* El nuevo obispo puede acabarlo, dice su directora
El Hospital de San Carlos, vulnerable bastión indígena
* Tiene singular termómetro de las condiciones políticas en la zona
Blanche Petrich, enviada, Altamirano, Chis. * El Hospital de San Carlos, ubicado en las orillas de lo que constituye el núcleo del conflicto militar chiapaneco, tiene un singular termómetro que permite a su directora, María Josefa Medrano, tomarle la temperatura política a la región. Cuando llegan los meses del hambre, los pacientes más "amolados" son "los hermanos zapatistas", que llegan con cuadros graves de enfermedad y desnutrición desde las comunidades en resistencia.
Los niños tienen los pesos más bajos, las menores posibilidades de sobrevivencia; los adultos sufren complicaciones psicosomáticas y úlceras por angustia y tensión.
Cuando pobladores de las bases sociales zapatistas dejan de llegar al hospital es señal de que hay alerta roja del EZLN, en respuesta a una nueva escalada militar. Son movimientos que suelen tener numerosas bajas entre la población civil. Pero nadie las contabiliza.
Es el caso de la muerte de Leandro Hernández, de El Zapotal, Ocosingo. El joven, de 17 años, empezó a mostrar síntomas de oclusión intestinal durante la última semana del año, pero la vigilancia del Ejército impidió que sus padres lograran trasladarlo a Altamirano. Ya muy grave logró llegar, a pie, a San Miguel. De ahí una ambulancia lo trasladó al hospital. Iba entrando por el portón cuando murió. Una cirugía practicada a tiempo lo hubiera podido salvar.
Hospital para indios
Durante 20 años el Hospital de San Carlos, fundado por las Dominicas de la Presentación y después a cargo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, fue el único para atender las necesidades de salud de la amplia franja tzeltal que va desde Chilón hasta Altamirano, pasando por Bachajón, Citalá y Ocosingo. La otra alternativa para esta región era el hospital de Comitán, dependiente de la Secretaría de Salud.
Es un edificio construido con el propósito de reflejar, en su arquitectura, su entorno. Casas de piedra y ladrillo, vigas de madera, techos de dos aguas. En una ala con un jardín al frente se atiende la consulta externa, al lado está el área de hospitalización, con 30 camas para adultos y 30 para niños, el cunero y la sala de partos. En construcciones aparte, levantadas en la parte trasera, se ubican el quirófano, el laboratorio, la clínica dental, la sala de rayos X y ultrasonido, la farmacia, la sala de juntas, la cocina y la oficina, todo en pequeños espacios.
Cruzando la calle, el albergue que da posada a la familia del paciente mientras dure la hospitalización, porque en la cultura local, que relaciona enfermedad y magia, no se concibe que a una persona enferma se le deje sola; la familia la rodea hasta que se recupera. El objetivo es que el hospital no sea ajeno a la visión indígena para que la población acuda a él.
Muchas enfermeras y auxiliares se niegan a adoptar la bata rosa del uniforme y visten sus trajes de cintas, santo y seña de las tzeltaleras. Son egresadas del proyecto Promoción de la joven indígena, que les permite terminar su educación media y capacitarse en ese oficio.
El costo de operación de un proyecto así es de 2 millones de pesos semestrales. El hospital es una institución de asistencia privada y recibe recursos del gobierno, de las vicentinas y de donantes internacionales.
Antes del levantamiento zapatista, las monjas del San Carlos no eran bien vistas por los rudos finqueros de la región. A su entender los indios no son gente de razón. ƑPor qué tratarlos con tantos miramientos? Cuando el estallido armado, varios insurgentes heridos en las cruentas batallas de Ocosingo fueron internados y operados en este hospital. El Ejército intentó secuestrar a los pacientes, pero las religiosas lo impidieron jugándose el pellejo. En venganza hubo un cacique local que amenazó con sacarlas de allí "con las patas por delante". A la fecha siguen siendo señaladas como "pro zapatistas" y presionadas, aunque no son pocas las familias mestizas de la cabecera que siguen prefiriendo sus servicios al del Hospital de la Mujer y el Niño del IMSS, que se construyó e inauguró raudamente en 1994 para contrarrestar su influencia.
Ahora se le considera un bastión vulnerable si acaso el nuevo obispo en San Cristóbal decidiera desmontar las obras más importantes del periodo de Samuel Ruiz.
"Rezamos porque no venga alguien que nos quiera barrer de un plumazo; rogamos porque el espíritu de Dios no se duerma y sople en dirección nuestra. Pero sí, si le da la gana al nuevo obispo, puede quitar todo esto", comenta sor Jose.