La Jornada miércoles 9 de febrero de 2000

Carlos Montemayor
Pinochet y la tercera vía

La reciente decisión del gobierno británico de liberar al general Augusto Pinochet por consideraciones políticas, es decir, por motivos humanitarios y no por razones legales ni clínicas, revela numerosos aspectos indeseables, aunque esperados, de la Europa contemporánea. El gobierno británico está demostrando de manera por demás convincente que el gobierno mexicano no es el único en el mundo (ni en el Tercer Mundo ni en el Primero, ni en el del Sur o en el del Norte) que afirma en su discurso oficial una cosa y en sus acciones concretas hace otra; el gobierno de los ingleses también gusta de afirmar en la superficie una cosa y en el fondo hacer otra. El caso Pinochet es un ejemplo más de esta desafortunada condición del nuevo régimen laborista de Gran Bretaña.

Los primeros intentos por liberar al general Pinochet surgieron desde el momento de su aprehensión. Para declarar ilegal la orden de arresto girada a finales de 1998 por el juez español Garzón, se llegó al extremo de querer reconocer como actos soberanos de Estado el genocidio, la tortura, la desaparición indiscriminada de ciudadanos chilenos y extranjeros, el golpe de Estado mismo. Esto ocurrió no sólo en círculos judiciales y políticos británicos; también en varios países de nuestro continente.

Liberar a Pinochet por "razones humanitarias" es un eufemismo. En función de un discurso retórico, al momento de la aprehensión los gobiernos de Gran Bretaña y España habían asegurado que se trataría de un asunto estrictamente legal y que las consideraciones políticas quedarían al margen. Prometieron no interferir con un proceso que deseaban sólo apegado a derecho. Ahora, una vez más, en ambos países la política ha desplazado al derecho y por "razones humanitarias" los políticos, y no los jueces, se proponen liberar a quien, carente de "razones humanitarias", subvertió el derecho, derrocó a un gobierno democrático y asesinó despiadadamente.

La tercera vía preconizada por el actual gobierno británico se parece cada vez más a la que dejó firmemente establecida el régimen de Margaret Thatcher. El gobierno actual repite las medidas anteriores y aspira a justificar sus actos con un nuevo discurso. Piensa que las palabras pueden ser la tercera vía en un mundo sitiado por fuerzas financieras y comerciales superiores a los Estados mismos. Pero ahora desconoce también la realidad que puede dividir a la Europa actual. El general Augusto Pinochet representa con creces las dictaduras fascistas que ensangrentaron y ensombrecieron gran parte del siglo XX. Cancelar el juicio a un dictador emblemático de esa aberración política es inexcusable en el momento actual, cuando en Austria se asoma de nuevo el rostro extremista del conservadurismo y del neofascismo.

Bélgica fue el primer gobierno europeo que apeló a la decisión británica de liberar a Augusto Pinochet. Fue también el primero, junto con Francia, que señaló la necesidad de que la Comunidad Europea desconociera a Austria como socio si se incorporaban al poder de ese país Haider y su partido. Bélgica ha sido por ello el primer gobierno atacado por Haider. Gran Bretaña parece ignorar los riesgos políticos e históricos que el caso austriaco representa cuando se dispone a liberar a un individuo como el general Pinochet.

Mala manera de demostrar que Inglaterra ha encontrado una tercera vía para el mundo. Mal momento para presionar a Chile, que se demoró 30 años en restablecer un gobierno democrático y digno como el que precisamente traicionó, destruyó y ensangrentó el general Augusto Pinochet.