* El municipio de Bachajón es el semillero de esos promotores indígenas
Diáconos y catequistas, la base de la Iglesia autóctona en Chiapas
* Mientras más haya, más viable es nuestra misión; no son clérigos de segunda, dice el padre Nacho
Blanche Petrich, enviada, Bachajón, Chis. * El territorio que cubre la diócesis de San Cristóbal de las Casas, con un millón y medio de personas asentadas en su mayoría en más de dos mil comunidades que pueblan las vertientes serranas, selvas y llanuras, es uno de los más ''quebrados'' de la geografía nacional con muchos aislamientos propiciados por ríos, montañas y escasez de carreteras. No hay un solo servicio que cubra en su totalidad todas las comunidades, excepto el religioso. Personal de la diócesis se jacta de un récord del cual ninguna otra región del México católico puede presumir: cada domingo se celebran misas en casi todas las ermitas de la región, a pesar de que la jurisdicción del obispo Samuel Ruiz sólo cuenta con 58 sacerdotes, 100 misioneros y 173 religiosas.
Sin los equipos de diáconos -ahora suman cerca de 400- y los catequistas -alrededor de 8 mil-, este récord no sería posible. La base de esta estructura es el esqueleto de lo se ha llamado Iglesia autóctona. Muchos miembros de la jerarquía eclesial expresan incomodidad o franca discrepancia con esta labor. Pero para el equipo ''samuelista'' y sus aliados dentro y fuera del país, dentro y fuera de la Iglesia católica, es su mejor fruto.
Parroquias o gasolineras
De acuerdo con el jesuita Mardonio Morales, ''se trató, en sus inicios, de romper la tradicional pastoral centralista que mira a la parroquia como una gasolinera, a la que los ministros del culto sólo llegan a abastecerse de material''.
Mardonio y su hermano Ignacio Morales han trabajado desde hace cuatro décadas en la región tzeltal, llamada mukulúm, pueblo grande, porque abarca desde los Altos hasta la raya de la frontera con Guatemala.
Bachajón cuenta -como casi todos los pueblos principales de la región- con un templo del siglo XVI. A espaldas de la nave de la iglesia, en el patio del convento aledaño -es decir, precisamente atrás del crucifijo del altar- se yergue una antigua estela de la cultura de Palenque, quizás del año 300 antes de Cristo.
Cuentan que hace algunas décadas la escultura precolombina permaneció tirada, sin más, entre los árboles cuajados de orquídeas. Y por las noches, cuando el señor párroco dormía, solían entrar sigilosamente algunos principales del pueblo a prenderle velas al monumento. Actualmente un mural en ese mismo jardín sugiere esa continuidad entre la fe de los antiguos mayas y la que llegó en las naves de los conquistadores españoles.
El obispo Samuel Ruiz menciona con frecuencia que cuando llegaron los evangelizadores de la Colonia, no trajeron a Dios con sus cruces sino que encontraron a Dios entre los indios de este continente.
El caso de Bachajón es uno de los más significativos en el proceso de formación de catequistas y diáconos indígenas. De hecho, es el semillero. El municipio cuenta con 555 ermitas, atendidas por un vasto tejido de seglares: mil 115 principales, que en cada comunidad tienen la máxima autoridad moral; mil 350 presidentes de ermita, que prestan la base logística para todas las tareas religiosas; cerca de mil 500 catequistas, más los promotores de salud. Ya ordenados, había a la fecha de la entrevista 210 diáconos y 70 prediáconos.
El padre Nacho, párroco de Guaquitepec, indica: ''Mientras más diáconos haya, más viable es nuestra misión. No son, de ninguna manera, clérigos de segunda''.
Durante una velada en el comedor del convento, nos ofreció esta cátedra:
''En tzeltal, diácono es tujunel, servidor. Pero por ciertas travesuras del idioma, en los Altos esa palabra puede entenderse como servidor sexual, por lo que en Bachajón el cargo se denomina abatinel, derivado de abad. Cada diácono atiende de dos a tres ermitas, además de cumplir con el inmenso trabajo de cualquier campesino local: la milpa, la leña, el café, la familia y la tradición. Su formación requiere muchos años de servicio y cargos, y una incuestionable autoridad moral ante los suyos. Quien es diácono ya ha sido, por ejemplo, enfermero, presidente municipal, comisario ejidal. Lo eligen por tener quixin otan, el corazón caliente.
''En la jerarquía (apegada estrictamente a las normas de la Iglesia romana) le sigue el imuc ablesej o'tanil, coordinador de diáconos. Para acceder a este cargo, que en el mundo urbano requiere ya altos grados académicos, en el mundo rural indígena -donde saber leer es ya un lujo y un privilegio- se necesita el bachillerato terminado. También existe el ticonel, diácono caminante, que visita otras regiones''.
El proceso de formación de catequistas se inició incluso antes de la llegada de Samuel Ruiz. El obispo Lucio Torreblanca, antecesor del tatic Ruiz García, sentó las bases para la formación de los primeros catequistas indígenas en 1958-1959, aunque su educación se hacía con base en el catecismo tradicional, preconciliar. Entre los tzeltales la idea prendió con fuerza. El primer curso abarcó 39 catequistas, pero en dos años acudían ya 800. En la actualidad, han cumplido las estrictas normas de formación más de mil 200 en la zona que administra la misión jesuita, que abarca desde Chilón hasta Palenque (la llaman CHAB, por las iniciales de su eje geográfico: Chilón-Arenal-Bachajón).
Inicialmente, había tensión entre los catequistas y los cargos tradicionales, porque los primeros llevaban un mensaje de acuerdo con la mentalidad occidental y en español. En una etapa posterior se incorporaron al trabajo de la misión jesuita otras congregaciones. Llegaron las monjas del Divino Pastor y las Hemanas Mínimas de María, que emprendieron un proyecto de educación con respaldo, desde México, de la Universidad Iberoamericana y la agrupación Fomento Cultural y Educativo.
Ya para los años 60, el clero chiapaneco empezaba a trascender el catecismo tradicional. Se hablaba de ''acompañamiento'' de los procesos sociales. Y se actuaba. En ese momento, por la falta de tierras en los Altos, se inició el enorme movimiento migratorio hacia la selva Lacandona, para colonizar los llamados terrenos nacionales. Junto con las comunidades se fueron también catequistas y diáconos, estrechamente ligados con el seguimiento institucional que les dio la diócesis.
Tanto en los nuevos territorios -la ''tierra prometida''- como en las antiguas comunidades, el movimiento de catequesis se involucró en proyectos de salud, educación, lucha agraria. Muchos catequistas y diáconos se convirtieron en forma natural en líderes agrarios, sociales y políticos. Eran electos comisarios ejidales y hasta presidentes municipales.
Las parroquias no eran ajenas a la formación de ese nuevo liderazgo indígena. Los hermanos Morales (Mardonio y Nacho) no sólo tradujeron la Biblia al tzeltal, sino que tradujeron también la ley agraria de la época. Desde las iglesias se organizan cursos de derecho agrario para frenar los despojos galopantes. Fecha clave es 1974, con la realización del Congreso Nacional Indígena, que da pie a una explosión de organizaciones sociales. El movimiento pastoral no se abstrae, participa. De los cuatro temas de debate en el congreso -tierra, salud, educación, comercio- surge una denuncia social muy fuerte sobre la miseria espantosa que impera. El proceso desborda a la diócesis.
Pero también da pie para que inicie el movimiento al diaconado indígena. Explica Mardonio: ''En 1975, las comunidades empiezan una reflexión que hacen llegar a Samuel. La evangelización está en manos de los agentes de pastoral que vienen de fuera. En una reunión se reflexiona: si el obispo, sus párrocos y sus agentes viajan todos juntos en un avión y el avión se cae, todo el trabajo en las comunidades desaparece. Los indígenas reclamaron: no acaparen el Espíritu Santo. Déjenlo con nosotros. Fue un argumento muy fuerte. Samuel Ruiz tomó la decisión de iniciar la estructura del diaconado''.