ƑHACIA UN DESASTRE HIDRICO?
Hay estados del país, afectados por una sequía crónica, donde el agua hoy apenas alcanza para servir a su capital que, por falta de este vital líquido, ve además inhibido su posible desarrollo turístico o industrial. Hay otros donde el agua, siempre escasa, se divide entre las maquiladoras y el abastecimiento urbano, a costa, naturalmente, de las actividades agroganaderas y de la vida de los sectores rurales.
Para peor, las grandes ciudades de todo el país deben conseguir el agua para los servicios domiciliarios cada vez más lejos (siempre a expensas del desarrollo rural) y perdiendo por el camino, por el mal estado de los ductos o por evaporación, una parte importante de esa agua tan preciosa.
En esas mismas ciudades la distribución hídrica no obedece a un plan y se efectúa como si el recurso fuese permanente e inagotable, además de servir sobre todo a los sectores más ricos y más consumidores que pagan casi lo mismo por metro cúbico que los demás (cuando éstos no deben pagar además un extra por un servicio de pipas a domicilio que, teóricamente, debería compensar gratuitamente las carencias del plan general de atribución del líquido).
Por otra parte, no se promueven técnicas para la preservación y tratamiento de las aguas servidas, de acopio de las aguas pluviales, de cambio de los servicios higiénicos por letrinas secas bacteriológicas o por medios más eficaces de drenaje.
Según la Conapo, 40 de las 113 ciudades más importantes del país ya sobrexplotan los mantos freáticos, y en los próximos años se calcula que 69 de dichas ciudades carecerán de agua suficiente para mantener los actuales consumos. Se puede calcular fácilmente lo que costará esta escasez al desarrollo industrial, hotelero, restuarantero, agroalimentario, por no hablar de sus efectos sanitarios.
Por consiguiente, es necesario encarar dos grandes tipos de medidas: la captación de agua mediante la reforestación de colinas y montañas cercanas a las ciudades y mediante el acopio de aguas pluviales, la reducción del desperdicio o de la contaminación del agua, utilizando técnicas apropiadas para su uso más racional y eficaz y, además, una política social más adecuada en lo que respecta al consumo urbano domiciliario, haciendo pagar adecuadamente este recurso cada vez más escaso y cobrándolo mucho más caro ųa modo de impuesto ecológico de reposición ambientalų a quienes más utilizan el agua para consumos suntuarios (albercas, fuentes decorativas, lavado de múltiples automóviles, riego de grandes parques o campos de golf, por ejemplo).
Antes de llegar a la perspectiva del racionamiento que se perfila en las proyecciones de los niveles actuales de consumo habría que dar prioridad a la defensa y reconstitución del ambiente e informar clara e insistentemente sobre la emergencia hídrica que nos amenaza y sobre los modos en que, colectivamente, es posible aún trabajar para evitarla o, por lo menos, postergarla.
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