Viajar de mosca
* Soledad Loaeza *
El free-rider es una de las figuras más sugerentes que ofrece la teoría de juegos para explicar el comportamiento económico y político de grupos o individuos. La traducción más apropiada de esa expresión es ''el que viaja de gratis'', pues se refiere al actor que se beneficia de las decisiones de otros, sin pagar ninguno de los costos que normalmente acarrea toda decisión. En México el ejemplo perfecto de ese comportamiento es la arraigada costumbre de viajar de mosca, que consiste en subirse a la defensa trasera de un camión ųde cualquier especieų y transportarse sin pagar.
En los últimos tiempos la política se ha visto invadida por ese tipo de viajeros. En la Cámara de Diputados, casi por regla, al PRI le toca pagar los costos de decisiones gubernamentales difíciles e impopulares, mientras que las oposiciones las denuncian rabiosamente, aun a sabiendas de que eran inevitables. Con ese comportamiento, los partidos de oposición logran el mejor de los mundos: pueden sumarse a los agravios de la opinión y atizarlos, sin asumir ningún tipo de responsabilidad al respecto, ni siquiera la de los riesgos que implicaba no tomar esa decisión. Pero ese es uno de los privilegios de la oposición.
Al Partido Acción Nacional le ha tocado probar la amargura de esa medicina cuando ha votado con el PRI soluciones necesarias a problemas urgentes, porque así lo exige el funcionamiento regular del gobierno, pero que le cuestan simpatías en la opinión pública, para no hablar de las denuncias de complicidad que le dirigen sus adversarios. Aun así, la mayoría de las veces el liderazgo panista ha estado dispuesto a asumir los costos de esas decisiones, porque así lo dictan sus intereses y porque está en su temperamento actuar de acuerdo con lo que entiende como una oposición responsable.
En el PRD, sin embargo, es costumbre viajar de mosca. Desde 1989, por ejemplo, esa institución política ha participado en la discusión y el diseño de reformas electorales, así como en comicios locales y nacionales, pero nunca ha querido avalarlos del todo. Ha denunciado compromisos adquiridos o los ha aceptado bajo protesta, como si quisiera evitar la responsabilidad de resultados desfavorables. Con esa estrategia se ha beneficiado de los cambios en la ley, más equidad, más limpieza y sobre todo de la gran cantidad de recursos financieros que le tocan por proporción de votos obtenidos, pero no ha querido asumir ninguna responsabilidad con una legislación que tal vez a muchos parezca insuficiente, ni aparecer de ninguna manera asociado con el PRI. Los perredistas suponen que un compromiso de este tipo le acarrearía costos entre su electorado, ante el cual se han empeñado en mantener una imagen de intransigencia con los poderosos, a pesar de que ellos mismos ejercen el poder de manera diversa y en muchos niveles.
El comportamiento del PRD en el conflicto universitario podría explicarse en los mismos términos: quieren derivar todas las ventajas, políticas y simbólicas, de un movimiento popular, pero no están dispuestos a asumir ninguno de sus costos. Cuando se inició el paro, Carlos Imaz declaró que su partido no estaba detrás de los paristas, sino al lado. Ahora sabemos que eso significaba que habían agarrado viaje: a la distancia parecería que creyeron que la movilización les favorecería, creyeron que les permitiría recuperar posiciones en la universidad y promover la candidatura de Cárdenas a la Presidencia de la República con una cruzada por la educación popular, que tiene fuertes resonancias con el cardenismo histórico. Luego cambiaron. Cuando los paristas se distanciaron del PRD, expulsaron al CEU histórico y adquirieron aliados más feroces, como el Frente Popular Francisco Villa. Los perredistas miraron aterrados que la dirección que tomaba el camión no era la que habían pensado, que es uno de los riesgos que lleva viajar de mosca. No pudieron sustituir al chofer y entonces quisieron bajarse. La asociación con el paro dejó de abonar su imagen de compromiso con las causas populares y pasó a alimentar la desconfianza de quienes los miran más como una banda de activistas desenfrenados que como un partido que gobierna la ciudad más grande y más poderosa del país.
Ahora, sin embargo, el PRD ve en el desalojo de la policía de CU una nueva oportunidad de viajar gratis: capitalizar el repudio que ha provocado esa decisión para denunciar al PRI y al gobierno federal, atribuirles la responsabilidad tanto del paro como de su muy desafortunado desenlace, sumarse a los agraviados y correr una espesa cortina de amnesia sobre su propia actuación en todo esto. El PRD parece empeñado en volver a subirse al camión, pero los tiempos electorales no están hechos para viajar de mosca, y si el partido no está dispuesto a pagar los costos que supone su actuación y la de su gobierno, en la nueva prolongación del conflicto es muy probable que el camión otra vez se le vaya. *