* Vicente Rojo *
México, Ƒeterno?
Como entre una de mis muchas debilidades está la de ser aficionado a la música conocida como romántica, hace algún tiempo escuchaba por radio un programa de complacencias telefónicas llamado Las inmortales de Radio Mil. Un día una oyente pidió determinada pieza y el locutor le contestó: ''Señorita, esa canción no la podemos poner porque ya no es inmortal". Me acordé de esto cuando visité en el Palacio de Bellas Artes la exposición México eterno y pensé en cuántas de las obras en ella expuestas podrían (o deberían según mi opinión), al igual que la canción aquella, dejar de ser eternas. Esto quizá lo diga el tiempo, pero lo que me produjo más inquietud al recorrer la muestra fue tratar de entender por qué excepcionales obras maestras del arte mexicano pueden ponerse en manos de burócratas ineptos (perdón por el pleonasmo) cuyo trabajo, por llamarlo de alguna manera, consiste en amontonar pieza tras pieza, divididas en revoltijos temáticos, colgadas en paredes de colorines o colocadas sobre bases de gusto decorativo pedestre.
La exposición comienza muy bien con las esculturas de Jorge Yázpik, Ricardo Regazzoni y Kioto Ota, junto a unas pequeñas, aunque ensombrecidas piezas prehispánicas. Pero si uno se dirige a la derecha se topa con un objeto enorme lleno de pinchos (Ƒuna escultura?) que, desde luego, espero que no se considere eterno, y que me desanimó para seguir por ese lado. Me fui hacia la izquierda y prácticamente en la cafetería (que hay que cruzar para avanzar en la visita) está el sorprendente cuadro de Orozco, Paisaje metafísico, que al igual que otras muchas obras no se puede ver a causa de una pésima iluminación.
Y, después de sortear el caos de tantas salas, salitas, recovecos, esquinas y pasillos, noté lo único que sí queda claro en esta jerigonza museográfica: no se exhibe casi ninguna pintura no figurativa (también conocidas como abstractas) quizá porque las obras de esa tendencia hechas en México no son consideradas eternas. Así, se borra de un mamparazo toda una corriente en la que destacan pintoras y pintores que, según indica la geografía, parecen ser mexicanas y mexicanos: Manuel Felguérez (Zacatecas), Fernando García Ponce (Yucatán), Lilia Carrillo y Francisco Castro Leñero (DF), Irma Palacios (Guerrero) y Gabriel Macotela (Jalisco), entre otros. Y aunque ya dije al principio que hay tres espléndidas esculturas abstractas, no se comprende la ausencia del clásico Germán Cueto y de los activos Sebastián, DuBon o Fernando González Gortázar. Para dar un ejemplo: de este último, el Instituto Nacional de Bellas Artes presentó el año pasado una exposición en el Museo Tamayo, con un catálogo que incluye un texto firmado por Rafael Tovar en el que habla de ''un creador que ha participado intensamente en el proceso cultural de nuestro país y ha abierto, con su imaginación constructiva, nuevas vertientes de creación a lo largo de más de 30 fecundos años". Pues bien, parece que los empleados de Rafael Tovar (quien, recordemos, es el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) no leen a su jefe, pues medio año después de esa exposición, González Gortázar ha dejado de existir para el mismo organismo que la organizó, y ninguna obra suya se muestra en México eterno, o al menos no estaba el día que yo visité la exposición. (Lo mismo sucedió con una escultura de mi autoría que parece ser estuvo expuesta, pero que yo no pude encontrar. Me dicen que la muestra es ''interactiva" porque muchas de las obras han sido repetidamente cambiadas de lugar).
Pero lo que asombra, por no decir indigna, es la persistencia a través del tiempo, de la idea de que las obras abstractas estén imposibilitadas de ser mexicanas, y que las teorías ancladas en el pasado más oscuro y opuestas a cualquier modernidad (''no hay más ruta que la nuestra") sigan vigentes.
En fin, México eterno es una exposición sustentada en el antiguo nacionalismo ramplón (además se nota la ausencia de importantes artistas mexicanos no nacidos en México) y que huele a un rancio conservadurismo y a sacristía (véase si no la acumulación de obras de arte de la Colonia en la Sala Nacional). Ignoro quién o quiénes son los encargados de perpetrar tal desaguisado porque, francamente, no me dieron ganas de comprar el catálogo.