Víctor M. Godínez
ƑGlobalización o norteamericanización?
La política económica internacional de México tiene desde 1986 el objetivo declarado de propiciar una inserción de nuevo tipo de nuestro país en la llamada economía global. A tres lustros de haber dado inicio este proyecto, cabe preguntarse sobre algunos de sus resultados principales.
Entre los mayores se encuentran, sin duda, la radical transformación de la estructura de exportaciones (del petróleo a una gama relativamente amplia de productos manufacturados de elaboración compleja) y la intensa expansión de estas últimas (con tasas reales de crecimiento superiores a 10 por ciento anual desde fines de los años ochenta, marca que sólo es superada por China). Otro resultado, sin embargo, fue la reconcentración geográfica de nuestras relaciones económicas internacionales. En los últimos diez años la importancia de Estados Unidos en el valor total del comercio exterior de México (exportaciones más importaciones) aumentó de un poco más de dos tercios a más de 80 por ciento. En este mismo lapso, más de dos terceras partes del acervo de inversión extranjera en el país también se originaron en Estados Unidos.
Las empresas extranjeras (en su mayor parte estadunidenses) generaban a fines de los años ochenta un poco más de la mitad de las exportaciones mexicanas. Hoy, su participación ya equivale a 65 por ciento del total. En varios rubros (receptores de televisión, equipos de medición y de distribución de electricidad, por ejemplo) estas remesas comerciales se dirigen casi totalmente al mercado de Estados Unidos. Gracias a ello México se convirtió en el tercer proveedor más importante en el mercado de importaciones de este país, y ya es el primero en algunas líneas de productos (componentes electrónicos, confecciones). En un informe reciente de la Cepal se señala que todo esto denota "la estrategia de las empresas transnacionales norteamericanas, que en México han buscado aumentar su eficiencia global mediante reducción de costos y acceso privilegiado al mercado estadunidense". Tal estrategia es particularmente acentuada en las industrias automotriz, informática, electrónica y del vestuario. Todas estas actividades han sido importantes receptoras de inversión directa del exterior.
Los flujos de inversión extranjera directa (IED) recibidos por México han crecido de manera notable. En la década de los años ochenta, el promedio de los montos que se radicaban anualmente era de unos 2 mil 500 millones de dólares. En la segunda mitad de los noventa ese promedio anual se multiplicó por un factor ligeramente mayor a cuatro, llegando casi a los once mil millones anuales. Unos 65 de cada cien dólares de IED se destinan al sector manufacturero, generalmente en empresas dedicadas a la exportación. Una porción similar de los flujos de IED proviene de Estados Unidos.
A partir de la crisis mexicana de 1995, la IED combinó la creación de nuevos activos productivos con la adquisición de activos fijos privados. La expansión de la capacidad productiva de las empresas con capital estadunidense radicadas en México se convirtió en los últimos años en un aspecto de primer orden en su estrategia para enfrentar la competencia a escala global (y en especial la representada por los productores asiáticos). De esta manera, el desarrollo de las líneas más dinámicas del comercio de exportación de México --si bien responde a incentivos creados por la política económica interna-- depende de manera crucial de estrategias corporativas en cuya determinación los agentes económicos nacionales no tienen prácticamente ninguna capacidad de influir (y tal vez ni de opinar).
La proclamada "globalización" de la economía mexicana se circunscribe a la zona de América del Norte, en la que está cada vez más encerrada. Además, sólo incumbe directamente a un segmento de las actividades productivas (las dedicadas a la exportación), en tanto que el resto de los sectores (mayoritarios en términos de empleo y generación de ingreso) sigue padeciendo de todo tipo de deficiencias y enfrentando enormes restricciones. Las fuerzas de la economía global no van a solucionar este problema y, en tanto no contemos con una verdadera estrategia de desarrollo sectorial, esta brecha seguirá ampliándose.