La Jornada miércoles 16 de febrero de 2000

Luis Linares Zapata
La UNAM revisitada

Las fibras internas de la nación que el conflicto de la UNAM ha tocado son entrañables, básicas, definitorias. Y, por ello, las repercusiones han de ser contempladas con el cuidado que exigen los movimientos de gran envergadura. No tanto por lo prolongado de la huelga, que tantas horas de atención y preocupación ha consumido de la energía colectiva. Tampoco porque ha obligado a estudiantes, académicos, autoridades, candidatos presidenciales, policías, escritores, ciudadanos comprometidos, curas y demás ministros de cultos, y hasta padres y madres de familia indiferentes, a repensarse como tales frente a la institución, y aun ante el país, de una manera intensa, cercana, afectada, diferente a la acostumbrada.

Se afirma la importancia de lo sucedido a la UNAM y, con ella, al país, más bien debido a las profundas repercusiones que tal fenómeno ha ocasionado en el ser de multitud de individuos atiborrados de miedos citadinos. A lo mejor porque una gran cantidad de ciudadanos requiere de respuestas instantáneas a sus inseguridades personales o para sacar a flote sus no tan ocultos nervios racistas y sus ansias de alivios, aunque sean temporales, a sus ignorancias. A lo mejor la trascendencia de lo ocurrido devenga de las interrogantes que los críticos no han podido siquiera formular con precisión, pero que apuntan hacia ese magma que se ha fermentado en las clases bajas y medias trastocadas por las crisis, tan recurrentes y empobrecedoras como inmerecidas y que busca una salida distinta y propia sin encontrarla aún. Quizá por el alocado y veloz cambio que ha sufrido la tradicional manera de enfocar a la educación y, con ello, el anverso y el reverso de la misma universidad y sus pobladores. Lo cierto es que se ha dejado de palpar el anhelado privilegio educativo de otro tiempo como un sendero asequible para la fluctuación económica. Se manoseó la idea, bien arraigada por cierto, de una academia rectilínea, eficiente en el mercado, autoritaria y cerrada para dar paso a un inquietante proceso participativo, abierto, sujeto al palpitar de una comunidad heterogénea y condicionada por una sociedad convulsa, desmovilizada pero, sobre todo, inequitativa.

Al liquidarse el paro estudiantil por la fuerza se inauguró un periodo de reacomodos que la apertura de clases no mitigará. Tal momento inaugural mostrará, apenas, la línea de las heridas abiertas, del rencor acicateado que la fraternidad sabia resiente y que la generosidad juvenil del alumnado no podrá atemperar. Habrá que esperar a que la concordia pueda sustentarse en la tolerancia más que en la ira, en las justas oportunidades más que en el control, y a que las autoridades asimilen el significado preciso del espíritu que movió a un segmento de la comunidad universitaria, y de la sociedad, a emprender y sostener el paro durante tantos meses. Tampoco la funcionalidad de las instalaciones devueltas al primer rector colocado ahí por la policía dará sustento a la transformación de la UNAM que se ha venido gestando como necesaria e imprescindible etapa de la vida institucional. El diálogo interrumpido o no llevado a cabo seguirá pesando tanto como los presos políticos que el muy cuestionado aparato de justicia y el gobierno del doctor Zedillo se han echado a cuestas.

Las responsabilidades de cada quien en lo sucedido a la universidad se irán decantando en la medida en que se haga la crítica de lo que pasó. Nadie escapará al ojo avizor e inclemente de una comunidad que, por sus agravios, por sus corajes, por sus anhelos y esperanzas, levantará, delante de sí misma, una universidad correspondiente con su futuro. De ese futuro compatible con el México que emerge, el real, el que sangra y se construye con enormes carencias y dificultades cotidianas. No el que prometen los burócratas modernizadores y financieros privatizantes. Tampoco el que pintan los que andan hoy en campaña o el que dibujan, con desparpajo e irresponsabilidad los que atienden, como principal polo de atracción, hacia los informados pero sometidos organismos multilaterales. Se requiere considerar y partir de ese otro México endeudado, injusto, excluyente, desunido, desencantado y donde sobreviven millones de mujeres y hombres laboriosos, aunque estén mal empleados y peor pagados.

Lo sucedido en la UNAM parece contener energía comprimida que busca y requiere de cauces y métodos, de valentías e imaginación que, con seguridad, irá formando un río al que habrá todavía que bautizar con el nombre apropiado a su talante, pero que apunta hacia una universidad popular, de excelencia, pública, gratuita, orientadora del ser nacional. Pero sobre todo, a una institución que se guíe, reproduzca y crezca con plural vida democrática.