La Jornada jueves 27 de enero de 2000


* Pablo González Casanova *

Pregunta a la UNAM

Ayer La Jornada convocó ''a todos los sectores de la comunidad universitaria a que se planteen, con toda honestidad, una pregunta ineludible: Ƒa quién o a qué le ha servido este conflicto y su prolongación absurda?".

No demos la espalda a la pregunta. En el interior de nuestra conciencia, la de cada universitario -profesor, estudiante, trabajador-, precisemos la respuesta y actuemos en consecuencia.

Hago aquí un intento, un ensayo. Lo quiero dividir en tres partes: el contexto, las tendencias y los proyectos, y las opciones y sus efectos.

Las observaciones que haré tendrán distinta validez por mi propia ''opción por los pobres'', o ''posición teórica en favor de las víctimas'', y por una serie de valores relacionados con la libertad, la justicia, la democracia y el socialismo, que ya me son consustanciales, si acaso no lo han sido siempre.

De cualquier modo, con toda honestidad creo que nadie podrá decir que hablo sin bases, y haré cuanto esfuerzo me sea posible por hablar sólo de lo que tengo evidencias.

 

El contexto

 

La huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México se da al mismo tiempo que suben las presiones por la venta de la electricidad y crecen los preparativos para la privatización del petróleo. Aparece en una época histórica, que en nuestro país y en el mundo se conoce como globalización y que se presenta como neoliberalismo. Esa época se puede dividir en dos etapas, parecidas a las que en México se dieron en los siglos XVI y XVII: una llamada de "conquista" y otra de "pacificación".

Ahora, los siglos se cuentan por décadas, y si en la de los ochenta y principios de los noventa vino la conquista del mundo llamado socialista, hoy predomina la etapa de ''las guerras justas'' y de las ''intervenciones humanitarias'', ante las resistencias que todavía quedan.

A lo largo de toda esta intensa época se ha consolidado el sector privado a costa del sector público, con un incremento notable del enriquecimiento de las megaempresas oligopólicas y un innegable empobrecimiento de las cuatro quintas partes de la humanidad. Las pruebas sobre los fenómenos señalados son irrefutables.

Los efectos perversos del neoliberalismo ya son reconocidos hasta por los neoliberales, empezando por el presidente del Banco Mundial. Pero su codicia no los lleva a cambiar su conducta en lo mínimo. Siguen firmemente con las políticas de empobrecimiento de las mayorías y sólo logran, a veces, mejorar sus gestos caritativos hacia ellas. El hecho es que en los momentos decisivos se detienen, lo piensan bien y hasta retiran la propia mano con que iban a dar algo a ''los más pobres entre los pobres''. Eso ocurrió recientemente con una cancelación de la deuda externa que no se hizo o que apenas si se hizo.

En tan espectacular contexto México y el mundo, con sus gobiernos endeudados y sumisos y asociados, están sujetos a presiones mediante las cuales se les amenaza con provocar una gran crisis financiera, monetaria, social y política si no se siguen deshaciendo de sus empresas públicas y de sus recursos naturales.

La privatización es la modernización. Abarca desde las fuentes energéticas, pasando por las comunicaciones y los transportes, las industrias rentables y la banca, hasta los servicios de abasto, salud, educación, cultura.

Uno de los elementos más importantes del proceso es la privatización de la conciencia. El fenómeno parece incontenible pero no lo es, porque el neoliberalismo ya empieza a entrar en una crisis de la que Seattle es apenas una muestra. Sus múltiples manifestaciones tenderán a aumentar conforme las naciones y los pueblos se organicen para poner un alto al proceso de privatizaciones, desnacionalizaciones, comercio inequitativo, crédito usurario público y privado, nacional e internacional, especulaciones monetarias y financieras.

La larga huelga de la UNAM se da en ese contexto histórico y ocurre entre las tendencias y proyectos que tienden a aumentar o a detener la desigualdad y la opresión.

 

Tendencias y proyectos

 

Las noticias de todos los días nos hablan de la descapitalización de la Comisión Federal de Electricidad y de Pemex, de la reducción de inversiones y gastos a esas paraestatales, de los apremios del presidente Zedillo a la privatización de la electricidad. Nos hablan de la congelación de créditos a las medianas y pequeñas empresas (que son las que más trabajo dan) y cuya quiebra acelerada coincide con un crecimiento del capital extranjero de 300 por ciento en este sexenio. Nos hablan de la crisis de los productores de maíz y frijol, de la transformación de México en país de maquilas, del crecimiento agigantado de un México informal que carece de todo derecho a la seguridad, al empleo y a los servicios. Nos reportan el aumento de la mortalidad por hambre... Y aquí me detengo, porque la documentación sobre esos y otros males es amplísima. El caso es que a menudo las mismas fuentes oficiales e internacionales que propician esos datos hablan del auge económico del país y desde Washington procuran enmendarnos, diciendo que nos equivocamos quienes vemos a México ''extremadamente pobre y autoritario''...

La mentira estructural de un sistema que incumple gravemente con los ideales que dice practicar se vuelve parte de nuestra miseria y opresión. Dentro de ella está la destrucción de la identidad cultural de nuestras comunidades indias y no indias, ya sea por la contrainsurgencia, que con tanta razón denuncia el gran obispo don Samuel Ruiz, ya por los nuevos libros de texto que difunde la Secretaria de Educación Pública y que ocultan la verdadera historia de la comunidad nacional, o por el intento de poner como modelo de universidad moderna a las llamadas ''universidades técnicas'', que se limitan a preparar trabajadores para las maquilas, o por exaltar a los buenos institutos semicoloniales que no logran ser el MIT y están muy lejos de lograrlo, o a las universidades de jóvenes con Mercedes que se imaginan vivir en Harvard sin investigación.

La simulación es otra forma de nuestra opresión y de nuestra miseria, como lo es el intento de imponer una moral pragmática, egoísta, conformista y oportunista, y de publicitarla a la manera del arte de vivir o dela filosofía de la vida para un hombre de éxito o para la mujer muy palacio.

En esas tendencias y proyectos surgen los de privatización de la educación y los de conformación de México como un país en el que se quita a la educación la prioridad que tenía (hecho comprobable por todos los indicadores) y se enfila contra la educación superior en su carácter público, en su condición semigratuita, en su apertura de por sí limitada en cuanto a recursos y métodos, y en cuanto a su contenido humanista y científico y su compromiso social. Todo lo cual obedece a un proyecto del que dan testimonio público y verificable los expertos, consejeros, funcionarios y pedagogos del Banco Mundial, la OCDE, el Tratado de Libre Comercio, la Secretaría de Educación Pública y varias universidades públicas y privadas, que lo promueven por todos los medios y lo instauran con los créditos que acuerdan el Fondo Monetario Internacional y la Secretaría de Hacienda, buscando los apoyos necesarios para el mismo, y encontrándolos en la Confederación Patronal Mexicana y entre algunos intelectuales de elite.

Es frente a ese proyecto y en el contexto más amplio en que se da como surge el gran movimiento estudiantil en la UNAM, encabezado por el Consejo General de Huelga. De lo mucho que habría que decir sobre el mismo queremos limitarnos aquí a preguntarnos cómo se vincula ese movimiento a otros que buscan objetivos parecidos, y en qué medida los varios proyectos de defensa de la universidad pública, gratuita, democrática y de gran calidad son compatibles entre sí y dificultan o facilitan alcanzar el objetivo de abrir o de cerrar la universidad, de rehacer la universidad con fines no excluyentes, o de rehacerla dentro del modelo neoliberal de educación superior.

Empecemos por reconocer lo que todo el mundo sabe, aunque algunos se lo oculten: el movimiento encabezado por el Consejo General de Huelga de la UNAM y por numerosos estudiantes universitarios apoyados por amplias fuerzas populares logró marcar un punto de quiebre en la historia nacional, al defender el carácter público de las universidades y de los recursos nacionales que no han sido aún privatizados y que no deben serlo. Planteó la defensa de los derechos sociales a la educación universal y gratuita desde la preprimaria hasta la universitaria o superior. Replanteó la necesidad de reformular la democracia universitaria sin merma de los altos niveles académicos y de estudiar a fondo cómo lograr esos objetivos sin declararlos imposibles, menos hoy cuando se dan nuevas posibilidades técnicas y científicas en la llamada ''sociedad del conocimiento''. Reclamó no reducir la cultura general a una cultura sólo útil para la empresa privada, y el vincular los centros de estudio a la sociedad civil. Exigió el diálogo público y la organización de un congreso que tuviera carácter deliberativo y efectivo para la legislación y ejecución de sus acuerdos.

La historia es bien conocida: no sólo la opinión pública cobró conciencia de problemas que antes sólo percibían en forma marginal o distante. El movimiento determinó un cambio de autoridades en la universidad y el ofrecimiento por el nuevo rector del diálogo público. Además, una propuesta -del rector, el Consejo Universitario y más de 80 por ciento del personal académico- que recoge y hace suyas varias de las demandas estudiantiles, y que se propone llevar las que no pueda resolver de inmediato, o en el diálogo subsecuente, a un congreso universitario y a las instancias nacionales.

Un grave problema se planteó de inmediato. Quienes luchan contra la mentira empezaron a decir mentiras. Sin la menor base tacharon de falso y forzado el plebiscito que organizaron las autoridades universitarias, el mismo que hoy les permite a éstas reanudar el diálogo con el respaldo del Consejo Universitario y de la inmensa mayoría de los profesores, investigadores, técnicos y trabajadores, para no mencionar a decenas de miles de estudiantes. Lo que es más: ignorando sus propias victorias, los integrantes del movimiento -o muchos de ellos- se negaron a continuar la lucha con nuevas formas y en un nuevo terreno, en el diálogo con la universidad abierta y en el congreso universitario. Quienes cerraron la universidad para abrirla la empezaron a cerrar para cerrarla. Su inflexibilidad ya no fue firmeza. A su lado, un ''grupo de fuerzas paramilitares'', con decenas de individuos disfrazados de periodistas, le cerró el paso a un rector que iba a verlos para iniciar el diálogo con ellos en la propia Ciudad Universitaria. Otra vez se planteó así ese grave drama de ver juntos a quienes luchan por un mundo nuevo y a quienes se obstinan en morir con el que muere.

El problema no sólo consiste en saber a quién o a qué le ha servido este conflicto, sino a quién le puede servir como hoy se perfila. La respuesta es evidente: obstinarse en dejar cerrada la universidad y en acciones violentas para defenderla, con o sin el apoyo de organizaciones populares, con o sin la intromisión de fuerzas paramilitares, sirve, sin duda alguna, para cerrar la UNAM y privatizar o restructurar el sistema nacional universitario, para beneficio y gloria de las empresas transnacionales y de los países hegemónicos, dueños del mundo-mercado, del México-mercado.

La prolongación del conflicto es absurda. La pregunta tiene razón cuando califica de absurda la prolongación de la huelga y la negativa a abrir la universidad. El problema es que no resulta fácil explicar ese absurdo. Pero pienso que quienes deben explicarlo necesitan aclararse las distintas formas de ser radical hoy en la universidad y en el país. Enuncio algunas de ellas, que advertí en el desarrollo mismo de los hechos:

1. El calificativo de ultra se aplicó muchas veces indebidamente a quienes tienen una profunda desconfianza de las palabras, los conceptos y los interlocutores, y piensan que en la imprecisión y las generalidades está la mentira. Para ellos la prolongación absurda del cierre de la universidad consiste en pensar que van a precisar, concretar y asegurar la conducta de todos los universitarios mientras tengan en prenda la universidad, y sólo así. Ese es el absurdo. (Que ellos mismos piensen: Ƒqué es lo lógico, lo efectivo?).

2. Otros comparten el proyecto revolucionario de ''construcción de consensos'', de pluralismo ideológico, de saber escuchar, de no cerrarse al diálogo, de construir espacios de discusión y llegar a acuerdos entre distintos pensamientos, de demostrar al resto del país y al resto del mundo que es posible que una comunidad se ponga de acuerdo para decidir su destino, en este caso para defender a la UNAM y a la educación pública, así como la democratización de las mismas, palabras todas que les dijo el subcomandante Marcos a los 80 miembros del CGH que lo visitaron, al tiempo que le enviaba su apoyo incondicional. Lo absurdo aquí deberá explorarse cuando se cierra uno al diálogo, cuando sustituye las razones por los gritos y las porras y trata de convertir la mesa del diálogo y las negociaciones en una mesa de adversarios que sólo buscan el sometimiento del otro. Lo absurdo aparece ante la imposibilidad de construir el consenso entre los hermanos y los compañeros, y -más difícil aún- el que obliga a las autoridades abrir espacios de diálogo y decisiones compartidas (véase El Día, 24/ I/ 2000).

3. Otros más levantan el proyecto de la toma del poder y la inevitable violencia revolucionaria, a ser dirigida y orientada por una vanguardia marxista-leninista que tome como punto de apoyo central al proletariado. Aquí mis diferencias son más grandes, pero en lo que comparto de esos viejos-nuevos planteamientos, pienso que lo absurdo es no intentar una política de hegemonía de fuerzas más o menos gramsciana, que por lo pronto no obstaculice la posición de quienes quieren construir una alternativa en la propia sociedad civil y de quienes piensan que la defensa cívica y política del patrimonio nacional y del sector público es una lucha primordial en esta hora de la globalización.

4. Un contingente más que no se puede ignorar ni sobreestimar es el de las "fuerzas no convencionales" o "paramilitares", con su pequeña dosis de "agentes provocadores" que hoy cobran modestos sueldos, a reserva de mejorarlos en un futuro político promisorio, si se toma en cuenta lo bien que les fue a sus predecesores. Para este contingente no existe el absurdo: él es el absurdo. Su racionalidad radica precisamente en la capacidad que tenga de ayudar a que las fuerzas alternativas al sistema se destruyan a sí mismas. El absurdo que genera es el que lleva a sus integrantes a ser parte de los procesos entrópicos de un sistema nacional y global que por no abrirse a la democracia y la justicia tiende a un fin por implosión, entre bifurcaciones que dejan un pequeño margen a la esperanza. Pero de eso es mejor hablar en otra ocasión.

5. Un importante numero de quienes se oponen a levantar la huelga no piensan en términos revolucionarios o reformistas, o constructivistas y posmodernistas, sino en términos demagógicos de una universidad dominada por la sociedad civil y por ellos. Su absurdo es pensar en una universidad en que la comunidad académica sea ninguneada y en la que sin respetar sus usos y costumbres, en nombre de la sociedad, impongan su voluntad populista y la de sus clientelas. El absurdo de esta universidad, en que desaparecen la sociedad y el Estado, consiste en que al tiempo que acaba con la universidad pública, incluyente y abierta, sienta las bases para el predominio, por la razón o por la fuerza, de la universidad elitista, privada y excluyente. Es más el absurdo de estos anarcopopulistasclientelistas consiste en que acaban con la universidad pública y para nada se preocupan por construir una gran red de enseñanza-aprendizaje que en la sociedad civil y en la sociedad política se replantee el problema de la pedagogía de la liberación y la democracia, de las humanidades, las ciencias, las artes y las técnicas.

Tales son, creo, algunas de las contribuciones y absurdos de un movimiento estudiantil que de construir los consensos universitarios superará sus absurdos y ayudará a construir una alternativa al México actual y al mundo actual. Pero muchos universitarios están más y mejor capacitados para decir a quién le ha servido este conflicto y su prolongación absurda. Sólo tendrán que añadir a quien le servirá abrir nuevamente las puertas de la UNAM.