* Juan O'Gorman/ III y última* *
* Elena Poniatowska *
Según Angela Gurría, quien lo quiso entrañablemente, en nuestro país de machos O'Gorman engrandeció a las mujeres. Las trataba con exquisita cortesía. De los hombres decía cosas terribles. ''En la Academia donde nos encontrábamos cada mes era un crítico muy valiente; todos lo escuchaban en silencio porque sentían por él un inmenso respeto. Lo que él pensaba lo decía en voz muy alta y a veces era tremendo. Tuvo fricciones con Rufino Tamayo porque consideró que comercializaba su arte, lo mismo con Chávez Morado, a quien llamaba Chambas Morado. No quiso pertenecer a galería alguna y malbarató su propia obra. Al acompañarlo a las sesiones de la Academia de las Artes, pensaba yo: 'šOjalá hoy diga algo sensacional!' y no me defraudaba. Yo siempre estaba esperando algo bueno y decía algo mejor, con más oportunidad, más chiste".
Un artista que ponderó lo estético
''Chacha (Ida Rodríguez Prampolini) lo promovió como pintor y arquitecto, trabajó a conciencia en su obra, escribió ensayos y libros que publicó la UNAM, Juan O'Gorman, arquitecto y pintor y durante una época fue su cuñada porque se casó con su hermano Edmundo. A Edmundo no lo traté ni quise. Hizo muchas víctimas entre las mujeres. A Juan lo conocí por su hermana Margarita, la mamá de Patsy O'Gorman. 'Tienes que conocer a Juan' ųme dijo Margaritaų y un día me invitó a cenar con él y con Helen. Me causó una impresión formidable por su manera de tratar a la gente. Su figura estupenda, su gracia, seducía a quien fuera. Me pareció un gran, gran señor, lo que tú esperas de un gran señor. El contestó mi discurso cuando entré a la Academia de las Artes y leyó un texto padrísimo. A partir de ese momento nos vimos con frecuencia. Nos hablábamos constantemente por teléfono, hizo mi retrato que fue un cambalache porque le gustó una escultura mía y se la di. šQue él quisiera una obra mía, la pusiera en el patio de su casa y se retratara con ella me conmovió! Cada vez que yo me deprimía me llamaba: 'No seas tonta, tú eres así y asado' y me sacaba del agujero y yo también lo sacaba del pozo en el que caía con frecuencia. La nuestra era una amistad muy grande. El estuvo muy enamorado, enamoradísimo de una poeta europea y cada equis tiempo iba a verla a su país. Su mujer Helen ya no le importaba. Al final, ni se llevaban. Helen fue espantosamente dura con él; decía las cosas con acrimonia y lo sumía más aún en la depresión. De ser guapa se volvió fea. Por si fuera poco, lo aisló de todos, le cerró puertas y ventanas. Juan quiso como a nadie a su hija Bunny (Conejito), una niña preciosa, su adoración. Yo entraba en su vida como una amiga muy solidaria, muy solícita pero siempre pensé que él era mejor conmigo que yo con él. Siento por él un gran agradecimiento. šCómo me sacaba!, šqué no hacía para que yo pudiera salir adelante! Me comprendía muy bien.
''Cuando lo conocí estaba lleno de vida y de alegría. Se deprimió mucho con la demolición de su casa de San Jerónimo 162, la gruta 'arte-habitación' que había hecho tramo a tramo con sus propias manos, a base de piedritas de colores, su artesanía, su juguete. Podía no gustar, pero era su obra. Helen la encontraba húmeda e incómoda. Llegó Mathias Goeritz a mi taller con una caja de cartón llena de cascajo y metió la mano en los escombros al decirme: 'Mira lo que queda de la casa de Juan'. 'ƑPor qué no compraron otra casa si lo que querían era destruirla?' ųpregunté en un gritoų. šCon la cantidad de terrenos bellísimos en El Pedregal y en San Jerónimo había de donde escoger!". Juan tenía la absoluta necesidad de venderla para pagar el colegio de Bunny en Estados Unidos. šTodo se hizo con dolo! Juan me aseguró que una cláusula amparaba su cueva, la ley estipulaba que no se podía destruir". Hasta aquí Angela Gurría.
Raquel Tibol, defensora de Helen Escobedo, quien compró la casa, da otra versión en enero de 1969, del conflicto que tanto afectó a O'Gorman. Dice que él ''pronto se hartó de la casa, a punto de vender el todo por el valor del terreno, que es bastante grande y que estaba ocupado en buena parte por uno de los jardines más bellos de México, compuesto y cultivado por Helen O'Gorman, esposa del pintor-arquitecto y experta en la flora mexicana, la cual ha perpetuado en una serie de notables acuarelas. Las deidades aztecas que ornamentaban la fachada ya no existen, debieron ser destruidas para volver habitable uno de los más obvios fracasos arquitectónicos de O'Gorman. Para salvarlas, como lo deseaba Ida Rodríguez Prampolini, el artista debió vender casa y terreno a quien deseara conservar por amor al arte una de las piezas más divulgadas del muralismo mexicano de los últimos quince años, o haber hecho ante los institutos encargados del resguardo del patrimonio artístico nacional un trámite previo a la venta. Los arrepentimientos o protestas postscriptum resultaron gratuitos y hasta ridículos. Con esto no quiero decir que no haya que lamentar la pérdida de una obra tan valiosa desde el punto de vista de su originalidad como decoración. Pero si su propio creador no intentó defenderla, resguardarla, cuidarla, etcétera, él sabrá por qué no lo hizo. Y que lo sabe podemos suponerlo basándonos en que además de arquitecto y pintor, O'Gorman es un artista que ha meditado sobre valores artísticos y estéticos".
Travesía en globo aerostático
A partir de la destrucción, las depresiones de Juan se hicieron cada vez más profundas. Teodoro Césarman lo acogía con tanto afecto que al menos ese día estaba seguro de que no le iba a pasar nada. Juan llegaba arrastrándose y salía chiflando, su bastón en el aire, dando pasos a la Fred Astaire. Teodoro Césarman siempre abrazó las debilidades, los temores de sus pacientes. Pero las de Juan se acendraron a tal grado que al final pintaba cosas horribles en contra de sí mismo, de los demás, de las doctrinas, de todos los absolutos, de los símbolos y las alegorías en las que creyó. Como que la vida se le había podrido adentro. Según Angela Gurría, en la Academia de las Artes hay una pintura atroz y con verla se entiende el horror de sus últimos años.
Despiadado consigo mismo, Juan también lo fue con los demás. Incisivo, desconfiaba, juzgaba, no pensó en ''pobrecita gente de toda la gente" y salvo unas cuantas excepciones, los seres humanos comenzaron a parecerle abominables. La humanidad entera cayó de su gracia. Seguro a la vuelta de la esquina aguardaba la violencia, la catástrofe ecológica, el fin del mundo. Todos habíamos comido la manzana envenenada y a México los traicionaban sus revolucionarios hoy multimillonarios. šSólo Bunny (Conejito, su hija adoptiva) podría ser una razón de vida, pero Juan consideró que muy pronto a ella dejaría de hacerle falta!
A Cristina Pacheco, que lo entrevistó una semana antes de su muerte, le consta que Juan no dejó de pensar un solo segundo.
ų''Me perturba su vestido rosa. No me deja morir"ųle reclamó.
De que Juan se torturaba a sí mismo nos lo dice su famosa dieta que Antonio Luna Arroyo consigna con sus propias palabras. Ana María Cetto, hija del arquitecto y jugador de ajedrez Max Cetto, y su ahijada la recuerda con pavor. Drástico si los hay, Juan se empeñó en una purificación de 40 días en los que no comió nada y ni siquiera permitió suero intravenoso como se inyecta a los huelguistas de hambre. De ella salió totalmente debilitado física y espiritualmente y jamás, según testigos, se recuperó. Antesala del infierno, la dieta fue también precursora de su suicidio. Juan fue preparándolo durante años, madurándolo con la misma paciencia y el mismo perfeccionismo con el que pintó sus cuadros de caballete y sus murales. Nada podía fallar y si acaso algo fallaba, tres opciones le asegurarían la absoluta consumación de su voluntad.
Sin embargo a algunos mexicanos que lo quisieron, a su hija, a Chacha, a Angela, a su sobrino Alejandro les ha sido dado ver en los días más claros del cielo guadalupano, un pequeño globo aerostático, llamado de Cantoya llevando en su canastilla a un personaje impoluto, serio, digno, muy bien peinado. Sus ojos tras de los anteojos no tienen la expresión de aflicción de los últimos años, al contrario, son irónicos y seductores. Vestido de overol, su saco de tweed lo resguarda del frío. Alto y desgarbado, desafía al viento con su pecho al que cubre una bufanda de cashmere. Luminoso, abundan en torno suyo los juguetes que en sus cuadros de caballete hicieron nuestras delicias. ''Píntame volando" solicitó y así lo vemos ahora, entre rehiletes de feria, palomas mensajeras y banderitas tricolores. El globo en el que viaja atraviesa los paisajes realistas que él mismo bordó a punto de cruz, pero nunca crucificado, porque la pintura lo fue vaciando de sus inquietudes y zozobras y su pincel sobre México fue amoroso; el Cerrito del Tepeyac, el santuario de Chalma, el acueducto de Los Remedios, Cuernavaca y Taxco cuando sólo lo conocía el gringo William Spratling. La ciudad de México sin esmog y sin violencia se nos aparece resplandeciente y Juan en lo alto va cuadriculando el cielo para pintarlo más azul. Satisfecho del resultado, desdobla con sus dos manos uno de esos papelitos en el que escribe aplicado y con muy buena letra la señalización destinada al espectador, sostenida en el aire por el pico de oro de dos palomas como lo ordena el arte popular: ''Juan O'Gorman murió a los 76 años de edad, el 18 de marzo de 1982".
* Las tres entregas publicadas en estas páginas constituyen el prólogo del libro O'Gorman, de varios autores, publicado por Landucci Editores