La Jornada miércoles 23 de febrero de 2000

Carlos Martínez García
Los testigos de Jehová y la objeción de la conciencia

Una estudiante de 14 años, María del Refugio de la Cruz Olague, fue expulsada de su escuela por negarse a cantar el Himno Nacional y rendirle honores a la bandera. El suceso tuvo lugar en el plantel de secundaria Ramón López Velarde, en Zacatecas. El de María es uno más de los cientos, acaso miles, de casos de represalias a que se ven sometidos en sus centros escolares niño(a)s y adolescentes que son testigos de Jehová. No siempre son expulsados por su negativa a participar en la ceremonia cívica de cada lunes, pero reciben sanciones que van desde la ridiculización hasta la quita de puntos en sus calificaciones.

Mi conocimiento del caso de María del Refugio se lo debo a la nota publicada en La Jornada el 4 de febrero. En su información, los corresponsales de nuestro diario Alfredo Valadez, Lorenzo Chim y René A. López consignan que el ombudsman de Zacatecas, Eladio Navarro Bañuelos, indicó que "se acredita plenamente la violación al derecho fundamental a la educación en perjuicio de la estudiante, quien ha sido objeto de constantes suspensiones como medida correctiva", y sugirió que se le apliquen otros castigos, como "la disminución de puntos en la materia de civismo".

Ignoro si las celosas autoridades educativas de la escuela que lleva el nombre del poeta autor de Suave patria ya readmitieron a María del Refugio. De no haberlo hecho están violando los derechos humanos de la estudiante, anteponiendo la forzosa participación en una ceremonia cívica a la objeción de conciencia que debería estar consagrada en nuestras leyes. En este punto nuestro país esta rezagado, le corresponde a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y con o sobre ella a las ONG respectivas, poner en la agenda de temas pendientes la cuestión de que la objeción de conciencia quede plasmada en las leyes fundamentales mexicanas.

Sé que no es políticamente correcto criticar una de las expresiones esenciales del nacionalismo mexicano, como lo es entonar el himno y saludar a la bandera, pero si la democracia a que aspiramos tiene que enraizarse en todos los espacios de la sociedad, entonces se hace necesario desacralizar ceremonias que para una pequeña minoría de connacionales les significa muy poco o nada.

Pretender que los niño(a)s testigos de Jehová incurren en graves faltas por negarse a ser parte de actos que conmueven las entrañas nacionalistas de millones de mexicanos, es francamente una noción aldeana y miope del pluralismo que caracteriza a sociedades complejas como la nuestra. La insignificante transgresión cívica de los escolares testigos de Jehová es magnificada por un entorno social reacio a convivir con personas cuyos referentes identatarios son distintos a los de la mayoría.

En su libro Teoría de la justicia, Rawls define la objeción de conciencia como "no consentir un mandato legislativo u orden administrativa por motivos de conciencia". Estos últimos pueden ser religiosos, políticos o filosóficos. La objeción de los testigos de Jehová está basada en una interpretación estricta de un pasaje bíblico, Exodo 20:3-5, del que extraen la conclusión de que es incurrir en idolatría participar en ceremonias cívicas como cantar el Himno Nacional y tributar honores a la bandera. Nos parece cuestionable su hermenéutica, pero tienen derecho a ella y su aplicación para nada es un peligro a la seguridad nacional, como algunos ultrapatriotas sostienen.

Otra característica que les ha ganado animadversión a los testigos es su total rechazo a las transfusiones sanguíneas. En este punto, me parece, la discusión tendría que ser sobre bases distintas al anterior. Mientras en la negativa a honrar los símbolos patrios mexicanos los testigos de Jehová debieran ser respetados como objetores de conciencia, en el tópico de las transfusiones el Estado debe salvaguardar la integridad de quienes pudieran salvar la vida mediante dicho procedimiento médico. Por otra parte, las autoridades competentes harían bien si prestan atención a los tratamientos alternativos a la transfusión que los testigos, y otras comunidades interesadas en las cuestiones del intercambio de plasma, están impulsando.

En el continente americano, nuestro país sólo es superado por Estados Unidos en cuanto al número de testigos de Jehová. Pero respecto al porcentaje que representan en el total de población, México duplica a los estadunidenses. En la nación del norte los testigos alcanzan 0.8 por ciento, mientras que entre nosotros es 1.6 (cifras de 1993). Este dato muestra que el enraizamiento de la confesión en tierras mexicanas es fuerte y seguirá extendiéndose. Todo eso a pesar, o tal vez por, la continua descalificación que hace de los testigos la jerarquía del Episcopado Mexicano.

Una parte significativa de la ciudadanía ha decidido enrolarse con la confesión estigmatizada por el nacionalismo ramplón, y ejemplo de ello es el caso de María del Refugio en Zacatecas. Pido su readmisión en la escuela sin represalia alguna, e invito a quienes normalmente apoyan causas justas a que le muestren su apoyo.