La Jornada martes 22 de febrero de 2000

Claudia Sheinbaum Pardo
ƑPetróleo para México o para EU?

La próxima visita de Bill Richardson a México se da en circunstancias en las que Estados Unidos busca presionar a los países productores para aumentar su oferta de exportación de crudo y así bajar el incremento en los precios del petróleo. Por ello, es indiscutible que el reciente anuncio del secretario de Energía en el sentido de que México aumentará su plataforma de exportación responde, nuevamente, a la presión de nuestro vecino del norte.

La verdad, este anuncio no produce sorpresa, pero sí indignación. De una u otra forma los últimos gobiernos han venido actuando de tal manera, que parece que el desarrollo independiente de México no es una opción viable, proponiendo a cambio una alianza creciente con Estados Unidos.

Esa consideración se manifiesta profundamente en cómo México ha venido participando en los mercados internacionales. Los criterios comerciales ųescasez de mercados para los crudos mexicanos pesados y azufrosos, dinamismo y cercanía del mercado estadunidenseų han tomado el lugar de las consideraciones estratégicas, por lo que se ha desechado el criterio que prevaleció en la década de los años ochenta de no colocar más de 50 por ciento de las exportaciones en un sólo país. Así, los embarques hacia Estados Unidos han aumentado sensiblemente, sobretodo a raíz de la firma del TLCAN, alcanzando desde finales de 1995 alrededor de 80 por ciento de las ventas foráneas.

Si bien es correcto que México sea un abastecedor confiable, no sólo de ese país sino de todos los clientes de Pemex, ello no puede significar un debilitamiento de su posición comercial, ni tampoco un factor de distorsión del mercado mundial. Ello implica que, por una parte, es necesario que México diversifique de manera efectiva el destino de las exportaciones de crudo para no depender de un cliente principal y, por otra, que la cotización de los crudos mexicanos esté en la cota máxima superior que aconseje la permanencia competitiva en el mercado. Naturalmente, ambos factores se hallan íntimamente relacionados porque una mayor diversificación fortalece la posición negociadora mexicana como oferente en el mercado internacional.

Lamentablemente, la política petrolera de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo ha conducido exactamente al polo opuesto, encontrando en esta asimetría como principal beneficiario a los Estados Unidos, país que debe salir a buscar en el extranjero más de 50 por ciento del petróleo necesario para satisfacer sus necesidades internas y que busca reducir su dependencia de las fuentes de abastecimiento ubicadas en el inestable Golfo Pérsico, construyendo desde hace tiempo, un esquema de proveedores en su cercana zona de influencia, con gobiernos amistosos y confiables (Canadá, México y Venezuela, principalmente).

En 1999, los tres principales surtidores de petróleo crudo de los Estados Unidos fueron Arabia Saudita (328 MMb), Venezuela (312 MMb) y México (305 MMb). Las fuentes externas a la OPEP (fundamentalmente México, Canadá y Angola) son el principal oferente, con un 1,121 MMb, contra 1.050 MMb oferentes de la OPEP (particularmente Arabia Saudita y Venezuela). En total, durante ese periodo los Estados Unidos importaron 2,171 MMb, con un valor de 28,648 millones de dólares.

Al minimizar su dependencia hacia el petróleo inestable, Estados Unidos ha tratado de finiquitar un asunto que había sido clasificado por su gobierno como de seguridad nacional y, a la vez, acrecentar a un máximo nivel su influencia en el mercado mundial de hidrocarburos. En contrapartida al éxito estadounidense para diversificar su oferta energética, México y Pemex presentan un frente externo de una rigidez extrema que debilita sensiblemente su margen de maniobra en el mercado mundial.

Bajo este marco, el anuncio reciente del aumento de la plataforma de exportación de Pemex responde nuevamente a una decisión de dependencia e integración con los Estados Unidos, en vez de poner en primer término consideraciones estratégicas de independencia y alianza con los países productores.

Una visión alternativa sería la de buscar que la propia relación con los Estados Unidos pudiera convertirse en una palanca de desarrollo real, a condición de fortalecer la soberanía sobre los recursos naturales y construir una verdadera vocación industrial, integral, moderna y competitiva en las empresas energéticas públicas. Sin embargo, parece que en las circunstancias actuales, eso sería un sacrilegio o peor aun, sinónimo de globalobófico.

P.D. Libertad a todos los presos políticos de la UNAM.