Ť Registros opuestos
Berlinale: drama tremebundo y esquematismo
Leonardo García Tsao, enviado, Berlin Ť A diferencia de otros días de esta Berlinale en que la programación de la competencia buscaba un parentesco en temas, el martes se presentaron dos películas bastante opuestas en registro. Por un lado, estuvo El mar, tremebundo drama de Agustí Villaronga, un cineasta español que suele abordar temas escabrosos y es prácticamente desconocido en México (sólo se ha exhibido por Canal 22 su primer largometraje, Tras el cristal, provocando airadas protestas). En este caso, Villaronga parte del asesinato asistido durante la guerra civil por unos niños, y el efecto que eso causa años más tarde, cuando dos de ellos, ya adultos, ingresan a un sanatorio para tuberculosos donde una tercera se desempeña como monja.
La mayoría de los espectadores salió de la proyección en estado de shock, tras someterse a ese relato árido en que fantasías religiosas, los deseos sexuales reprimidos y un sentimiento de culpa permanente están programados para arremeter entre sí con funestas consecuencias. Villaronga tiene el mérito de sostener una atmósfera opresiva, pero no es el tipo de cine que uno podría llamar disfrutable.
Por lo contrario, del cineasta chino Zhang Yimou se exhibió Wo De Fu Qin Mu Qin (El camino a casa), su trabajo más simplón y complaciente a la fecha. Con una estética paisajista a medio camino entre Lelouch y el Indio Fernández, si tal cosa puede concebirse, Zhang narra la rosa historia de amor entre un maestro rural y una campesina, según la recuerda el hijo de ambos cuando, décadas después, regresa a su pueblo debido a la muerte de su padre. Aunque la obstinación de la heroína se rencuentran en chocarrosa determinación la férrea chica al enamorar al hombre recuerda a otras heroínas obstinadas de este director, no hay nada más en un planteamiento demasiado esquemático. No deja de ser irónico que la presidente del jurado sea la bella actriz china Gong Li, otrora pareja/musa de Zhang Yimou, con quien hizo las películas que los dio a conocer a ambos. Si El camino a casa obtiene algún premio, se podrán especular muchas cosas en el terreno sentimental.
La tercera película de hoy, fuera de concurso, es sin duda la adaptación de Shakespeare más temeraria que ha intentado el inglés Kenneth Branagh. Se trata de Love's Labour's Lost (Trabajos de amor perdidos), transpuesta a la Europa de 1939 y con un formato de comedia musical. El asunto pinta mal en su inicio --entre muchas payasadas y los lastimosos esfuerzos de Alicia Silverstone por recitar a William Shakespeare-- como un inútil pastiche de los musicales de los 30. Pero no todo es vanidad en Branagh. En su última parte, el realizador logra escenificar con elegancia canciones clásicas de Gershwin e Irving Berlin, e incluso integrarlas al sentimiento del texto. El esfuerzo será apreciado sobre todo por cinéfilos de la tercera edad, pues las nuevas generaciones suelen experimentar náusea ante cualquier ejemplo del género.