El sindicalismo mexicano en el 2000

* Bertha E. Luján *

Es indudable que los mayores problemas que padecen las organizaciones sindicales de nuestro país en la última década se derivan, en gran parte, de los procesos de globalización y de la instrumentación de políticas económicas y laborales ajenas a la voluntad de los trabajadores. La desaparición de empresas en sectores de acción tradicionales del sindicalismo, las privatizaciones y el cierre de múltiples empresas pequeñas y medianas, la proliferación de maquiladoras, los acuerdos de libre comercio, y la adopción de políticas de precarización laboral, como la subcontratación o el incremento del personal por honorarios o de confianza, así como el mantenimiento del corporativismo sindical, son algunos de los factores que han implicado el debilitamiento, o de plano, la desaparición de sindicatos en los distintos sectores y ramas de la economía.

Sindicatos nacionales otrora poderosos, como el ferrocarrilero, minero-metalúrgico, petrolero o de las ramas textiles, ven disminuida su membresía, su patrimonio y posibilidad de crecimiento con la desaparición de los centros de trabajo o la reducción de los trabajadores asalariados. El SNTE enfrentado al proceso de descentralización, el Sindicato del Seguro Social ante procesos de privatización y desmantelamiento de su membresía, y en general, los sindicatos de dependencias gubernamentales, de organismos descentralizados o desconcentrados sujetos a políticas de austeridad, a recortes de personal y a programas de renuncias voluntarias, son organizaciones que viven grandes dificultades, no digamos para crecer, sino incluso, para mantener a sus afiliados.

Los procesos de precariedad laboral, que incluyen tanto el crecimiento de formas de subcontratación, como del personal de confianza y por honorarios lo mismo en el sector público que en el privado, han generado segmentos importantes de trabajadores imposibilitados de participar en la organización sindical, ya sea por causa de problemas legales, o por prácticas ancestrales que han bloqueado su movilización. Asimismo, el crecimiento del empleo informal (en el que participa casi la mitad de la población económicamente activa del país), y por tanto, de trabajadores no sujetos a relación laboral, sin derecho a prestaciones, salario fijo o seguridad social, produce un nuevo sector de trabajadores no sindicalizables.

La proliferación del contratismo de protección y de un sindicalismo virtual de carácter patronal, tanto en el sector industrial que más ha crecido a partir del TLCAN, el maquilador, como en las grandes transnacionales que se instalan en el país en la última década, son la fórmula de simulación que permite mantener desorganizados a los trabajadores, así como que estas empresas instrumenten sus programas de flexibilidad unilateral y reconversión industrial, sin mayores costos sociales, económicos o políticos. Los contratos firmados a espaldas de los trabajadores existen de manera generalizada en los sectores que más han crecido en los últimos tiempos, como el de servicios, comercio, turismo, transporte, etcétera.

Finalmente, factores al interior del movimiento sindical, como la muerte del sempiterno líder Fidel Velázquez, y la consiguiente recomposición y debilitamiento de la dirigencia cetemista, la decadencia de los viejos líderes corporativos que encabezan la mayoría de las federaciones estatales, o los mismos sindicatos nacionales como el minero-metalúrgico; así como la dispersión y debilidad del sindicalismo independiente enfrentado a las viejas y renovadas políticas de represión estatal y patronal, también favorecen los cambios que hasta ahora se traducen en un mayor debilitamiento del sindicalismo como fuerza organizada de la sociedad.

En este contexto, el Estado sigue actuando con la gran discrecionalidad que le otorgan las leyes vigentes, aplicando en todo caso las políticas que aseguren a la inversión extranjera y al empresario nacional "paz social y estabilidad laboral", así sea a costa de ilegalidad, represión, soborno, amenazas e imposición. Todo en aras de mantener los incentivos laborales y económicos para atraer inversión y desarrollar el modelo económico vigente, así como la estructura corporativa sindical que todavía, a pesar de todo, ayuda a sostener al priísmo en el poder.

Expresiones de nueva organización como la Unión Nacional de Trabajadores, el Frente Sindical Mexicano, luchando contra viento y marea, buscan abrir alternativas a los trabajadores para enfrentarse el vendaval neoliberal, sin lograr aún instalarse sólidamente en el espacio sindical. Sin embargo, en los inicios del 2000, cada día están más claras, por los menos dos cuestiones: el proceso de democratización en el ámbito sindical pasa necesariamente por la democratización integral del país, y que no necesariamente los cambios políticos traen consigo espacios de apertura y democratización en el campo laboral. La democracia y libertad sindicales siguen siendo agenda pendiente en nuestro país, y sus avances un compromiso latente no sólo para los trabajadores y sindicatos constituidos, sino para todas las fuerzas políticas y sociales que buscan un cambio democrático y justo en México y para los mexicanos. *