* Carlos Bonfil *

Un esposo ideal

En el cine de los noventa se multiplicaron sorpresivamente las adaptaciones de obras literarias del siglo diecinueve, se ganaron lectores cinéfilos para autores como Jane Austen y Henry James, y se propusieron relecturas novedosas como la de la directora neozelandesa Jane Campion en Retrato de una dama. En Europa el portugués Manoel de Oliveira realizó La carta, una estupenda adaptación de La princesa de Cleves, de Madame de La Fayette, mientras el chileno Raúl Ruiz filmaba El tiempo recobrado, adaptación muy libre de la obra de Marcel Proust. De igual modo se reveló una afición realmente infatigable por William Shakespeare, desde la fantasía posmoderna de Baz Luhrmann, Romeo y Julieta, estelarizada por Leonardo di Caprio y Claire Danes, hasta el romanticismo jovial de un Shakespeare apasionado. Por su parte, Oliver Parker, responsable en 1995 de una desangelada adaptación de Otelo (la tragedia había sido llevada a la pantalla cuarenta y tres años antes por Orson Welles), adapta ahora una de las mejores comedias de Oscar Wilde, Un esposo ideal (An ideal husband), filmada también hace cuarenta y tres años por Alexander Korda, y que en México tuvo como título Una mujer en mi pasado.

La cinta de 1947 tenía como atractivo central, además de los diálogos de Wilde escrupulosamente respetados, la figura de Paulette Goddard en el papel de la señora Cheveley, centro absoluto y fuente inagotable de malentendidos e intrigas. En la película de Parker, ese mismo personaje, interpretado por Julianne Moore, fascina al espectador en sus confrontaciones verbales con Lord Goring, el irredimible seductor que encarna Rupert Everett. Un acierto insuperable de la cinta de Korda era la ambientación de los salones aristocráticos donde transcurren esos duelos de malicia e ingenio, y la elegancia en el vestuario diseñado por Cecil Beaton. Parker retoma el asunto sin mayor originalidad.

La historia resume un conflicto moral. Lord Chiltern (Jeremy Northam), un hombre político respetado, sufre el chantaje de la señora Cheveley (Moore), quien posee una carta que compromete su honor y su felicidad conyugal. Un amigo suyo, Lord Goring, se revela capaz de cualquier sacrificio (y el matrimonio aparece aquí como el más doloroso) para salvarlo del descrédito total. Goring declara, por lo demás, ser feliz en su voluptuosa soltería, pues "amarse a sí mismo es el comienzo de una larga historia de amor". Cate Blanchett (Elizabeth, Kapur, 1998), es Lady Chiltern, la esposa agraviada. Los temas de la amistad, la honestidad, el poder reparador de la mentira, y el escándalo moral (tan presente entonces como un siglo después en la época de Hillary Clinton), son los ingredientes de esta comedia estupenda.

La aproximación azarosa de Parker desperdicia, sin embargo, el talento de sus actores. La dirección no sólo es discreta, sino rutinaria; el fondo musical que debiera marcar transiciones y acentuar efectos dramáticos, es banal y a menudo inoportuno, como en una serie televisiva. Parker no parece encontrar el tono narrativo justo. En lugar de una comedia sofisticada próxima a Lubitsch (El abanico de Lady Windermere, 1925), elige un tono naturalista y plano que sólo se anima a ratos por la destreza y simpatía de los comediantes. Las escenas de desenlace juegan con el lenguaje de la comedia romántica hollywoodense de los cincuenta, pero gran parte del resto semeja teatro filmado, sin mucha imaginación y sin mucho juego escénico. Piénsese de nuevo en Lubitsch y en el modo en que maneja visualmente un malentendido en dos habitaciones contiguas (Design for living, 1933), basada en una obra teatral de Noel Coward, y saltan a la vista las obviedades en la escena capital en la que Cheveley se introduce a la casa de Goring tomando el lugar de la esposa de Chiltern. No resulta tampoco muy afortunado presentar al propio Wilde recibiendo los aplausos luego de la representación de una de sus obras. Es un recurso fácil que nada aporta a la cinta. En las adaptaciones de este autor, los actores han sido siempre el factor determinante de éxito, como en La importancia de llamarse Ernesto (Asquith, 1952), con Michael Redgrave, Joan Greenwood y Margarete Rutherford. En la nueva versión de Un esposo ideal el reparto es también notable. Esta es su mejor recomendación, además de la oportunidad que brinda de volver a disfrutar un texto magnífico.