La Jornada domingo 13 de febrero de 2000

* Rolando Cordera Campos *

La universidad cuarteada

Uno a uno, los acontecimientos en la UNAM se conjuran para darnos el panorama sombrío de una pérdida mayor, labrada mucho antes de que esta crisis delirante irrumpiera. Asumir la catástrofe implica admitir que no es en la UNAM, en su diseño institucional y sus ritos y vetustas formas de gobernar y organizar sus funciones, donde se va a encontrar el hilo de Ariadna para salir de este laberinto.

La sociedad, si no mediante una consulta expresa sí por medio de la aceptación pasiva de las decisiones del Estado, impuso a la Universidad Nacional tareas gigantescas de reproducción intelectual y social, política y generacional, para las cuales la institución nunca tuvo los recursos necesarios. Con el correr del tiempo, estas exigencias produjeron una simulación que los cínicos ilustraban con los dichos de siempre sobre la enseñanza fingida que corres-pondía a salarios virtuales.

Sabemos bien que no todo ha sido simulación, aunque hoy se busque negar incluso esto so pretexto de derribar la mitología unamita. A partir de las "contiendas" con el sindicalismo, en especial el académico, como dieron en llamarlas el rector Soberón y sus colaboradores, se buscaron caminos que dieran salida a la presión demográfica ya presente y, por lo menos gradualmente, también a las expectativas de ascenso y progreso individual y familiar que alimentaban muchos miembros de las clases medias, que todavía abrigaban la ilusión del avance permanente que había producido la fase de crecimiento económico con cambio social que por ese tiempo empezaba a conocer su final.

Junto con estos esfuerzos de crecer "por adición", que desembocaron en los CCH realmente existentes, en mucho distintos del proyecto original promovido por el rector González Casanova, así como en las Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales (ENEP), el grupo dirigente universitario se dio a la tarea de convertir a la UNAM en una universidad de investigación digna de tal nombre.

Así, se crearon centros de investigación y se apoyó el desarrollo acelerado de los institutos existentes, hasta llegar a la construcción de la ciudad de la investigación, que sorprendía y alegraba a propios y extraños.

La falta de una visión integradora, junto con una especie de resignación ante la fatalidad de la universidad de masas, propició las imágenes de las "varias" universidades que tendrían que convivir en el campus central de CU y en la cada vez más abigarrada geografía humana y física de lo que hoy conocemos como la UNAM. La convivencia fue siempre precaria y las sucesivas movilizaciones de las décadas pasadas nos hablan de la dificultad creciente de una coexistencia que no se basara en aquella simulación originaria, heredada del trauma del 68 y acentuada por las crisis fiscales de los ochenta.

No hay universidad sin un compromiso permanente y obsesivo con el saber y su reproducción, pero ello no es posible sin la existencia explícita de criterios de calidad y rigor que obligadamente llevan a la selección progresiva y la discriminación en la asignación de recursos siempre escasos. La universidad puede, como la educación toda, formar ciudadanos, pero no otorgarles por decreto, o so pretexto de la justicia, credenciales al vapor para ejercer como profesionistas. Condenar los esfuerzos de acade-mización y excelencia porque amenazaban la ilusión de ciudadanía de los jóvenes pobres que habían arribado a la universidad era y es clamar por el engaño permanente de esos jóvenes y sus angustiadas familias.

Nada de lo anterior se pudo implantar en la universidad y todo se fue en operaciones tácticas, cuando no sigilosas, con las que se buscaba afanosamente poner lo académico en el centro de la organización universitaria. Mucho o poco pudo hacerse en este empeño, pero lo que no se impidió fue una segmentación enorme entre escuelas, facultades, institutos y centros de investigación, hasta consagrar la separación irracional y absurda de la investigación y la docencia. La dictadura del SNI se ocupó del resto.

La comunidad cuarteada que hoy aparece ante todos como la realidad dominante no es el producto de esta huelga atroz, que sin embargo amplificó la segmentación hasta lo grotesco. La reconciliación indispensable, una vez superada la dura fase judicial amplificada por los excesos de la PGR, tiene por eso que arrancar de lo más profundo de la institución real, de estos anillos que incorporan la excelencia a la vez que la penuria intelectual y académica y no se tocan.

La sociedad, que de modo tan ciego sobrecargó las ta-reas de la Universidad Nacional, tiene de nuevo la palabra. Los universitarios requieren de un respiro, antes de aspirar a su obligada reforma. Nada de eso se va a lograr en medio de la incomprensión de unos, súbitamente vuelta causa justiciera, y del reclamo inclemente de los más, con su cauda de auditorías que bien podrían iniciarse en sus propias arcas.