* Antonio Gershenson *

Recortes, privatización y objetividad

Por un lado, se insiste en querer vender la industria eléctrica nacionalizada con los intentos de resucitar el cadáver de la iniciativa de reforma constitucional en la materia. El argumento, como en el pasado, es la enorme necesidad de inversión en esa industria. Pero al mismo tiempo, a la industria eléctrica realmente existente un funcionario de Hacienda le anuncia un recorte presupuestal, lo mismo que a la petrolera. Pero, eso sí, hubo respuestas iracundas cuando se planteó reducirles el multimillonario regalo navideño del Fobaproa-IPAB a algunos banqueros.

Estas son contradicciones dentro de las palabras y actos de los funcionarios involucrados. Además, la insistencia en recortar choca con el hecho, comentado aquí hace una semana, de que los altos precios del petróleo mexicano exportado "ya casi pagaron" la cantidad en la que la Cámara de Diputados, con disgusto del Ejecutivo, aumentó al gasto público federal, por encima de lo que el gobierno aceptaba. Y este aumento al gasto, haciendo un poco menos miserables las jubilaciones, y dejando un poco más de recursos a los estados y municipios, era el pretexto para saltar a la palestra, lanza en ristre y con la tijera desenvainada.

Es más, habrá excedentes importantes porque el precio del petróleo no se va a desplomar, sino que va a seguir en niveles altos, lo cual hace verdaderamente grotesco que se insista en recortar el presupuesto aprobado por el Congreso de la Unión. También hemos hablado en anteriores semanas de la incongruencia entre el hecho de que el gobierno mexicano sea uno de los actores importantes en la concertación de exportadores de petróleo para defender su precio, y el supuesto oficial de precio promedio anual que implica que esos esfuerzos van a fracasar estrepitosamente.

Hay un ejemplo que muestra claramente que las causas de la recuperación de precios no son de corto plazo. Un hecho es fundamental: ahora el precio depende ante todo de lo que sucede en el campo de los países exportadores, a diferencia de lo sucedido entre fines de 1985 y los primeros meses de 1999. Pero este cambio se asienta sobre una demanda mundial creciente y sobre una oferta objetivamente limitada en los países que no forman parte de los acuerdos. El ejemplo al que nos referimos es el de la producción de petróleo en Estados Unidos.

El año pasado se caracterizó por un aumento muy rápido y muy sostenido en los precios del petróleo crudo. Eso hace atractiva la inversión en la extracción petrolera. Sin embargo, el mismo año de 1999 la producción en Estados Unidos tuvo su declinación más fuerte en una década, al agregar una caída de 5.7 por ciento para llegar a casi la mitad del nivel de producción más alto, logrado en 1970. La producción de Alaska, que había compensado durante un tiempo la caída en la producción de los estado contiguos de ese país, y que llegó al máximo en 1988, también llegó a cerca de la mitad de ese máximo con una baja, en 1999, de 10.7 por ciento. Y es que pasan años entre el momento en que empiezan a darse los altos precios que motivan mayor inversión, y el momento en que esa inversión no sólo se materializa sino que se traduce en suficiente aumento en la producción como para pesar significativamente en los precios mundiales. La declinación de la producción en el país vecino es final, pero el ritmo más fuerte de bajada, relacionado con el anterior período de precios bajos y por lo mismo de baja inversión, se mantendrá en lo fundamental en este año.

La falta de objetividad, de la que hoy comentamos algunos ejemplos, ya se ha producido en otros fines de sexenio. Las situaciones de devaluación y de crisis que se dieron no fueron ajenas a decisiones poco atinadas. Hace seis años, la transición sexenal se dio en un ambiente muy pesado, que incluyó desde los asesinatos políticos hasta las devaluaciones. Es importante, para que el clima político y económico no se deteriore más, y para que efectivamente tengamos una transición ordenada, que haya un esfuerzo grande de objetividad y de racionalidad.