La Jornada martes 15 de febrero de 2000

Teresa del Conde
Eternidad y diálogo
(Segunda y última parte)

Lo bueno de la exposición México eterno es que ha suscitado, si no propiamente polémica, sí una muy conveniente y respetuosa discusión que en este periódico hemos sostenido dos artistas y dos investigadoras. En mi artículo pasado me refería a las exposiciones canónicas, que según mi leal saber y entender se iniciaron en 1940 con la presentada en el MoMa de Nueva York: Veinte siglos de arte mexicano. De acuerdo con el catálogo que pude consultar, una publicación discreta en negro y blanco que es hoy día joya bibliográfica, en el último apartado aparecían las piezas consabidas que han rotado una y otra vez por todo el mundo: Tata Jesucristo, de Goitia; Las dos Fridas, recién terminadas el año anterior; Mis sobrinas, de María Izquierdo; pinturas sobre cartón, de Abraham Angel; paisajes del Doctor Atl.

Yendo para atrás encontramos, claro está, a José María Velasco, José María Estrada y Hermenegildo Bustos; las calaveras de Posada, las cajas de Olinalá, las máscaras de diferentes regiones. Entre lo más moderno (es decir contemporáneo al momento) está una pintura ųque debe ser excelenteų de la época de las amibas, de Carlos Mérida, y la Niña bonita, de Rufino Tamayo, una obra que no daba cuenta aún del viraje que precisamente entonces había verificado el maestro respecto de su etapa inmediata anterior. La pintura de Mérida es abstracto-surrealista, la única ''no representativa", es decir, no figurativa o no mimética en todo el conjunto moderno. No se exhibieron obras cubistas de Diego Rivera y se excluyó a Marius de Zayas, que está entre nuestros primeros ''vanguardistas".

Lo importante es que el esquema perduró y Fernando Gamboa lo canonizó cuando itineró por años exposiciones en Europa, incluyendo obras contemporáneas. Vicente Rojo ha de recordar que cuando se presentó en el MET de Nueva York, Splendors of Thirthy Centuries, muy visitada y ciertamente bien promocionada, se excluyó radicalmente todo un jirón importantísimo del arte mexicano posterior a 1950. Hubo protestas, por lo que las autoridades culturales de nuestro país reaccionaron ante los reclamos y se organizó una exposición paralela, seleccionada todavía por Gamboa, a partir de las colecciones del MAM. No alcanzó a montarla él, pues un accidente automovilístico segó su vida. Murió trabajando.

Esa exposición fue, como quien dice ''sacada de la manga" y lo sé porque me encargaron el estudio para el catálogo. Decía en ese escrito que la muestra era absurda porque reunía en un todo a los nacionalistas con los que habían tomado otros caminos y que se trataba más de un muestrario que de un conjunto presentado con coherencia. Lamentaba el hecho introduciendo la siguiente frase: ''Cualquier presentación del arte mexicano en el extranjero tiene un aspecto diplomático. Se trata de divulgar la imagen a la que se quiere que respondamos". Había otras frases quizá más fuertes. Miriam Molina era entonces directora de Artes Plásticas del INBA y me pidió que matizara las cosas, el catálogo iba con presentación de Víctor Flores Olea y con un breve texto de Enrique Krauze. Quité el párrafo ''conflictivo" y titulé mi ensayo Historia de una controversia. Debo admitir que la muestra lució bien en los generosos espacios del edificio IBM.

Sucede que México debe presentarse siempre en bloque porque de lo contrario parece que no existimos. La metáfora arqueológica que va del presente al pasado funciona bien en este aspecto. Lo que no ocurre es pensar lo siguiente: Ƒpodría organizarse una muestra de arte italiano que partiera de los etruscos y sus colonias para terminar con Francesco Clemente, Carlo Maria Mariani y Palladino, transitando por la Roma imperial, lo bizantino, el Renacimiento y el barroco? Se podría, pero sólo si fuera temática. Puras águilas, por ejemplo, o bien, como dice Fernando González Gortázar, geometrización. A propósito de las consideraciones de este último, expresadas en una carta aparecida el pasado 4 de febrero: tiene razón al objetar mi referencia a una ''greca tipo Quetzalcóatl". Afino aquí un poco la cosa.

La greca corrida que aparece en ornamentaciones prehispánicas y aun en pinturas, por ejemplo en la diosa teotihuacana de Tetitla (en la misma zona arqueológica de Teotihuacan) parte de un módulo idéntico al que pudimos observar hace poco en ciertas piezas etruscas; tendría que dibujarla, pero todos la conocemos, es una forma continúa, cuadrangular, que se vuelve sobre sí misma. Ha servido inclusive como detalle para carteles de propaganda política. Es un esquema arquetípico, eficaz, que no es exclusivo de México, como tampoco las escamas o plumas estilizadas de las serpientes o de otros animales, lo son. Hasta en Asiria las hubo. Esos rasgos, llamémosles ornamentales o estructurales, son rastreables desde las culturas madres hasta Vicente Rojo, el propio González Gortázar, Francisco Toledo y otros, pasando por el siglo XIX y principios del XX. Estos últimos son autores que propositivamente abrevan en fuentes antiguas que veneran, siempre transmutándolas.