Rolando Cordera Campos
ƑDemocracia enferma?
Esta semana estuvo llena de signos sobre la difícil y equívoca relación entre información, comunicación y política, llevando esta última las de perder. Casi por decreto, con base en la ocurrencia o una u otra encuesta, se habló del relegamiento de las campañas por otros acontecimientos espectaculares. Vale, para empezar, preguntarse: Ƒlas encuestas nos revelan las debilidades o la enfermedad de la democracia?
Habría que decir que no necesariamente, a pesar de que hace más de 100 años son usadas como instrumento de conocimiento del Estado y apetencias de la opinión pública.
Sin duda, saber de las inclinaciones ciudadanas sobre los candidatos y sus partidos, el gobierno y sus políticas o los valores que la comunidad aprecia, es importante sobre todo si se es diestro en sintonizar dicha información con el momento o la coyuntura. Pero es claro a la vez, que cada encuesta nos ofrece una instantánea y que configurar una serie de estos momentos con fines heurísticos o de política no es algo que corresponda sólo ni principalmente al sentido común.
Estas consideraciones vienen a cuento ante la lamentable competencia en que se han metido estos días el PRI y el PAN, por hacer valer ante el público consumidor sus respectivas encuestas. Es ridículo, además de arriesgado, que partidos y candidatos quemen pólvora en infiernitos y se dediquen a anunciar su inevitable victoria el próximo 2 de julio, gracias a los hallazgos de las encuestas que ellos mismos han encargado levantar.
Ridículo, porque revela una actitud reverencial y nada ilustrada ante técnicas cuyas limitaciones como instrumentos de predicción son de sobra conocidas. Arriesgado, porque pone a los aspirantes ante la opinión pública en calidad de vendedores de sí mismos, pero no con base en una propuesta política, sino a partir de un algoritmo mal entendido.
La ciudadanía puede ser miope o ignorante, pero tiene intuición suficiente para suponer que a falta de argumentos y razonamientos políticos sobre el país y sus problemas, los contendientes han optado por el juego de abalorios, que a final de cuentas no conmueve ni mueve a nadie, salvo a los que hacen negocio con su elaboración y difusión.
El mal uso de las encuestas es una muestra de inmadurez, que puede ser viciosa o perversa si no se encuentran pronto correctivos institucionales. Qué tanta regulación debe haber, es materia de una deliberación que quizás debería empezar en los propios encuestadores profesionales, que hasta el momento parecen haber optado por el precavido silencio de los expertos.
Por lo pronto, lo que es elemental es que las encuestas respondan a las mínimas exigencias de ley y que todos podamos saber sin retraso quién o quiénes las pagó y mandó a hacer. El gobierno quedó en deuda con el derecho a la información y la autonomía del INEGI, pero esto no le debería impedir informar al público sobre sus propias encuestas, metodologías y contratistas que siempre se dice forman opinión e inducen decisión.
Lo que más preocupa en esta difícil ecuación información-democracia, parece estar en otro lado. Sin duda, en los partidos y los candidatos, que se han dado a una frenética carrera de trivialidad política que comienza a dar sus lamentables frutos en la suspicacia del ciudadano común, su desencanto y una perplejidad que es la antesala de la abstención masiva.
Como fatídico coro de este festín banal, los medios impresos y electrónicos potencian de modo incontinente la vulgaridad de la contienda y hasta sus mejores exponentes, los que pretenden ofrecer el análisis que nos falta a todos, se dedican a glosar el peor periodismo que según ellos nos revela al fin las profundidades horrendas del sistema que muere lentamente.
Estas son infecciones curables, a pesar de que no las prevenimos como debíamos haberlo hecho. Lo que no parece superable fácilmente, es el retraso mental social que al menos parte de nuestra inteligencia democrática tardía busca replicar, tal vez para asemejarse cuanto antes al pueblo imaginario al que de repente decidió liberar de sus cadenas.
Esta última sí que puede resultar enfermedad letal.