cada 2 recibiendo aprendizaje como en los países desarrollados); 3. Aumentar el presupuesto destinado a la educación haciendo con ello menos injusta la distribución de los recursos del presupuesto público sobre todo hoy, ante las cuotas descaradas dirigidas al gran capital y ante la corrupción neoliberalista salvaje (estricta rendición de cuentas sobre el presupuesto universitario, de la educación superior y de la nación); 4. Gratuidad de la educación pública en todos sus niveles y en todas sus modalidades. Convertir este punto en el gran triunfo del movimiento estudiantil de los últimos diez meses, independientemente del repudio que muchos puedan expresar hacia los métodos de lucha empleados. El Consejo General de Huelga tiene que aceptar que sus demandas deben ser reconvertidas y elevadas de esta manera (lo que va mucho más lejos de abrogaciones y pases automáticos).
Es obvio que en el momento actual, una parte enorme de la opinión pública, en contra incluso de la manipulación de los medios de comunicación, entiende que la educación no va a ser confinada en los planes privatizadores, ni abandonada en el deterioro presupuestal y en las mentiras del discurso público. En el terreno de la educación se está levantando un dique defensivo popular nacional, que puede ser formidable, para demostrar que en este país hay algún orgullo democrático, que se le pueden poner algunos contrapesos a ese poder que se ha vuelto irrefrenable, de la política, de las finanzas, de los medios... Pero ese dique defensivo también puede ser trágico si no lo interpretamos y lo resolvemos a tiempo y con un pacto social valiente: lo que sucedió en la Escuela Normal Rural de El Mexe no es nada más festinable; es, sobre todo, alarmante.
No arriesguemos la paz social por un puñado de veintes. Al rector De la Fuente le quedan ocho años al frente de la UNAM en el mejor de los casos; al presidente Zedillo le quedan ocho meses; al neoliberalismo quién sabe cuánto.
Pero en cualquier caso, elevemos cada uno nuestra calidad, seamos generosos, hagamos un pacto universitario "hacia la nueva universidad"; sólo así haremos regresar la confianza indispensable para llevar adelante un congreso de verdadera reforma universitaria.
Los puntos que hemos mencionado deben ser los prerequisitos de ese congreso universitario y para demostrar que son fuertes deberíamos llevarlos, incluso, a un plebiscito.
El discurso inaugural del congreso, ya liberados todos los presos, debería asumir la gratuidad, la calidad y la elevación de la matrícula y del presupuesto. Comprometamos a los candidatos, en el presente año político, a apoyar este pacto por la Universidad Nacional y por México. *