* Angeles González Gamio *

Colonia de abolengo

A mediados del siglo pasado la ciudad de México comenzó a crecer, entre otras razones, porque se inició una fuerte inmigración de provincianos, que buscaban las oportunidades que ofrecía la capital, concentradora desde siempre de los poderes político, comercial y religioso. Esto desbordó la antigua traza, y los ranchos y las haciendas que rodeaban la ciudad comenzaron a poblarse. Surgió entonces el concepto de "colonia"; una de las versiones dice que uno de los primeros fraccionamientos se construyó para que lo habitara la colonia americana, precisamente la que ahora se llama Juárez. Finalmente no tuvo ese destino exclusivo, pues la poblaron sobre todo opulentas familias porfiristas, pero el término de colonia se quedó.

Por la misma época nació, en parte del potrero de la horca, la colonia de los Arquitectos, pequeño barrio que rodeaba al que ahora es el monumento a la Revolución, diseñada por el ingeniero Fernando Somera, para que la vivieran los arquitectos de la Academia de San Carlos. Muy influyente, logró la urbanización sin costo alguno y, como corolario, en 1865 consiguió que el gobierno imperial aportara 12 mil pesos para introducir el agua potable, procedente del acueducto de San Cosme, a través de una tubería de fierro. Años más tarde (1882), los terrenos aledaños, pertenecientes al rancho San Rafael, también conocido como del Cebollón, propiedad de la señora Josefa Terreros viuda de Algara y sus hijos, fueron adquiridos por los señores Enrique Tron, León Signoret y Eduardo García para establecer la colonia San Rafael.

Muy atractiva por su ubicación, cercana a la ciudad de México, con buen clima y agua abundante, tuvo éxito desde sus inicios, conjuntando un rico tejido social, ya que adquirieron lotes lo mismo familias acaudaladas que de clase media, compuesta por comerciantes, empleados, militares y alguno que otro obrero y artesano. Eso dio a la flamante colonia una particular fisonomía arquitectónica, que combina mansiones fabulosas y buenas residencias con encantadoras privadas de todos tamaños y elegancias. Este último tipo de construcción fue muy característico de la San Rafael, que todavía conserva varias de aquéllas. Tal concepto habitacional nació en 1900 como resultado de la especulación inmobiliaria y la explotación ilimitada de los fraccionadores. Consistía en casitas o departamentos, a los lados de una callecita privada, con un acceso restringido, generalmente protegido por una reja de hierro.

Sin duda ésta fue una buena solución para parejas jóvenes y personas de recursos medios, que disfrutaban de seguridad y de la convivencia vecinal que brinda un patio, en este caso una vía cerrada, la cual es sitio de juego de los niños y de encuentros de los mayores, digamos que una vecindad de lujo.

La San Rafael ųa la que se asimiló la de los Arquitectosų, como el resto de las antiguas colonias capitalinas, sufrió a partir de la segunda mitad de este siglo un severo deterioro; muchas de sus magníficas construcciones fueron demolidas para levantar edificios viles, cuyo fin eran las ganancias rápidas, y las casonas y privadas que sobrevivieron, la mayoría afectadas por las rentas congeladas, se fueron menoscabando.

Algunas de las grandes mansiones se han convertido en escuelas u oficinas y, cuando al frente se encuentran personas sensibles, las han restaurado y les dan mantenimiento, pero éstas son las menos. Sin embargo, la belleza esta allí, esperando, al igual que el Centro Histórico, que particulares y gobierno se decidan a devolverles su esplendor. En algunos casos, vecinos amorosos están restaurando, poco a poco y con mucho esfuerzo, porque están conscientes de que tienen un tesoro, cuya posesión compromete a su cuidado, pues es un privilegio tener una de esas propiedades.

El número 16 de la gaceta del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México ųque ya está a la venta en El Pórtico (Eje Central 24 y Pasaje Zocalo-Pino Suárez), Sanborns, Puerto de Liverpool, El Sótano y Librería Polanco, entre otrasų tiene un excelente artículo de Edgar Tavares sobre las privadas de la San Rafael, así como una serie de entrevistas con habitantes antiguos de ellas y magníficas fotografías. El opúsculo se enriquece con las colaboraciones de Miguel León Portilla, con un interesante artículo sobre la nomenclatura indígena en la ciudad de México, dedicado a don Manuel Gamio, y otro de Ramón Xirau, con sabrosas reminiscencias de Mascarones, el bello edificio barroco que fue la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, alma mater del autor.

La San Rafael también cuenta con buenos restaurantes, como Boca del Río, en la avenida Ribera de San Cosme, casi esquina con Serapio Rendón. La antigua marisquería, sitio de tradición de esa colonia, continúa sirviendo porciones generosas en sus platillos, que reviven crudos y deprimidos, como el coctel bien llamado "vuelve a la vida".

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