* Dormirán su piano y sus cejas levantadas
Murió Gulda, maestro que puso en sonidos las sonrisas de Mozart
* La versión que hizo de Concierto 21 es todavía insuperable
* Se recordará su recital en tv con su novia, ambos desnudos
Pablo Espinosa * Justo en el cumpleaños 244 de Wolfgang Amadeus Mozart, el más mozartiano de sus intérpretes, el maestro Friedrich Gulda murió a los 69 años. Dormía Gulda y así lo halló su mujer. Dormirán su piano, sus cejas levantadas como cuando ponía en sonidos las sonrisas de Mozart, que son como las sonrisas de Dios. Cerrados ya los ojos del simpático panzoncito Gulda, sus guiños seguirán guiando las bocinas cada vez que le escuchemos su insuperable versión del Concierto 21, llamado Elvira Madigan por el arte del cine. Por cierto, los videos: helo ahí, a través de los programas en Canal 22, jugueteando a dos pianos con Herbie Hancock, con Chick Corea, dirigiendo una orquesta, sonriendo, siempre sonriendo con los ojos.
Las agencias de noticias se afanaron. No es cualquiera el muerto, así haya prohibido las notas necrológicas en su broma final, justo el año pasado cuando envió por fax a una de esas agencias desde el aeropuerto de Zurich el anuncio de su muerte de un ataque al corazón para promover la venta de boletos para un concierto en el que resucitaría, el domingo siguiente.
Era un domingo de Pascua y ocurrió su ''fiesta de resurrección". Prohibió las necrológicas (contrariamente a lo que haría Tabucchi, en voz de Pereira). Ahora sí fue real el ataque al corazón, Gulda tenía meses enfermo. El mundo recordará su concierto televisivo a dúo con su novia, ambos desnudos. Su sentido del humor, mozartianísimo. ƑRecuerda el lector al Mozart que dibuja el cineasta Milos Forman? El filme es Amadeus. La manera como hacía sus carcajadas ese Mozart era idéntica, en metáfora, a las de Gulda en vida. Hoy duerme el arcángel mozartianísimo pendido sobre la hamaca del teclado de su piano, reflejado en el iris de sus ojos. Suena Mozart en el alma. Contra esa música no puede, nunca podrá, la muerte. Por eso, Friedrich Gulda sonríe.