Vicente Rojo
Vuelta a México eterno
Germaine Gómez Haro (La Jornada Semanal, 30-I-2000) y Fernando González Gortázar en estas páginas (2-II-2000) califican a México eterno como cursi, adjetivo que en mi texto sobre esa muestra (La Jornada, 28-II-2000) no me atreví a usar, pero que comparto plenamente. La exposición está acompañada por un libro que aparentemente es el catálogo de la misma, pero que no lo es, porque en una confusa nota que antecede al listado de la obra avisa que ''El cierre de la edición del libro-catálogo fue anterior (por obvias razones técnicas) a la misma exposición, motivo por el cual, el orden en que aparecen las ilustraciones no siempre coincide con la mención de las obras en los textos, ni con los números del catálogo, el cual refleja la museografía".
Lo obvio es que la nota manifiesta la desorganización que reinó en el proceso de la exposición, pues lo normal es hacer primero la selección precisa de las obras a exponer y después la catalogación de las mismas. Pero, en este caso, cuando se imprimió el libro-catálogo no se sabía con exactitud cuáles iban a ser las obras a exhibir y, a juzgar por los cambios habidos con la muestra ya inaugurada, tampoco se supo después.
Pero al margen de esta falla (y de otras, como la reproducción a página entera de varias obras irrelevantes) en el libro, sobrio y bien presentado, lo importante, lógicamente, son los escritos que ayudan a comprender la idea de la exposición y que firman el sabio Jacques Lafaye y otros especialistas, con un texto introductorio de Carlos Monsiváis, que es un penetrante ensayo del complejo y rico arte mexicano. Como es lógico en él se menciona a varios importantes artistas de la corriente abstracta, bien sea geométrica (cuya permanencia en el arte mexicano precisó Fernando González Gortázar en su texto citado), expresionista o lírica, como Manuel Felguérez, Lilia Carrillo y Fernando García Ponce. Pero en el libro no aparece reproducida ninguna de sus obras, como tampoco fueron incluidas en la exposición.
Como se ve, me refiero de nuevo a la cuestión del arte no figurativo en México. En los últimos años, a partir del auge de esta corriente a mediados de los cincuenta, y después de ser tildada entonces de algo así como traición a la patria por extranjerizante, hoy es ampliamente reconocida por las instituciones culturales, quienes organizan exposiciones en museos y monografías y otorgan numerosas distinciones y honores a sus principales autores, incluso se ha creado en Zacatecas un importante recinto, el Museo de Arte Abstracto, que lleva el nombre de Manuel Felguérez.
Pero este reconocimiento es únicamente dentro de México, porque cada vez que organismos oficiales envían una exposición al exterior, las tendencias abstractas (que surgieron hace ya medio siglo) son escasamente consideradas, pues tal parece que, para ellos, no pueden ser mexicanas.
Algunos ejemplos: la exposición de 1990, México esplendores de treinta siglos, terminaba precisamente antes de la aparición de los creadores citados; en 1987 Imagen de México, de los 60 artistas representados, sólo tres eran abstractos. Actualmente se exhibe en Estados Unidos, enviada por la Secretaría de Relaciones Exteriores, la muestra Voces visuales de México, en la que de 121 obras catalogadas sólo una es abstracta. (Por mi parte debo aclarar que he participado en las dos últimas exposiciones, pero como me dijo en una ocasión Manuel Felguérez, quizá sea porque en algunos títulos de mis obras aparece la palabra México).
Estas exclusiones me recuerdan que Fernando Gamboa (šcuánta falta nos hace!) me comentó, a principios de los años cincuenta, lo que le costaba incluir a Tamayo en una magna exposición de arte mexicano de todos los tiempos, a causa de la oposición de dos pintores, de los entonces llamados ''grandes". Ya se sabe que cuando la historia se repite se convierte en parodia. Y esto puede ser lo que ocurre con México eterno: parece una parodia del arte nacional.
Hay muchas definiciones de lo cursi, pero escojo la que lo califica como ''el quiero y no puedo". En el libro-catálogo se conocen, mediante sus textos, los buenos propósitos de la exposición pero como demuestran las cartas que me dirigieron Teresa del Conde y Esther Acevedo (La Jornada, 2-II-2000), quienes la llevaron a cabo no supieron realizarla. Y fueron muchos, pues según los créditos que consigna el libro participaron el siguiente número de personas: coordinación general, 2; comité académico, 6; comité curatorial, 7; dirección técnica, 2; museografía (si así puede llamársele), 1; enlace de colecciones, 3; asesores, 3; apoyo técnico, 12, y colaboración en el catálogo, 5. O sea, nada menos que un equipo de š41 personas! Aquí sobra todo comentario, pero no una pregunta: en la exposición hay una sola obra de Gunther Gerzso, bellísima, pero de pequeño formato y, en cambio, se exhiben tres obras figurativas de Alberto Castro Leñero (pintor que merece todos mis respetos) de gran tamaño, una de ellas excelente, que mide casi 5 metros de largo. ƑPuede alguno de los 41 organizadores justificar esta desproporción? Mi respuesta es que como la exposición estaba pensada más para París que para México, la discriminación ya estaba prevista y servida de antemano.
Me disculpo por haber supuesto en mi texto anterior la ausencia de artistas mexicanos no nacidos en México. Por supuesto que los hay, pero yo pensaba entonces especialmente en obras figurativas, tan personales como imaginativas, de Vlady, Joy Laville, Roger von Gunten, Brian Nissen, Lucinda Urrusti y Alan Glas (además de otras de Héctor Xavier, Enrique Echeverría o Pedro Friedeberg), que hubieran hecho un contrapeso a las relamidas obras realistas o hiperrealistas mostradas en la exposición.
Ya sólo nos queda una esperanza: que la exposición que aquí tiene el tono de un aparador de joyería de la Zona Rosa, en París al menos se acerque a Pierre Cardin.