* Olga Harmony *

La primera dama

El teatro político y social tiene un público ávido de reconocer los problemas de nuestro país, a pesar de la decretada muerte de las ideologías. Con mayor o menor fortuna, esta es una tónica que prevalece en la dramaturgia de Wilebaldo López y si bien alguna de sus obras que se siguen representando, como Cosas de muchachos, ya pueden verse superadas por la información sexual que, afortunadamente, tienen los adolescentes actuales, casi todas dejan constancia de algún momento de la vida mexicana. La primera dama, su más reciente estreno en el que además ųcomo lo ha hecho en otras ocasionesų dirige y actúa, se inscribe en esta tónica, con el acierto de presentar a una especie de Lady Macbeth del sureste mexicano, aunque algunas de sus propuestas colaterales ofrezcan muchas dudas.

El lenguaje por momentos soez de los cónyuges correría el riesgo de una censura si prosperara también para el teatro la ''inexistente", pero discutida nueva ley de cinematografía, aunque las características de los personajes lo admitan. En teatro por ejemplo, y permítaseme el paréntesis, no podrían darse diálogos como el que dos distinguidos investigadores tuvieron tras las alambradas paristas y del que dio cuenta este diario. En un texto dramático los científicos se hubieran expresado con mayor mesura, pero el político arribista que plantea López no sabe de mayores refinamientos. Tampoco en las alusiones sexuales está el problema, excepto por dos cosas. La primera, que la historia que se nos cuenta, la del poder y los medios para conservarse en él es lo suficientemente atractiva sin necesidad del recurso sexual, a veces muy gratuito e inverosímil ųcomo lo es también la discusión acerca de los hijosų dado lo que está en juego. Quizá el autor pensó que era un aliciente mayor para el público (ese extraño público que el día del estreno aplaudió a la antigüita la entrada de los actores).

Mi duda mayor estriba en el sexismo que es parte de la propuesta. Sin entrar en mayores problemas acerca de la bisexualidad de los dos esposos, es muy curioso que a la mujer fuerte y decidida se le den características masculinas y al hombre falto de agallas se le den connotaciones mujeriles, por no hablar de la curiosa idea que se tiene acerca de los bailarines de ballet. En términos estrictamente heterosexuales existen mujeres recias y decididas, no necesariamente criminales, y existen hombres pusilánimes empujados a la audacia por su mujer. Lady Macbeth y su consorte se nos vienen a la mente en esta obra que tanto nos los recuerda. Los planteamientos sexistas del autor molestan y resultan un lastre en la limpidez de la historia que se nos cuenta, con sus referencias a las matanzas de indios y de maestros, a la impunidad de los crímenes cometidos por Rosaura y a las componendas de las cúspides del poder.

En la recámara de la casa gubernamental, indudablemente del sureste mexicano, diseñado escenográficamente por Félida Medina, transcurre la acción. La escenógrafa propone un cuarto ya casi despoblado, con cajones y maletas, cuadros descolgados, con sólo una cama con sus mesillas de noche, su tocador y un sillón reclinable a media recámara, que se presta para algunos movimientos pero que se siente demasiado preparado para ellos. Por otra parte, simula un techo con vigas en recuadro que le permiten una iluminación más o menos efectiva en las precarias condiciones de ese teatro, aunque se vean las sombras de las bambalinas, y que ayudan a conservar la ambientación.

Joana Brito vuelve a la escena en su papel de Rosaura; si al principio se muestra muy exterior, en su difícil monólogo de arranque, poco a poco da todas las intenciones de su personaje. Wilebaldo López dirige y actúa. Como director tiene aciertos en su muy limpio trazo escénico y en la maliciosa utilización de un himno que no es el patrio ųy que está prohibido utilizar en escenaų pero que podría serlo y en esa bandera tricolor sin escudo, lo que lo libra de toda censura, al igual que nunca referirse a un país, estado y gobierno concretos. Como actor, tiene muy buenos momentos en su dubitativo personaje, que transita de la brutalidad propia al horror de la brutalidad de su mujer, de la arrogancia a la abyección. Es una lástima que como autor no advirtiera la bondad de su propuesta y de sus personajes y los quisiera vestir con absurdas galas que a la verdad estorban.