La Jornada jueves 17 de febrero de 2000


* Cristina Barros *

De regreso a clases

Después de nueve meses de paro, se reanudan las clases en la Universidad Nacional Autónoma de México. En medio de las emociones encontradas que esto representa, no podemos olvidar los orígenes del problema, que van más allá de la situación de la universidad misma, pero que hicieron crisis cuando el grupo en el gobierno decidió aumentar las cuotas de la UNAM, en un momento difícil para un amplio sector de la sociedad que ha sido agraviado constantemente en los últimos años.

Es innegable que la situación económica es cada vez más precaria para muchos, aunque trabajan sin descanso; mientras unos cuantos se enriquecen sin medida y no como fruto de su esfuerzo. Por años la educación fue un mecanismo importante de ascenso social y los padres la consideraban como la mejor herencia que podían dejar; actualmente esta posibilidad se ve amenazada.

Los estudiantes que impulsaron el movimiento, hoy tienen nombre y apellidos; muchos de ellos son hijos, sobrinos, amigos de personas que conocemos; se trata de jóvenes comprometidos e idealistas; no son delincuentes.

Buena parte de ellos tenían clara la situación social del país y sabían que el examen de revalidación de los títulos universitarios que realizaría el Ceneval, con la anuencia de la rectoría, estaba atado al Tratado de Libre Comercio. Es un mecanismo que pone en peligro la soberanía del país, pues limita la elaboración de planes y programas de estudio con base en nuestras necesidades y en los conocimientos que por generaciones hemos acumulado.

También sabían muchos de ellos, por su formación social y política, que el Banco Mundial ha "recomendado" a los países endeudados como el nuestro, restar apoyo a la educación pública y restructurar aquellas universidades que dependen esencialmente de los recursos que otorga el estado, a partir de nuestros impuestos.

El gobierno mexicano ha sido obediente a los mandamientos del Banco Mundial, en esta y en otras materias. Algunos de sus altos funcionarios pretenden obtener así la complicidad de este banco y de países como Estados Unidos, para seguir utilizando nuestros recursos naturales y el trabajo casi esclavo de millones de mexicanos. Todo ello en un mundo que favorece cada vez más el tener sobre el ser, y en el que impera la ley del más fuerte.

De estos temas podrían ocuparse los maestros, sin azuzar a los jóvenes contra sus compañeros, como lo han hecho la televisión y otros medios masivos de información.

Tendrán que analizar también otro problema que pone en peligro la convivencia social, no sólo en la universidad, sino en el país, y es que en la medida en que se polarizan las posiciones en cuanto al proyecto de país que deseamos, y los que han logrado un patrimonio ven amenazada su posición económica y social, se agudiza un racismo presente en la sociedad mexicana, aunque siempre soterrado y sordo.

Así los paristas son clasificados como rastas, greñudos, morraludos, en otras palabras, los ubican como integrantes de una clase social, de la que las "buenas conciencias" quieren verse lo más lejos posible. Unos porque éstos jóvenes les recuerdan su origen; otros porque consideran que nacieron en mejor cuna.

Sería también un buen tema de diálogo con los alumnos analizar las posiciones éticas de quiénes deben ser maestros y ejemplos de vida, empezando por los dos últimos rectores, uno que aceptó frívolamente un aumento de cuotas para quedar bien con el sistema; el otro que abusó de la buena fe de los universitarios para, resultados de plebiscito en mano, aceptar la entrada de la Policía Federal Preventiva, y llegar a la rectoría apoyado, no en la fuerza que da la autoridad moral, sino en la fuerza pública. Ambos más preocupados por su propia trayectoria, que por la universidad.

En contraste se presentan actitudes como las del doctor Pablo González Casanova, que con seriedad analiza en su renuncia los aspectos fundamentales de la crisis por la que atravesamos, o como la del ex director de la Facultad de Arquitectura, que al renunciar a la Dirección General de Obras también optó por respetar sus convicciones personales.

Para muchos universitarios y para un gran número de ciudadanos había que regresar a clases ya. Se comprende. Así lo habían previsto quienes estuvieron detrás de este inmoral episodio. Así se los indicaron las encuestas que habían mandado a elaborar unos días antes; por eso el discurso del Presidente y del candidato del PRI se endureció la semana anterior a la toma de la universidad.

Incluso quienes sabían de los motivos más profundos del paro se vieron divididos en sus conciencias, sobre todo si tenían hijos universitarios: "Qué mal que sea así, pero qué bueno que los muchachos ya no pierdan más tiempo de vida."

En su momento alertamos acerca de lo grave que sería alargar el movimiento. Considero que se han cometido errores. Pero lo que no debe olvidarse es que un grupo de personas, utilizando su poder como gobernantes, como funcionarios universitarios, siguieron un plan predeterminado que afectó a más de 200 mil estudiantes, cuyas vidas se han visto en mayor o menor grado marcadas para siempre, lastimando lo que más debe proteger una nación: a los jóvenes que son su futuro.

De manera grotesca hemos visto hasta qué punto el fin justificó los medios. Con la "solución" que se le dio al paro se buscó enviar, además, un mensaje a quienes buscan por distintos caminos mayor justicia: no habrá movimiento social que triunfe; no hay más camino que el nuestro.

Hoy es necesario exigir que los estudiantes presos salgan de la cárcel y se integren al congreso como actores; promover además que en la UNAM y en otras universidades públicas se analicen con seriedad los problemas por los que atraviesa el país en este momento y que son las verdaderas causas del conflicto universitario, y finalmente buscar que al frente del gobierno y de las instituciones educativas nacionales se encuentren los mejores hombres y mujeres, no sólo por su preparación, sino especialmente, por su formación moral y ética.

El país requiere de ciudadanos que dejen a un lado esa visión individualista que sólo tiene el bien personal como la meta, y con generosidad y entrega vean por el bien común. Este es el sentido último de todo proyecto verdaderamente educativo.