PARABOLA Ť Emilio Lomas M.
Los temores de los globalifóbicos
El incidente que sufrió este sábado el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, en el comienzo de la Cumbre de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), fue una manifestación contundente de la inconformidad que las imposiciones del organismo internacional, en materia de política monetaria, están generando entre los grupos sociales más afectados de mundo. Las agresiones que Camdessus logró esquivar y el pastelazo que sí recibió, son situaciones alarmantes que muestran la desesperación de la crítica situación social que se está generando y, en algunos casos, agudizando como resultado de la apertura de mercados sin la revisión y consideración de las condiciones internas de cada país --en especial de las naciones en desarrollo, donde la distribución del ingreso se ha polarizado más tras la aplicación de políticas neoliberales, centradas en defender los resultados de la economía a nivel macroeconómico sobre el costo social. David Ibarra (secretario de Hacienda entre 1977 y 1982) cita en su más reciente texto El nuevo orden internacional (análisis de la forma de aplicación de las políticas neoliberales y las consecuencias que se han derivado de tal sistema en el mundo), que la limitación de las soberanías nacionales, la integración de los mercados, y el surgimiento de instituciones, derechos y obligaciones ''trasnacionalizadas'' han mermado las capacidades estatales de conciliar la transición, el crecimiento y la justicia social, situaciones que se han manifestado de Seattle a Bangkok. Según las precisiones del autor, muy atinadas, lo anterior se debe a la preocupación de los gobiernos por dar cumplimiento a las demandas de un mundo globalizado, lo que le ha impedido ''articular y atender'' a plenitud las demandas internas de su población. Si bien es cierto que, como el mismo ex secretario lo menciona, las discusiones entre especialistas sobre los rumbos de la economía global se han profundizado en los últimos años, éstas aún no contribuyen decisivamente a resolver los problemas de desigualdad, inestabilidad recurrente y crecimiento. Por otro lado, lejos de que las políticas sociales, derivadas del sistema actual garanticen bienestar a la población, éstas se traducen en efectos de exclusión y pobreza, que en el mejor de los casos son atacados después de que tiene n lugar, pero no prevenidos, como debiera de ser en la lógica de la implantación de políticas. Ante el panorama mundial, cuya dinámica imposibilita el retorno a sistemas radicales, pero que a un tiempo evidencia los traspiés de la aplicación de políticas neoliberales, el abandono y el rezago en gran parte de la población, es ineludible reconocer que el olvido de las históricas demandas sociales, como lo es la distribución equitativa de la riqueza, podría acarrear consecuencias aún más graves. Por ello, hoy es urgente integrar, sin excepciones, todos los puntos de vista al debate sobre el proceso de globalización. Independientemente de las posturas radicales que se adopten. En este sentido, es conveniente hacer algunas precisiones respecto a la apasionada defensa que de la globalización hizo el presidente Ernesto Zedillo en el pasado Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, donde condenó a los grupos que se oponen a que continúe el actual proceso de liberalización del comercio y las inversiones. El Presidente aseguró que en México él ha constatado cómo la apertura llevada a acabo durante los últimos años ha beneficiado a la población con empleos mejor remunerados. Habló de ''los lugareños de los viejos poblados mayas de Yucatán empleados en las nuevas fábricas de ropa que allí se han establecido'', de los ''migrantes rurales del sur de México que han encontrado trabajo en las enormes plantas maquiladoras de las ciudades norteñas'', de ''los jóvenes ingenieros con buenos empleos en las fábricas de alta tecnología de Monterrey y Guadalajara''. Pero para saber lo que sucede realmente con el empleo en nuestro país no bastan los testimonios de los recorridos presidenciales.
Según la Encuesta Nacional de Empleo para 1998, de los 5 millones 785 mil puestos de trabajo creados durante los últimos cinco años, el 70 por ciento correspondió a empleos con ingresos menores a dos salarios mínimos. Mientras. la remuneración promedio de los mexicanos se ha reducido en cerca de 20 por ciento, de acuerdo con la caída del salario mínimo real desde que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Una precisión más: la permanente emigración de mexicanos hacia Estados Unidos en busca del empleo que su país no les puede ofrecer, a pesar de ser un ejemplo de apertura al comercio y a los capitales, asciende a un promedio de 300 mil migrantes al año, según la Conapo; de esta forma, hasta la fecha 8 millones de mexicanos se han trasladado a aquel país en busca de trabajo.
Melée
Un ejemplo más concreto de la agudización de los rezagos sociales históricos en el país, a consecuencia de las políticas de apertura, lo constituye Chiapas, el estado eternamente pobre y en el que las alteraciones producidas a lo largo de su vida cotidiana, por diversos motivos, no han logrado que el poder y la riqueza sean redistribuidos de manera que logren un desarrollo más equilibrado en la entidad, según testifica Emilio Zebadúa en Breve historia de Chiapas. De acuerdo con este texto, más de la mitad de la población chiapaneca sobrevive con menos de un salario mínimo y las personas dedicadas a la agricultura, casi la mitad de la población que se concentra en actividades productivas, lo hace exclusivamente para el autoconsumo. Este es el verdadero temor de los globalifóbicos.