La Jornada domingo 20 de febrero de 2000

José Agustín Ortiz Pinchetti
Política taurina

Decía Ortega y Gasset que una plaza de toros es una visión de España en microscopio. La decadencia de la fiesta taurina en México es reflejo fiel de nuestros vicios públicos y nuestras miserias privadas. Cada vez hay menos figuras y el público se aleja de las plazas. Ese fenómeno no es un incidente más del "mundillo de los espectáculos", sino que debe ser observado como un síntoma de la descomposición social y política que vivimos. Y eso es lo que hace en Visiones y fantasmas del toreo Guillermo H. Cantú, quien además de ser aficionado es excelente escritor taurino (Muerte de azúcar, Silverio y la sensualidad en el toreo, Manolo Martínez, un demonio de pasión), etcétera.

ƑPor qué Cantú puede hacer tan abiertamente públicos los comentarios que todos hacen en la penumbra? Porque es muy independiente, un empresario con éxito y mentalidad democrática, y quizá también porque es norteño. Sabe lo importante que es en los negocios humanos el ejercicio de la crítica. Con responsabilidad, por amor a la fiesta, impulsó un nuevo reglamento para el Distrito Federal, que de aplicarse salvaría el espectáculo. No será fácil.

El problema de la fiesta en México es que se ha vuelto un fraude. Para favorecer a un monopolio y explotar a un público cada vez menos conocedor y más escaso se ha permitido que se lidien como auténticos toros, novillos cada vez menos fuertes y menos peligrosos, sin edad, debilitados, despuntados, golpeados antes de las corridas, que se doblan al primer puyazo.

En ese fraude se han coludido muchos toreros y ganaderos, algunas autoridades y por supuesto los medios, periódicos deportivos y televisoras a los que los empresarios compensan con largueza, y la víctima es el público que responde con sentido común abandonando la fiesta.

En España están creciendo figuras, espectadores y ganancias por la simple razón de que se exige que los toros tengan el peso y el trapío necesarios. Los públicos esperan ver en una "corrida de toros el peligro real y verdadero de herida y de muerte, y cómo un torero desafía el riesgo... para exponer el arte que lleva adentro".

La fiesta (y su público) deben ser protegidos. No sólo es una "tradición folclórica". Puede ser un gran negocio legítimo y además es una herencia de hidalguía española transformada por nuestro pueblo en una escuela singular que tiene más de 100 años. No es fácil entender que es un ritual. El diestro en el que se encarna la multitud desafía a la muerte. Su defensa preciosa, tan frágil como prodigiosa, es el arte. Por ello es un ejercicio luminoso. No hay competencia entre el toro y el diestro. El triunfo del torero se festeja como la victoria de la vida y de la sensualidad sobre el impulso feroz y mortal de la naturaleza.

A pesar de que los últimos jefes de Gobierno de la capital han visto con mucha simpatía la protección del espectáculo, el poder de la empresa que organiza los festejos en la Plaza México ha sido capaz de imponerse una y otra vez y continúa defraudando al público.

Las autoridades de hoy y las de mañana pueden dar la respuesta política adecuada. El camino: aplicar el nuevo reglamento y devolverle a la fiesta lo que el falta: los toros completos y con ello la terrible y maravillosa sensación de verdad y peligro de muerte en el que surge el chispazo glorioso, la proeza, de la tauromaquia.