Poner fin a la huelga en la UNAM

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

E SUMO A las palabras de Carlos Monsiváis dichas en un programa radiofónico la noche del martes: La huelga debe terminar inmediatamente, antes de que el espiral de violencia continúe degradando junto a la universidad la convivencia política en el país todo. Todavía hay un pequeño margen para impedir que se imponga una "solución" represiva capaz de arrastrar a la máxima casa de estudios a problemas aún más graves que los que se pretende resolver. Las partes deben sentarse y negociar sin pretextos ni dilaciones una salida capaz de poner a salvo lo que aún queda de la universidad.

A la hora en que escribo estas notas carezco de la información suficiente como para reconstruir los hechos recientes que ya dejaron un saldo trágico de heridos y muerte. Si hubo, como parece, una condenable provocación orquestada por fuerzas ajenas al movimiento estudiantil para que los acontecimientos desbordaran el límite, no puedo saberlo ahora, pero no cabe duda de que la principal responsabilidad por la entrada de la policía a las instalaciones universitarias proviene de quienes han hecho de este problema su propia guerra particular, invocando el fantasma de la represión siempre como una coartada para, finalmente, hacerla viable si no es que deseable.

La ciudadanía ha soportado durante estos nueve meses las más absolutas demostraciones de irracionalidad, esperando en vano un gesto reconciliador proveniente del CGH, pero éste no se ha dado jamás. Todo lo contrario: la propuesta del rector para discutir en un congreso la reforma de la UNAM fue rechazada sin discutirla siquiera, como si fuera una ocurrencia indigna de consideración.

La situación, no hace falta decirlo, es gravísima. Ningún error; ninguna tontería cometida por las autoridades universitarias podría justificar la exoneración de algunos líderes en la escalada del conflicto. Hay numerosísimos elementos de juicio para comprobar que la comunidad universitaria no desea que la fuerza pública se encargue de "resolver" el problema, pero la intransigencia reiterada de algunos sectores estudiantiles hace que tales posiciones parezcan insulsas fantasías de quienes sí aspiran a soluciones políticas verdaderas. Los acontecimiento de la Prepa 3 confirman, una vez más, que si la provocación puede llevarse a tales extremos, se debe, en todo caso, a que logra montarse en la lógica de la confrontación que caracteriza al movimiento desde sus comienzos. Por lo visto, se trata de impedir cualquier salida negociada y pacífica, pasando por encima de la opinión de miles de universitarios expresada en el plebiscito, pero también sobre los ánimos crispados de la gente de la ciudad que ya está cansada de que a través del conflicto universitario se confronten fuerzas que, por lo visto, actúan sin decir su nombre. Las autoridades judiciales capitalinas y federales tienen que aclarar de manera trasparente cómo se produjeron los hechos lamentables y quiénes son los instigadores de la violencia. Pero los responsables de la universidad, los políticos que gobiernan al país y la ciudad, así como los partidos que los apoyan tienen que explicar su conducta que ha sido, por decir lo menos, superficial e irresponsable. *