* CIUDAD PERDIDA
* Miguel Angel Velázquez *
* De la Fuente dejó de mentir
* La CNDH aceptó la complicidad
Por fin, el rector De la Fuente no mintió. Un grupo externo impidió el diálogo entre universitarios: la Policía Federal Preventiva.
El viernes se montó, en la antigua escuela de medicina, la conocida Casa Chata, donde se torturaba a quienes se rebelaban en contra de la Iglesia, lo que muchos pensaron sería la última farsa de esta mascarada.
El primer zedillista de la UNAM jugó y perdió. Todos a su alrededor y encima de él apostaron a la necedad de los paristas. Aseguraban que no aceptarían ir al diálogo con el rector, pero fueron.
Allí se rompió el primer escenario. La rectoría, entonces, no tuvo más que aceptar a los estudiantes y sus asesores. Resistir sin conceder, era la clave.
Las pequeñas fallas, demostraciones del montaje de la rectoría, no se tomaron en cuenta y saltaron cuando menos se esperaba. Así, un boletín de prensa mostró otra vez la cara de la mentira.
Todo parece indicar que la comunicación de prensa ya estaba preparada, aun antes de iniciar el encuentro y así, en automático, la emitió la Comisión Nacional de Derechos Humanos, antes de conocer los resultados de la reunión, y seguramente en alguna productora de televisión se preparaba el video que apenas unas horas después del asalto se transmitió para justificar lo injustificable.
La CNDH, así, había aceptado la complicidad. No habría diálogo, no habría acuerdo, nada, sólo simulaciones. El disfraz era a la medida. Una vez más, los paristas, que ahora transigían, aunque fuera un poco, cumplían con su destino. Habían caído en la trampa y serían exhibidos una vez más como intransigentes. El camino para la represión estaba limpio.
Mientras, en el juzgado dos de distrito se preparaba el golpe. Todos sabían cuál era la decisión. Entre la gente cercana a De la Fuente se advertía el desenlace: "Sólo hay dos caminos: cerrar la universidad o la entrada de la fuerza pública".
Entonces, un grupo de intelectuales, avergonzados por el futuro anunciado, pedían no llegar a la represión. Ya era tarde, pues el destino de la UNAM estaba echado.
La intención era callar las voces, buenas o malas, que retaban al poder desde su pequeña libertad. No se trataba de hacer una masacre; la idea era silenciar, vencer a esos chamacos necios y gritones que no entendían quién manda en México.
Y para ello no se requería de muertos ni de heridos. La idea era humillarlos, golpear sus conciencias para que nunca olviden la lección de la primera magistratura del país.
Por eso, los grises de la Policía Preventiva Federal fueron desarmados, aunque por las dudas, los de Caminos llegaron a la escena de la represión con sus pistolas a la cintura.
Total, en tres horas, más o menos, la intransigencia fue vencida por la perversidad, eso sí, sin muertos, sin golpeados, sin verdades, sin justicia, sin sentido.
Por si fuera poco, entre los periodistas que cubrían el asalto al Che Guevara, corrió la especie de la renuncia de De la Fuente. Muchos advirtieron con eso un pequeño gesto de justicia, pero era otra mentira.
Ya no era necesario. De costa a costa y de frontera a frontera, De la Fuente puso cara de yo no fui y construyó un escenario, el del bienestar para la familia universitaria.
Para que quedara claro, el presidente de la República, el doctor Ernesto Zedillo, dejó en claro que De la Fuente era su empleado, y se hizo responsable de los hechos.
Para nadie era un secreto, ni siquiera para el rector. En el conflicto, las manos del Presidente movían los hilos, y desde Los Pinos se esbozaban los diferentes paisajes. De la fuente era apenas un operador.
No se sabe cuándo saldrán los grises de la UNAM, tal vez nunca, tal vez deban permanecer allí para siempre con el fin de permitir que De la Fuente gobierne.
Nadie sabe cómo hará el rector para dar la cara a los estudiantes que, paristas o no, ya saben que no pueden disentir, está prohibido. Tendrán un congreso arreglado, se cobrarán cuotas en la UNAM, no habrá pase automático ni desaparecerán los cuerpos policiacos de la casa de estudios. Después de nueve meses se dio un gran salto, pero hacia atrás.
Todos, universitarios o no, sabíamos que el encargo de rector era para quien con la inteligencia y la razón podría vencer las dificultades planteadas por la universalidad de las ideas.
Ser rector hasta ayer era la gran medalla a la inteligencia. A partir de ahora, de ayer, de hoy, quien mande en la UNAM, si así sigue llamándose, tendrá que soportar la vergüenza de este 6 de febrero que no se olvidará.
ƑY hoy qué?, Ƒy mañana qué? ƑY el futuro qué? La lucha por una universidad para todos, por la educación gratuita, apenas empieza.