La Jornada viernes 28 de enero de 2000

La democracia en las calles

* Sergio Ramírez *

Por segunda vez en muy pocos años los ecuatorianos han salido a las calles para exigir la renuncia de un presidente que no les gusta, después de haberlo electo abrumadoramente, y lo han conseguido. Y lo que es más, lo han conseguido sin disparar un solo tiro, y sin que el ejército dispare tampoco un solo tiro contra los manifestantes. Esa ha sido la suerte del presidente Yamil Mahuad, y fue también la suerte del presidente Abdalá Bucaram, dos personalidades que yo juzgo muy opuestas, aunque la historia las haya juntado en la misma suerte de la defenestración popular.

Hemos visto dos veces cómo la protesta cívica masiva es capaz de hacer que un presidente abandone el palacio presidencial, porque aquélla se basa en su propia fuerza arrolladora, y entonces resulta imposible ignorarla, o enfrentarla a balazos. Se convierte así en un recurso de la propia democracia, y da respuestas a interrogantes que entre nosotros, en América Latina, siempre están flotando en el ambiente: Ƒcuáles son los límites del poder constituido mediante las elecciones libres? ƑDe qué manera pueden los electores revocar su mandato, por abrumador que éste haya sido a la hora de elegir?

Frente a los hechos repetidos de Ecuador, no parece sostener terreno la creencia de que una vez electo, un gobernante puede mantenerse en el poder hasta el límite de la transgresión, o saltándose campantemente sobre ese límite; y que siempre será necesario esperar hasta las siguientes elecciones, aunque los abusos, los desaciertos, y las violaciones masivas a la ley se acumulen en el camino, lejos ya de toda congruencia, o decencia.

Por dos veces se nos ha enseñado que un mandato presidencial no es igual a un cheque en blanco que los electores entregan para que la democracia sea puesta manos arriba, o dilapidada sin clemencia. Y peor, ese mandato tampoco implica que un gobernante electo pueda atentar contras las instituciones mismas, falsificándolas, o empeñándose en destruirlas, y usando los mecanismos de la legalidad para sacrificarla, o burlarla.

Por eso es que la resistencia civil se vuelve un arma de inmenso poder dentro de las reglas del juego democrático. No se trata de justificar los golpes de Estado, o las asonadas violentas ni el derramamiento de sangre, como no ha ocurrido en Ecuador en ninguna de estas dos ocasiones. Se trata de la fuerza de la opinión popular expresada en las calles por indígenas, obreros, estudiantes, amas de casa, profesionales, todos los que se sintieron engañados, y estafados por el gobernante a quien habían electo. De esta manera queda demostrado que el mandato que un presidente recibe se agota cuando los ciudadanos resisten mayoritariamente frente a la incompetencia, los abusos, y la corrupción manifiesta.

Y por muy irregular y confusa que haya llegado a ser la situación en los días, u horas, anteriores a la caída del presidente Mahuad; por mucho que se hayan presentado amagos de un golpe de Estado militar, y la posición del ejército se haya manifestado como dual; y por mucho que el nuevo presidente, Gustavo Noboa, asuma el gobierno en un clima de gran fragilidad, e incertidumbre, la verdad es que la salida a esa crisis fue legítima; no remedia por sí misma las demandas económicas y sociales de la población, hastiada de esperar, pero peores hubieran sido las consecuencias de un golpe, con el ejército instalado en los despachos de gobierno.

Estuve en Ecuador en los días anteriores a las elecciones presidenciales de 1998, y lo que pude percibir fue la esperanza en un cambio que empezara a poner fin a las graves penurias económicas que seguían agobiando a la gente, y que acabara también con la corrupción. El recuerdo de los años bajo Bucaram pesaba mucho todavía, y los electores preferían ahora la imagen de seriedad, y austeridad, lejos de payasadas, que ofrecía Mahuad. Era una esperanza llena de entusiasmo, y parecía que todo el mundo, empezando por los más sensatos, estaba del lado de la candidatura del joven y enérgico alcalde de Quito, que demostraba, además, una excelente hoja de preparación académica.

Las esperanzas que Mahuad despertó se esfumaron rápidamente, y lo que creció en cambio fue un sentimiento de desconsuelo primero, y de hostilidad después, contra sus políticas económicas, o su falta de políticas, víctima, pienso, de sus indecisiones, pero también de los férreos parámetros financieros internacionales a los que no pudo dejar de sujetarse, y que terminaron por enfrentarlo con la gente. Y entonces, otra vez el juicio popular volvió a celebrarse en las calles, hasta provocar su caída.

Las elecciones periódicas son la forma en que los ciudadanos deben revocar los mandatos concedidos, o elegir libremente a quienes deben gobernarlos, y son esos mecanismos permanentes los que hay que fortalecer para que no sean falsificados ni quebrantados. Pero cuando las puertas institucionales se cierran, y la violencia contra la Constitución y las leyes se vuelve reincidente, se está rompiendo con la normalidad de los ciclos, y entonces, la democracia misma genera sus propios anticuerpos para defenderse. Sin disparar un solo tiro. *