* Cuarenta bailarines participan en el montaje de Jean-Christophe Maillot
La Cenicienta, historia en movimiento
Hay historias que pueden ser narradas con movimientos. La Cenicienta es uno de esos raros relatos que aun sin palabras son capaces de mostrar el encanto de los cuentos de hadas, hoy demasiado caricaturizados. En el caso de Les Ballets de Montecarlo, alimentar una imaginación, ávida de vuelo, no requiere de perder una zapatilla, transformar una calabaza en carruaje o tener como amigos a roedores gordinflones. Una buena coreografía, una escenografía sencilla y la música del ruso Sergei Prokofiev son más que suficientes para rescatar un cuento centenario que había devenido historia "cursi y superficial".
Así lo demostró la compañía en el teatro del Palacio de Bellas Artes cuando, la noche del viernes, con la dirección del coreógrafo francés Jean-Christophe Maillot, 40 bailarines procedentes de Croacia, Rusia, Japón, Italia, Francia, Portugal y Suecia, entre otras naciones, convirtieron el escenario en una página blanca donde se deslizaron, sin tropiezos, la magia y la crítica.
Nada más lejos de la concepción de Walt Disney que esta obra cargada de elementos violentamente realistas y presentada por primera vez en México, tras su estreno en la sala Garnier, de la Opera de Montecarlo, en abril de 1999. Bien lo dijo el director: ''Retomo el lado naif del cuento, pero, en mi opinión, se trata de una historia que aborda con mucha claridad uno de los fenómenos más graves de Europa: la desintegración familiar''.
No hay duda de que esta nueva versión hace justicia al relato publicado tres siglos atrás. Mantiene su humor negro -mediante Anastasia y Drizella, las hermanastras- y, al mismo tiempo, se abstiene de imponer interpretación alguna para que el espectador trace su propio camino. No obstante que al final sigue siendo la historia de dos mundos que se encuentran.
El pie, elemento emblemático
Dividida en tres actos, La Cenicienta confirma los principios más claros de Maillot: el rechazo de lo accesorio y el cambio de los códigos clásicos. Así, brinda frescura a la doncella que da vida al personaje principal y que, en esta ocasión, baila descalza para hacer de su pie -y no de una zapatilla- el elemento emblemático del cuento.
La razón de este cambio, ha dicho Maillot en entrevistas, responde a la tendencia de convertir este momento en un instante muy vulgar.
"Es más que vergonzoso pedirle a una bailarina que se quite las zapatillas con las que bailó durante horas.
"Por eso, el príncipe se enamora de su sencillez y hace de la huella de un pie diminuto el motivo para romper con su mundo y aventurarse a buscar otros espacios".
El énfasis en la existencia de una sociedad obsesionada por la belleza y lo estético se funde con la presencia de dos personajes tradicionalmente olvidados o difusos: el padre y la madre, quienes aparecen como el germen de la relación entre la Cenicienta y el príncipe.
El hada madrina juega un papel fundamental. No sólo es el elemento conductor de la historia, también es el recuerdo de la madre y, por ende, el pasado de una familia disuelta por el destino.
La escenografía es una de las grandes sorpresas preparadas por esta agrupación vinculada al Principado de Mónaco. Creación de Ernest Dignon-Ernest, consiste en escalinatas móviles y grandes hojas de papel blanco que son pintadas con luces de colores o utilizadas como pantallas de proyección, a fin de brindar múltiples ambientes en los que, por cierto, no cabe la famosa chimenea.
Al parecer, Maillot logra lo que siempre ha deseado: "crear una realidad que sólo es válida en el escenario" y que, con esta historia, es un regalo para cualquier persona que está dispuesta a cerrar los ojos y sentir.
(La última función de La Cenicienta será presentada hoy a las 12:30 horas en el Palacio de Bellas Artes. Se hará 50 por ciento de descuento a los niños que asistan acompañados de un adulto.)