VIERNES 18 DE FEBRERO DE 2000
Violencia y universidad
* Horacio Labastida *
La violencia es fuerza o ímpetu en las acciones, o bien la fuerza con que se obliga a alguno a hacer lo que no quiere, por medios a los que es imposible resistir, recordando en estas definiciones al siempre ilustre Diccionario de Autoridades; y nótese que en las susodichas acepciones no se identifica la violencia con el mal o el bien, por lo cual vale agregar que desde muy antiguo se habla de violencia justa e injusta; si justa, la violencia se cobija en la moral; si injusta, el cobijo es entonces inmoral; y esta interpretación ilustra los conflictos internacionales al hablarse de guerra justa o guerra injusta, según puede verse en la exposición del dominicano Francisco de Vitoria (1486-1546), en cuyas Relectiones, especialmente en De Indis y en De Jure Belli, escuda la guerra justa, entendida como la que se hace en legítima defensa, igual que la que ejerce el ciudadano al rechazar el acto brutal. Guerra injusta fue la que nos declaró Estados Unidos en las postrimerías de 1846, para robar más de la mitad del territorio, y guerra justa fue la defensa que hicimos en La Angostura o en Cerro Gordo, a pesar de la traición de Santa Anna.
No escapó a Tomás de Aquino el problema de la violencia justa e injusta al reconocer el derecho del súbdito a rebelarse si el rey, gobernador temporal, quebrantara la voluntad divina, tesis que revolucionó el siglo XIII al grado de que el santo teólogo concluyó aseverando que el quebranto por el rey del mandato divino, asunto era de Dios y el rey, y no del rey y el súbdito; a éste no le quedaría más que la resignación ante el monarca pecador. Pasadas las centurias, en el Siglo de Oro español, Calderón de la Barca rescató el pensamiento revolucionario aquinense al poner en palabras de un célebre alcalde, interrogado sobre "quien mató al comendador", esta respuesta inmortal: "Fuente Ovejuna, señor", legitimando la violencia justa del villano ofendido. Y pronto vino la Revolución Francesa y su inolvidable primera Constitución republicana (1793), en los agitados tiempos del Comité de Salud Pública y la autoridad de Robespierre y Saint-Just, quien censuró a los girondinos por tratar de instituir el reino de los ministros. Muy admirados en el presente, que pretende ser demócrata, son los artículos 33, 34 y 35 de aquella Constitución del año revolucionario. El 33 reconoce que la resistencia a la opresión es consecuencia de los derechos del hombre; el 34 admite que hay opresión si un solo miembro de la sociedad es oprimido; y el 35 dice textualmente: "Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cualquier parte del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes". Así es como en la conciencia de la humanidad se forja el supremo principio: la acción del gobierno opuesta al pueblo es violencia injusta; la insurrección del pueblo contra esta violencia, es violencia justa.
El marxismo profundizó la doctrina. El Estado y su estructura jurídica son instrumentos de la clase dominante o hegemónica para la sujeción de las masas a los intereses de la elite; por tanto, en forma virtual o actual, los pueblos tienen derecho a la revolución, a fin de hacer del Estado un servidor de todos y no sólo del grupo privilegiado de la sociedad; la violencia revolucionaria es entonces violencia justa. Nuestros días no han superado la viejas hipótesis sobre la violencia, aunque sí las presenta con vaporosos e innovados disfraces, a las veces condenables. Hundir al pueblo iraquí en sufrimientos sin límites con base en acuerdos del Consejo de Seguridad de la ONU, o bombardear sin piedad a los yugoeslavos, echando mano de los cañones de la OTAN, son repugnantes y abyectas violencias injustas.
Ahora una reflexión más. La violencia justa que logra solución a las injusticias que reclama, al persistir como violencia, cambia cualitativamente su justicia prima en injusticia. ƑPor qué el EZLN simboliza hasta el presente un acto justo? Porque el gobierno persiste en la acción injusta de desconocer los acuerdos que el mismo aprobó en San Andrés, Chiapas. La huelga universitaria es distinta. Fue justa hasta antes de lograr el congreso como método de solución a todos los problemas de la universidad; se hizo injusta al persistir como violencia porque purgó su original legitimidad jurídica y ética.
En la gran mayoría de quienes formamos la comunidad universitaria, existe la esperanza de que los huelguistas transformen sus sentimientos de resistencia en ideas, y concluya así el asalto a la razón de que han sido víctimas la Universidad Nacional Autónoma de México y los supremos valores que representa para el bien común de la nación. *