Coraje
* Jean Meyer *
Soy un hombre de corajes, cuando debería haber pasado esa edad. Sigo siendo impaciente. El enojo sigue inevitable. Hice mi primer coraje político a los 14 años, cuando los tanques soviéticos aplastaron la revolución húngara. El segundo lo causó la tortura en la guerra de Argelia. El tercero lo que consideré como la traición de Fidel (para mí era Fidel, no Castro) a la revolución cubana. Me enojé cuando Régis Debray publicó Revolución en la Revolución, llamando a la guerra de guerrillas en América Latina. Pero me arrepentí cuando cayó en la cárcel en Bolivia y me avergoncé de mi seguridad en México. Al año siguiente, la noche del 2 de octubre, en Tlatelolco, me llenó de coraje, como lo había hecho dos meses antes el aplastamiento de la primavera de Praga por los tanques del Pacto de Varsovia. Podría seguir así hasta la fecha...
He odiado profundamente al nazismo y el comunismo, no a los hombres que se dejaron seducir por ellos. No he conocido a los nazis, pero entre mis mejores amigos contaba muchos comunistas, ortodoxos o no. Lo que me impacientaba era su pretensión científica, su convicción de saberlo todo, su capacidad de justificar todos los cambios de línea. Se atribuían el fin de la historia en términos seudo-físicos y para ellos yo no era más que un reaccionario oscurantista. Cuando cayó la URSS ųcosa que me sorprendió únicamente porque, si no dudaba de su ruina inevitable, no esperaba verla tan prontoų, mis amigos no reconocieron nada, lo que me dio un último coraje.
Creo que la facilidad con la cual me dejo llevar al coraje se debe, más allá de todo factor biológico personal, a mi condición de historiador.
A fuerza de aprender algo sobre el pasado, termino siendo como Casandra, capaz de ver un poquito más lejos que los demás, hacia el futuro. Así, de los problemas demográficos, en especial del crecimiento demográfico mexicano, que nunca me angustió, lo que me valió la fama de ser natalista a ultranza en nombre de no sé cuál teología equivocada. No, más simple: al prever la próxima media-hora, molesto a los que preven el cuarto de hora. De hecho, lo que nos separa es un instante, unos segundos, como cuando uno camina en el avión cuando proyectan una película en diez pantallas: nuestra visión de la misma película, proyectada a un intervalo de unos segundos, basta para alimentar el desacuerdo.
Casandra es infeliz por definición, porque pretende ayudar, pretende evitar el desastre, en la universidad, en el barrio, en la ciudad, en la región, en el país. Cree que una información transmitida, una previsión mejor hecha, un poco antes, permitiría reducir las fricciones, el desgaste, el despilfarro. ƑError? Puede que sea una ilusión, pero creo que si no puede cambiar mucho, sí puede cambiar un poco, un poquito, un poquitito, y ese poquitito me importa mucho. Prefiero la reforma a la revolución, por eso me enojo al tratar en clase de épocas pasadas que vivieron desastres; por eso me enojo al espectáculo de lo que estamos cometiendo hoy en día.
Ahora bien, Pablo dice: "Renunciando a la mentira, diga cada cual la verdad a su prójimo. Si os enojáis, no pequéis; pero que el sol no se ponga estando vosotros todavía enojados" (Efesios, IV, 26). O sea, el coraje, inevitable, deseable, no debe durar. Un poco está bien, demasiado es demasiado. Buen principio de higiene evangélica. *