La Jornada miércoles 9 de febrero de 2000

Bernardo Bátiz Vázquez
Las lecciones de la UNAM

Tan grave o mas que la corrupción por falta de manejo en el dinero público, es la corrupción oficial consistente en resolver las cuestiones políticas por medio del ocultamiento de la verdad, el franco engaño y la doblez en la actitud de las autoridades y de sus cómplices, que son frecuentemente las cadenas de televisión en el caso de nuestro país.

Con motivo de la ocupación de Ciudad Universitaria, pude ver en vivo algunas escenas de la entrada de la Policía Federal Preventiva a los recintos de la que fue mi alma mater y el contraste entre lo que decía el locutor y lo que nos mostraba la imagen de la cámara era notorio. Mientras el señor Ortega insistía impertérrito en que "viéramos" los destrozos que habían dejado los muchachos, el pobre camarógrafo movía constantemente su lente para buscarlos inútilmente. Un vidrio roto, una mesa con un paquete de pan bimbo a medio consumir, unos vasos desechables, algún desorden en sillas y mesas, pero nada de la destrucción extrema ni de los signos de vandalismo a que se referia el conductor del programa.

Lo más que logró descubrir con gran entusiasmo fue en algún lugar de la Facultad de Filosofía unas matas escuálidas de una hierba que dijeron con opinión experta eran de mariguana y unas botellas en una cajita de cartón, que aseguraron eran las terribles bombas molotov con las que los muchachos se defenderían de sus atacantes.

No le doy la razón a los ultras, que no supieron en qué momento detener su movimiento, pero mucho menos se la doy a las autoridades que iniciaron el conflicto y que se han empeñado en justificar sus acciones, con pruebas pre-constituidas como el plebiscito y el intento de toma de la Preparatoria 3 por empleados de seguridad y golpeadores contratados ex profeso. El encarcelamiento de cientos de jóvenes planeado de antemano, fue el resultado final de una maniobra, más allá de las posibilidades de una juez que dicta una orden de aprehensión; primero se sataniza a quien después se va a perseguir. Tanto nos presentaban a los paristas como vagos y energúmenos, que fue para todo mundo una sorpresa velos salir, a muchachas y muchachos tranquilamente, con la V de la victoria hecha con los dedos, pasando entre las filas de los policías, que por cierto se encontraban armados con escudos, cascos y garrotes y no desarmados como tanto se insistió.

Los jóvenes salieron de los salones y auditorios con sus cobijas, mal vestidos (como se visten todos los jóvenes de clase media para abajo atosigados por la pobreza), muchos con sus libros y mochilas, algunos con los lentes baratones cabalgando en la nariz, todos tranquilos, "calmados" como ellos mismos dicen, gritando alguna que otra consigna pero sin rastro alguno de beligerancia o violencia. En la actitud de los huelguistas sin duda hubo excesos y sin duda también es ya indispensable el retorno a las actividades académicas, pero el juicio más duro de la sociedad no debe ser en contra de los jóvenes y no tan jóvenes que protagonizaron el movimiento, sino en contra de los sesudos y maduros directores, rectores, doctores y maestros, empeñados en violar la Constitución cobrando cuotas por la enseñanza que debe ser gratuita y poniendo como paradigmas universidades estadunidenses.

El juicio severo debe ser también para quienes ocultan datos a la opinión pública, quienes la desorientan y la manipulan; a estas alturas, ya se sabe, a pesar de lo que diga la televisión, que los laboratorios están listos para seguir con sus trabajos y experimentos y que las instalaciones en general requieren una buena limpieza y nada más, que no estaría mal que emprendieran los policías federales que se pasean por patios y corredores, para combatir el ocio, los malos pensamientos y mantenerse en forma.