La Jornada jueves 24 de febrero de 2000

El Mexe

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

ESTAMOS COMENZANDO a pagar las cuentas atrasadas del ajuste estructural y el abandono de las reformas sociales por parte del Estado. Los sucesos de El Mexe son una llamada de alerta que debe examinarse con todo cuidado. Se equivocan quienes ven en ellos la expresión del México bronco de otras épocas.

No es tan fácil. En Hidalgo, Chiapas, Oaxaca o Guerrero se repiten actos que tienen en común la exasperación en ocasiones violenta y derogatoria ante una realidad que parece incuestionable e inamovible: son respuestas a la realidad creada por las condiciones excluyentes del ajuste estructural y la transición que está en marcha a pesar ųy a veces en contraų de los avances democráticos que pocos discuten.

Décadas de crecimiento exiguo y demografía desafiante han propiciado que la polarización crezca aún más profundamente dentro de la desigualdad histórica que caracteriza al país, tensando al máximo los conflictos así como la capacidad de resistencia de amplias capas de la población empobrecida.

La modernización arrasa sin ofrecer una opción la economía tradicional de la que depende la cohesión social de millones de seres humanos que están al borde de la catástrofe vital. De la noche a la mañana se cancelan por onerosos los subsidios estatales, la acción reguladora del Estado, la política tutelar dejando fuera del universo productivo a masas inermes carentes de oportunidades, muchas veces sin tierras ni empleo ni tampoco educación de calidad. Esa y no otra es la causa principal de inestabilidad, ofuscación y violencia en las regiones olvidadas de México. Sectores sociales importantes viven la experiencia de la modernización como la frustración de sus antiguas esperanzas. Las reformas que prometen una rápida modernización del campo o la escuela constituyen una amenaza directa contra el status que aún mantiene en pie la herencia reformista de otros periodos.

En el escalón más bajo de esta pirámide a duras penas sobreviven las normales rurales creadas en los años treinta o antes. Radicalizadas, guetificadas en medio de la miseria generalizada que agobia a las regiones rurales indígenas, las normales pasan la vida dentro del círculo infernal de la desigualdad. En la escuela depauperada que ha visto hundirse en la miseria los ideales pedagógicos de la Revolución Mexicana, profesores y alumnos concentran todas sus energías en asegurar la sobrevivencia vital, preservando la plaza, la beca alimenticia en medio de una larga agonía: así los medios se convierten en fines. Las causas más inmediatas en las propuestas de futuro.

El abandono y, por consiguiente, la crisis de las normales rurales y otras instituciones públicas de enseñanza viene de lejos pero sus orígenes hay que buscarlos en la cancelación de toda propuesta social positiva en nombre de la modernización y el mercado. Ese es el verdadero problema. La consolidación del juego democrático no debería hacernos olvidar que hay también un México que por las razones que se quiera vive al margen de la corriente principal del cambio político.

Si ese mundo no se atiende con toda la fuerza de la sociedad y el Estado, entonces se convertirá en el más poderoso elemento de inseguridad e incertidumbre capaz de minar las bases de la convivencia democrática. *