Los equilibrios rotos
* Elba Esther Gordillo *
Sacudido por muy severas crisis, que algunas veces se iniciaron en el espacio de la economía y detonaron en la política, y que en otras siguieron el proceso inverso, Ecuador vive una situación de emergencia social de la que no se puede aún vislumbrar el saldo.
Lo que empezó por una protesta de trabajadores como reacción al último episodio de una larga serie de hechos que derrumbaron las expectativas sociales, se fue complicando hasta convertirse en una formal defenestración del gobierno constitucional del presidente Jamil Mahuad en la que participan el ejército, o una buena parte de él, una importante representación de la clase política ecuatoriana y la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, poderosa organización que ha logrado dar cuerpo y sentido orgánico a un importantísimo segmento de la población de aquel país en la que cerca de 60 por ciento es indígena.
Cada grupo participante tiene sus razones: el ejército que, posterior a la firma de los acuerdos limítrofes con Perú, dejó de ser el eje de la vida nacional con la consecuente pérdida de poder real; la clase política que busca no quedar al margen del proceso y pretende aprovecharlo para suturar las múltiples heridas que ha acumulado a lo largo de décadas y de sonados escándalos; y la población indígena, la cual, como en todos los países en los que existe, enfrenta las peores condiciones de vida y los más agudos problemas de marginación y miseria.
La diferencia entre un golpe de Estado típico y el que se está fraguando en Ecuador es que, junto con el ejército, son los ecuatorianos más pobres los que han sido el ariete para tomar el Congreso, dejando clara la lección de que, cuando la iniquidad se convierte en la constante, se coloca a los individuos en la posición de no tener nada que perder y, en consecuencia, no tener ningún aprecio por dicho orden.
Es la pobreza extrema campo fértil para sembrar la semilla de la injusticia y la ruptura institucional; es la marginación el espacio en que se gestan violencia y anarquía social en cualesquiera de sus formas, desde la casuística y aparentemente desestructurada, hasta la que expresa un discurso coherente como sucede ahora en Ecuador y en otros espacios donde se vive la insurgencia revolucionaria de razones étnicas.
La segunda lección es que el equilibrio entre los factores de poder es siempre frágil, y que la política es la encargada de preservarlo y darle sentido y continuidad. Cuando la política no se ejerce en consonancia con el interés general, los elementos disruptores, siempre presentes, encontrarán las vías para entrar en escena, detonando crisis que se validan señalando lo que no quieren. Es suficiente decir lo que no se quiere para romper; no así para construir, donde el proceso es justamente el inverso.
Un último factor a considerar es la clara vigencia de lo indígena. Si bien la globalización ha llegado para quedarse, es justamente por esa razón que, como un reflejo casi automático, nos remitimos a lo que nos explica y da sentido a nuestras raíces. Cuando el presente es intolerable y el futuro se torna incierto es cuando apelamos a lo más profundo de que disponemos, que es nuestra pertenencia más íntima: la étnica o la nacional.
Ecuador está pasando horas aciagas; ojalá las supere pronto y todos podamos extraer algún aprendizaje de su dura experiencia.