* En entrevista, reconoce que no hay mejor recompensa que la escritura misma
Juan Villoro aplaude los nuevos lazos entre los autores hispanos
* ''El eclipse de Luna me favoreció para el premio Xavier Villaurrutia'', afirma el creador
César Güemes * Juan Villoro tiene tres motivos para celebrar el inicio del 2000: el advenimiento de su primer hijo, en breve; el Premio Xavier Villaurrutia, al cual se acaba de hacer acreedor, y los 20 años como escritor, que cumple justo ahora. Viene de encontrarse en España con el chileno Roberto Bolaño, el argentino Rodrigo Fresán y el español Enrique Vila Matas, a fin de poner en claro cuáles son los nexos entre su generación.
-Finalmente existe esta generación, Juan. Se conocen entre ustedes, se tratan. Una práctica que se había ido diluyendo.
-Se ha ido configurando una red de comunicaciones más estrecha entre escritores contemporáneos. En mi caso, admiro mucho a algunos de otros países, como al argentino César Aira, al salvadoreño Horacio Castellanos, al guatemalteco Rodrigo Rey Rosa o al español Javier Marías. Ahora estamos conociendo más a autores de otras latitudes. Durante 15 o 20 años, después del boom, casi no conocíamos a autores de otros países. Y ahora se retoman esos vínculos. Las editoriales recomienzan a traer libros de otras partes, quizá no lo suficiente, pero sí creo que se está rehabilitando un diálogo entre las distintas literaturas en español.
-Te encuentras en un momento de madurez. ƑCómo recibes el premio en esas circunstancias?
-Me da mucho gusto por diversas razones. Publiqué mi primer libro en 1980 y en ese lapso he publicado alrededor de 10 libros. Prácticamente ninguno había recibido un premio, salvo El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, que obtuvo un galardón cuyo jurado estaba integrado por niños de 10 a 12 años, y cuyo premio constaba de un azulejo hecho en Sevilla. Aparte de eso, escribir sin recibir estímulos de ese tipo fue una muy buena escuela para pensar que no hay otra recompensa que la escritura misma y el posible impacto que pueda tener en el lector. Decía Faulkner que no hay que juzgar a los escritores por sus éxitos sino por la brillantez de sus fracasos, asumiendo que todo escritor digno de su nombre debía presentar ciertos riesgos estéticos, imaginativos, que corrieran el albur de desconcertar a los lectores y de no obtener recompensa alguna.
"Ahora que me llega el Premio Xavier Villaurrutia me da mucho gusto, me emociona, siento el impulso de agradecer a muchas de las personas que he conocido a lo largo de la vida. Mis reconocimientos comienzan con Gutenberg por haber inventado la imprenta de tipos móviles, hasta llegar a personas que han sido muy importantes para mí. Pienso, por ejemplo, en Joaquín Díez-Canedo, que fue mi primer editor en Joaquín Mortiz y que apostó por mí en La noche navegable; Miguel Donoso Pareja, mi maestro en el taller de cuento de la UNAM, y posteriormente Augusto Monterroso, que fue mi maestro en el legendario taller que tenía en la Capilla Alfonsina. O Alejandro Rossi, un amigo que ha cambiado mi manera de ver la literatura, de entender el pensamiento y que ha contribuido mucho a lo que hago. Pienso en José Agustín, que nunca ha recibido premios y que fue el autor quien decidió mi vocación: empecé a escribir después de leer De perfil. La lista de reconocimientos es muy amplia y por supuesto llega a Alicia Zendejas por haber mantenido el premio Villaurrutia. Me formé leyendo a los autores que lo habían obtenido, casi todos ellos estaban publicados en Joaquín Mortiz.
"Y no quiero dejar de mencionar a los cuatro miembros del jurado que generosamente conspiraron en mi favor: Jorge Ruiz Dueñas, Francisco Hernández, Daniel Sada y Hugo Hiriart. Además, estoy agradecido con la Luna, porque yo creo que el eclipse total que hubo me favoreció astrológicamente. Mi primer libro, La noche navegable tiene una Luna en la portada. Cuando apareció, Abel Quezada hizo un dibujo que me gustó mucho: un barquito cuyas velas eran dos medias lunas. Entonces, siempre he escrito bajo el signo de la luna. El eclipse, que vuelve caprichosos a los hombres, me ayudó a mí''.
El gusto compensatorio de la ruina
-Propiamente son 20 años de labor escritural, Ƒqué los ha caracterizado?
-Algo muy raro. Cuando apareció mi primer libro, el 24 de octubre del 80, tembló. Don Joaquín me habló y me dijo: "A consecuencia del temblor salió su libro". Casi todos los primeros trabajos que di a conocer se vieron vinculados a desgracias físicas o financieras. Cuando salió Albercas se inundó la bodega de Joaquín Mortiz. Y cuando este libro se publicó en la editorial Arte y Literatura de Cuba, el edificio que tenían en La Habana vieja se desplomó. Luego, cuando publiqué Palmeras de la brisa rápida, Alianza Editorial Mexicana quebró a los tres meses. Entonces, si bien estos libros quizá no tenían mucho impacto entre los lectores, por lo menos me daban el gusto compensatorio de arruinar a mis editores.
-El ritmo, el promedio de bateo, es constante. Hablamos de un libro cada dos años, al menos.
-El promedio se mantiene aunque soy muy disperso: algunos textos son para niños, otros son crónicas periodísticas, algunos más de ficción. Me tardo mucho en llegar a cada uno de ellos. Por ejemplo, La casa pierde fue escrita a lo largo de 12 años. Para mí lo más difícil en un lapso tan amplio era sostener una misma voz. El tono de conjunto fue complicado en ese sentido.
-El premio, además, recae en un libro con historias de personajes perdedores.
-Esa es una de las paradojas del galardón. Creo que un escritor trabaja mejor cuando su material es algo que no conoce del todo y trata de averiguar por medio del proceso creativo cómo se resuelve una historia. Algunas de las anécdotas más sugerentes de ese volumen tienen que ver precisamente con la caída, el desplome, la derrota. Creo, como decía Fitzgerald, que un escritor habla con la autoridad del fracaso. Es la única de la que se puede estar seguro porque se trata de indagar una verdad. Si tuviéramos todas las respuestas y todas las certezas, no podríamos escribir. Una agradable paradoja de este libro de perdedores es que haya recibido un premio. Y esto me hace pensar en el volumen de Vicente Leñero, de título precisamente Los perdedores, para el que escribí un prólogo, y que trata de fracasos entre personajes que practican algún deporte y cuyas derrotas fundamentales no ocurren en la cancha ni en el marcador, sino en otras áreas de su vida. Me identifico mucho con ese proceso de escritura.
-Te pido que hables por último del instrumento y el método de escritura que empleas.
-Escribo a mano hasta la fecha, con pluma fuente. Luego eso lo paso a la computadora, pero la utilizo como máquina de escribir para hacer una segunda versión. Al concluirla, borro de la computadora todo el archivo para obligarme a rescribir, porque he descubierto que el procesador sólo permite cambiar una sola palabra a la vez. En cambio, si rescribo todo el párrafo, cambio cinco o seis de ellas. Es decir, hay una especie de comunicación que sólo surge en el contacto de las llemas de los dedos con las teclas. Decía el poeta Gerardo Diego: "Son sensibles al tacto las estrellas; no sé escribir a máquina sin ellas".