* La otredad maravillosa *
Ellos vuelan, ellos vencen el temor a media docena de leonas, ellos se tuercen hasta la tortura visual, ellos imponen obediencia lo mismo a la ley de la gravedad que a los caballos. Son lo más increíble de nosotros, son el circo. Son alrededor de 200 los que circulan por el territorio nacional, y el Atayde es uno de los más singulares con su permanencia por ya tres siglos en las arenas nacionales. Son el otro que ni en sueños. Son la otredad maravillosa.
Si uno tuviera 200 mil pesos y juntara a las cerca de 13 mil personas que a lo largo de su existencia han significado algo, cualquier cosa, incluso el señor que guarda el periódico los domingos como deferencia, podría pagar una función en el Atayde, que por cierto sólo ha tenido el reconocimiento en toda su historia del gobierno actual capitalino. Y esto es lo que vería.
''Poesía aérea''
Suena la música, se prenden las luces, gira la rueda, entran a escena en estallido los artistas, que visten de colores, con trajes ajustados, con sus cuerpos heredados de varias generaciones de artistas. El Tarzán, por ejemplo, pertenece a la casta Bells. Tiene que haber un hombre mono, porque no se puede estar lejos del imaginario colectivo que, cada año, propone (o impone para algunos) Disney.
Todo empezó en un círculo, cuentan. Un día el sargento Philip Astley se dio cuenta que los caballos, cuando corren en círculo, y sólo en esa circunstancia, son susceptibles de ser montados en equilibrio. Y sigue siendo la ley de la circunferencia la que reina en el circo, que es una forma de ser mágico por medio de lo que hacen los otros.
Lo otro es el afán constante de volar, así de simple. Insurrectos a la condición de a pie: el mismo que ejecuta el acto de Tarzán sobre elefantes, es el que vuela por los aires, entre humo blanco, haciendo gimnasia mientras se enreda en una extensa sábana blanca. ''Poesía área", prefiere llamarla Giancarlo Bells, mientras cuenta cómo fue que dejó la carrera de administración.
Y es que se trata de una suerte de marca. Se trabaja por un apellido o a consecuencia de uno. El acto del único de los hermanos Atayde que permanece en pista, generación de 112 años, es con caballos. Alberto, se llama, y es también quien controla con su silbato cómo sucede la propuesta de asombro que conforman los 15 actos. Tiene un solo guante blanco y una elegancia extraña.
Práctica centenaria, aunque algunos aseguran que es milenaria. Que ya en el pasado indígena se valoraba la capacidad de desafiar la ecuación simple de la vista, y que la figura bautizada ''El acróbata'', que apareció en Tlatilco, con referencia a mil 700 años aC (es decir sólo 300 años menos de lo que se lleva de civilización), lo confirman. Los voladores de Papantla lo ratifican.
El círculo, el aire y los animales, que es el otro elemento que uno busca, pese a las sociedades protectoras, porque los animales son ese otro, sobre el que nos imponemos. El circo Atayde llegó a tener más de un centenar de animales, aunque ahora sólo se queda con su media docena de elefantes. Los actos del caballo y las seis leonas son contratados a razón de 2 mil dólares la semana, aproximadamente.
El administrador de los Atayde, Andrés, es práctico para definir por qué no es lucrativo maltratar a los animales: ''Son un capital", dice escuetamente.
El círculo. Sobre la pista hacen acrobacia los malabaristas de Safargalina, número ruso, porque en su apuesta popular, el socialismo hizo bien en hacer escuelas: la china, la polaca, la cubana. Los malabaristas son parte del círculo terrestre, como lo es la contorsionista Vanesa Ríos, que desde los siete años se dobla y hace que la espalda duela en los espectadores que ven sus pies por delante de sus ojos. Casi una tortura.
De a pie, también, son los Aregos que si bien son cubanos no provienen de escuela: ella era patinadora, ellos gimnastas. Caso extraño, excepción que rompe la regla y al mismo tiempo la confirma. Y eso hacen en la pista, sobre un poste: gimnasia.
Asimismo tendrían que ser de tierra los payasos. O serán de aire porque la risa que mueven hace sentirse ligero. Vasia y Slava combinan la fina escuela dramática rusa y la interacción con el público. Dicen que de sus andanzas por Perú así se les quedó.
La sorpresa, nacionalidad del circo
Y es que la nacionalidad del circo es la sopresa. Si las leonas son africanas, es sólo para aumentar su caché. En realidad son de aquí, nacieron en el circo Norteamericano, fueron compradas hace cinco años por la familia Aguilar, cuya empresa de más de 100 animales no tiene -paradójicamente- cabida en la ciudad de México, desde su última presentación en 1993.
La pareja Anastasinis es un claro ejemplo. Ella es mexicana y él italiano, aunque en realidad él es de tierra y ella de aire. Y se complementan en esa doble nacionalidad, primero en un acto con diábolos (especie de yo-yo proveniente de China), y luego en el estelar que pone final al circo, que es en el aire, aunque se instale en la boca del estómago del espectador por la angustia. ''Llevamos ocho años con él" dice Irene, quien es madre de tres niños, vive con comodidad en Florida y es séptima generación. Giovanni es octava generación. Sus tres hijos corren el riesgo de ser así, con toda su carga de mágico desprecio, que en realidad, para los mortales comunes, parece envidia: cirqueros.
En Estados Unidos, cuenta José Luis Vital -quinta generación con su hermana Dulce- pagan cerca de 8 dólares por función como seguro, por si la ballesta hiriera a su hermana. Los dos jóvenes regresaron a México, después de nueve años, por la puerta grande: la del Atayde.
Animales de círculo son las leonas, que parece que obedecen, rejegas, a Ricardo. Animales de aire son los elefantes, que vuelan sobre sus pesados cuerpos en una improbable escultura, que impone, por su pesadez y su ligereza. Es como si no supieran que por un ejemplar de ellos, si es de la India, se pagan hasta 100 mil dólares. Son tan tristes sus ojos.
El aire está un poco ausente de la temporada del Atayde. Está el acto de Alain Alegría, que es más difícil que vistoso. Está el final de Irene colgada con únicamente los empeines de sus pies como sostén, como amparo entre la ley de la gravedad, las trece vueltas por minuto del cohete en el que gira y el piso.
Pareciera que cada vez más lo real maravilloso es potencialmente víctima de lo virtual. Como si esa trampa hermosa que es círculo, animales y aire, con menos de media Arena México llena en domingo a las 12 del día, sobreviviera como por una necedad. Y el circo fuera el último lugar de la sorpresa real. Que cada vez importa menos.
* Maravillosa la otredad *
Textos: Renato Ravelo
Asombrar, una proeza
Señala Federico Serrano, investigador del fenómeno del circo de primera generación, cuyo acto de malabar es con las palabras: ''Es probable que de una u otra forma, las artes circenses hayan aparecido con las primeras civilizaciones, desde que el ser humano descubrió su capacidad para realizar la proeza de asombrar y sentir asombro. Por poner sólo algunos ejemplos, podemos decir que se encuentran vestigios murales arqueológicos que muestran la destreza de los acróbatas en el antiguo Egipto y, más tarde en Grecia, en el Palacio de Cnossos, unos mil 500 años aC".
Menciona, asimismo, la pieza del acróbata y cita a Bernal Díaz del Castillo. En 1770, dice, se da por descubierto el circo moderno en Gran Bretaña con el hallazgo de Astley, y a partir de ahí quedó como convención la pista de cerca de 13 metros de diámetro.
A México, cuenta, llegó en 1809 y para 1850 empieza a funcionar el primero. Con Maximiliano llegó el Chiarni, que operó en el país durante muchos años. A finales de siglo numerosos circos florecieron: ''El Suárez, el Metropolitano de los hermanos Orrin, el Gran Circo Fénix, el Treviño, entre varios otros, y alcanzaron fama considerable payasos como Ricardo Bell.
De aquella época se conservan incontables grabados, promocionales o retratos de cirqueros, realizados por José Guadalupe Posada y muchos otros autores anónimos". Con el porfiriato los ricos enfrentaron la competencia con la zarzuela y el teatro, pero sobre todo con el cine. Incluso durante la Revolución, circos de todos tamaños siguieron trabajando.
Entre los apellidos de los fundadores se encuentran, además de Atayde, Suárez, Codona, Obarra, Gaona, Fuentes, Vásquez, Palacios, Alegría, España, Esqueda, Cárdenas, Gasca. Para el empresario Andrés Atayde, propiamente no existe crisis en el circo mexicano.
De hecho, por primera vez en 1998 el Atayde se presentó con éxito en Estados Unidos y logró reunir en nueve días a cerca de 30 mil personas.
Condensar mitos
El arte circense encontró competencia con la llegada del cinematógrafo, pero también complemento. Fellini decía que ''el circo condensa, de manera ejemplar, ciertos mitos profundos y perdurables: el placer de la aventura, del viaje, del peligro... además de esa extraña tensión que planea sobre la pista, siempre: las emociones que uno siente, las luces que todos envuelven. Creo que es el origen de todas las otras formas de espectáculo, si bien esto no es exacto desde un punto de vista cronológico, puede decirse, en todo caso, que contiene potencialmente a todas las demás. Sus características son su capacidad de causar asombro y maravilla, el espíritu inventivo, el gusto por la farsa, el sinsentido y la impermeabilidad a toda interpretación intelectual".
Ha sido tema para muchos cineastas y artistas, como Henri Toulouse, Pablo Picasso, Marc Chagall o María Izquierdo; músicos de la talla de Igor Stravinski (quien escribió un ballet para 50 jóvenes elefantes), los escritores Henrich Böll o Ramón Gómez de la Serna.
Este viernes empieza en la Cineteca Nacional un ciclo sobre Circo y cine, con la proyección de la cinta El circo, de Charles Chaplin, y Fenómenos, de Tod Browning. El ciclo continuará este sábado con Candilejas, de Chaplin, y Noche de circo, de Ingmar Bergman. Para el domingo, Lola Montes, de Max Ophuls, y El mundo del circo, de Henry Harthaway. El martes, Elvira Madigan, de Bo Widerberg, y Los payasos, de Federico Fellini. El miércoles toca a Las alas del deseo, de Wim Wenders, y Santa Sangre, de Alejandro Jodorowsky. El jueves, Sombras y niebla, de Woody Allen, y Angel de fuego, de Dana Rotberg. El ciclo culmina el viernes 4 de febrero, con Al caer la noche, de Patricia Rozema.