La Jornada sábado 19 de febrero de 2000

Luis González Souza
Dignidad universitaria

Indignación, una vasta indignación ha sido provocada por la "solución" gorilesca en la UNAM. Una enorme dignidad, la del šbasta de tantos atropellos!, es lo que realmente permitirá reunificar a la comunidad universitaria y hacer de nuestra máxima casa de estudios lo que puede y debe ser: el bastión intelectual de un nuevo proyecto de país, el pivote de una educación tanto más científica cuanto más liberadora y, en fin, la mejor escuela de democracia y dignidad nacional.

La ocupación policiaco-militar de la UNAM (militares son una buena parte de la Policía Federal Preventiva), lejos de resolver el conflicto no hizo más que extremar la indignación de los universitarios y de toda la sociedad, nacional e internacional, con capacidad de indignarse. El colmo fue la secuela fascistoide de la Rambo-solución: el encarcelamiento de cientos de estudiantes, peor aún, con una "aplicación de la ley" por demás arbitraria y represiva, chocante con cualquier visión seria del derecho.

Por si fuera poco, ahora las autoridades buscan una "reconciliación" basada en el olvido, en el escarmiento y en la sumisión. El sector más ajeno a cualquier sentido de dignidad, inclusive busca utilizar el próximo Congreso Universitario simplemente para profundizar y legitimar las contarreformas que vienen desfigurando a la UNAM, sobre todo desde que fueron burladas las resoluciones del Congreso de 1990. Lo que de paso permitió expandir el individualismo, la apatía y hasta ciertas formas de servidumbre entre académicos y estudiantes, lo mismo que entre trabajadores administrativos y funcionarios otrora dignos.

Es preciso recuperar la dignidad perdida. Los académicos no podemos seguir sumidos en la guerra de los pilones salariales, al tiempo que permitimos la peor de las privatizaciones: la del pensamiento. Los trabajadores administrativos no pueden seguir aceptando un trato patronal, ajeno a los propósitos y a los valores de la universidad. Ni los funcionarios pueden seguir atrapados entre la politiquería, el servilismo y la corrupción. Los estudiantes visceralmente antiparistas tampoco pueden seguir aceptando una educación castrante de su mejor atributo: la capacidad para forjar ideales y luchar por ellos.

La recuperación de la dignidad universitaria ya comenzó aun al precio de la cárcel. La comenzaron hace diez meses los estudiantes huelguistas, independientemente de sus fallas y excesos. Su encomiable lucha no ha terminado. Apenas ha entrado a su etapa más difícil y decisiva: la consolidación del nuevo despertar universitario. Por lo pronto provocó hasta encarcelamientos físicos, pero ya liberó la semilla de la dignidad en toda la comunidad universitaria, y fuera de ella.

Ahora el movimiento estudiantil, acompañado por los demás sectores de la universidad, encara el reto de pasar al terreno de la dignidad distintivamente universitaria: la que enaltece el espíritu a través de la razón. Logrado el sacudimiento de conciencias, ahora la paralización ha de ceder su lugar a la intensificación de la vida universitaria. De la toma de instalaciones ha de pasarse a la captura de consensos. De la división entre paristas y antiparistas a su reunificación, desde y para la dignidad universitaria.

El cronograma inmediato es fácil de deducir. Lo integran cada una de las causales más recientes de indignación. Uno, la reivindicación del derecho a luchar debe sobreponerse al peligrosísimo avance de la criminalización de los luchadores: hoy los estudiantes, al igual que los zapatistas; mañana cualquier otro. Dos, la liberación inmediata de todos los y las estudiantes presos, como el primer resarcimiento de los agravios en su contra, incluyendo su linchamiento mediático. Tres, el cumplimiento de los acuerdos del 10 de diciembre pasado entre el CGH y las autoridades, so pena de apuntalar el devastador síndrome de los acuerdos de San Andrés, cínicamente incumplidos desde hace cuatro años. Cuatro, la reanudación del diálogo ųmáxime que la universidad ya está reabierta como quería el rectorų en lugar de que eche raíces la escuela de los plebiscitos traicioneros y de las salidas gorilescas. Y cinco, encauzar dicho diálogo hacia la organización de un congreso mucho más democrático y trascendente que el de 1990, si lo fue.

A nuestro entender, todo ello es perfectamente legítimo y posible, si la comunidad universitaria se reconstruye con el cemento de la dignidad. Este ya corre largo: desde el estallamiento de la huelga por los estudiantes, hasta la renuncia de un intelectual tan grande como Pablo González Casanova. Ahora sólo falta que esa dignidad se expanda por todos lados.

[email protected]