La Jornada lunes 14 de febrero de 2000

José Cueli
šDon Pablo Hermoso de Mendoza!

Pablo Hermoso de Mendoza, triunfador indiscutible de la temporada de toros en la Plaza México, posee el don más difícil de todo artista, el de tener personalidad y estilo propios. El rejoneador navarro ofreció al aficionado dos personajes simultáneos: El primero siempre interesante fue el dominio de la técnica, el oficio; el segundo el de su originalidad.

En el primer plano lo que representaba; en otro ideal, lo que sugería. Emanación directa de su propia personalidad capaz de evocar e invocar en el ruedo otras imágenes, otros caracteres de su temperamento e historia, la vida

interior, el dramatismo.

Al poder expresar su vida interior frente al toro, en don Pablo aparecía ese arte de tensión, más que de expansión; insinuante y contenido, mejor que el explosivo y rotundo, distanciado en inalterable buen gusto de todo lo ostentoso y artificial, para alcanzar en los momentos desgarrados del encuentro con la muerte, representada en los pitones de los toros, la escueta emoción de la verdad, sin gesticulaciones, ademanes ni grandilocuencias.

En el fondo, arte de expresión tranquila y ritmo lento en el temple que le daba el mando, pero cálidamente viril. Refinamiento sensual y adornado por penetrante dramatismo que era pasión que se comunicaba al tendido, la dignidad del juego con lo cual nos permite aproximarnos como aficionados a una ilusión cada vez más difícil de lograr y que es en general la función del arte.

La de escapar de la vulgaridad cotidiana improvisando un viaje a lo lejano, a la fantasía. Lo contrario de la repetición monótona domingo a domingo de faenas a base de derechazos con el pico de la muleta, echando fuera al toro que nos confronta con la rutina de la vida diaria.

Por ello agradecemos a los artistas como Hermoso de Mendoza esas ráfagas de arte que nos sacan de lo cotidiano y nos abren el mundo de las fantasías a otro horizontes. Lo que representa uno de los mayores alicientes en la fiesta brava. Ese toreo quebradizo a caballo en que se dormía y entraba en el país de los sueños llenó de imágenes extraordinarias, tan frenéticas como fantasmales, en las que ejercía la plenitud del clacisismo en el toreo.

Allí donde vive la tradición de la fiesta brava.