* Un plebiscito con todos los recursos necesarios


Tenso clima en la consulta entre paristas y académicos

* Si siguen descalificando a la comunidad estarán construyendo su derrota, instó a los cegehacheros un ex líder del CEU

Elena Gallegos * ''šƑDe qué sirve un chingado premio Nobel que nada le da al pueblo?!'', arenga megáfono en mano Rodolfo Hernández, uno de los más polémicos activistas del Consejo General de Huelga (CGH), y sus seguidores ųcegehacheros mezclados con señoras y hombres de edad avanzada siempre dispuestos a la pelea-- lo aplauden y festejan. En el ojo del huracán, el maestro Mario Ruiz Sotelo le insiste: ''La generación de conocimientos no se da en votaciones y tu palabrería es pura demagogia...!''. Pero ''el pueblo'' --de cuyo apoyo se ufana Rodolfo-- interrumpe al académico con argumentos que no admiten ni merecen réplica: ''šPuto!, ''šcuuulero!'', ''hijo del rector!''.

Ambos protagonizan sólo uno de los muchos debates que escenifican amplios grupos de estudiantes, profesores, trabajadores y curiosos, de todas las tendencias, dispersos a lo ancho de la Plaza de la Constitución en este jueves de plebiscito universitario, ahora sí con toda la infraestructura, con todos los recursos: toldos, urnas transparentes, tinta indeleble y hasta padrón.

Mario se empeña: ''ƑDime cuál es tu propuesta de Congreso? Aclara cuántos representantes quiere el CGH''. Rodolfo --alumno de Trabajo Social, quien luce barba y corte de pelo semejante al del Che Guevara que lleva en el pecho--, evade con sarcasmos: ''šMe quieres tender una trampa! ƑPara qué te explico?, para que al rato Televisa diga que somos unos gandallas porque queremos ser mayoría''.

''No me estás contestando --devuelve Mario--, y no lo haces porque no tienes propuesta y no tienes tampoco razonamientos''. Todo esto en un clima de exaltación. El maestro ha ido ya demasiado lejos, tanto que la rabia de quienes rodean a Rodolfo es incontenible. Una de las mujeres comienza a golpear por la espalda al académico al tiempo que le grita: ''šCállate cuatrojos! O te largas, o veinte viejas como yo te sacamos a fregadazos''. Una reportera le pide que se tranquilice. ''šPinche curra, también para ti tenemos!''. La bulla que celebra a la mujer, a quien la bolsa del mandado le cuelga del brazo, inhibe la posibilidad de cualquier intercambio. Rodolfo remata: ''el pueblo ya despertó y está de nuestro lado''.

Mario se retira aunque todavía alcanza a gritar: ''Así es como ustedes han arreglado las cosas: a golpes y descalificaciones''. Rodolfo continúa con sus arengas. Una y otra vez repite que ahí viene la represión, pero goza con su futura heroicidad: ''šHabrá sangre! šPasarán sobre nuestra sangre!''. Otro maestro de Ciencias Políticas, Sergio Ruiz Lareoux, lo mira con un poco de pena. Comenta: ''La democracia no necesita mesías o profetas, requiere simple y sencillamente, de ciudadanos...''.

 

Según la apariencia, el adjetivo

 

Ya falta menos de una hora para que venza el plazo. Brigadas de activistas del CGH se plantan alrededor de las casillas instaladas por la rectoría en este sitio --cuatro de Ciencias Políticas, una de Trabajo Social y otra más de la ENEP-Aragón-- y tupen de ''švendidos!'', ''šsabandijas sin cerebro!'', ''štraidores!'', ''štu tacuche no me espanta!'', ''štíteres!'', ''špeones de Zedillo!'' y ''šviejas emperifolladas y hediondas!'' --de acuerdo con la apariencia, es el adjetivo-- a los universitarios que acuden a depositar sus votos.

Por lo menos en el Zócalo son cientos, cientos que aguantan la andanada --poco antes de las 16 horas la casilla de la ENEP tiene que cerrar al haber agotado las 600 boletas-- y que salen casi por piernas luego de llenar el trámite. A medida que cae la tarde, el ambiente se vuelve más denso.

Un hombretón de casquete corto se para frente a un puñado de activistas y en segundos despliega una manta que dice: ''Contra la intransigencia del CGH. šFuera paristas de la UNAM!''. Está muy nervioso. ''šProvocador! šprovocador!'', le espetan los muchachos. Y los señores y las doñas que permanecen todo el día al lado de los huelguistas se le van encima: ''šPinche pendejo, no tiemble!''.

''ƑOiga y usted quién es?'', le preguntan los reporteros cuando deja de ser el centro de atención. ''Soy universitario, trabajo en la Dirección de Actividades Deportivas''. Uno de los jóvenes escucha y lo acusa: ''ya caigo, usted es porro al servicio de Brígido Navarrete (el funcionario que, dicen, maneja desde hace lustros a los grupos de seguridad de la UNAM)''. El hombretón agacha la cabeza y se va. O sea, de todo hay...

En otra de las bolitas, en otro momento, encendidos cegeacheros le echan montón a una muchacha. Ella les dice que comparte sus demandas pero no la forma en que las defienden: ''nos echaron de los planteles, nos satanizaron por disentir de sus modos. Vengo a votar y eso no me hace cómplice del rector''.

Por ahí anda Oscar Moreno. Hace años, uno de los dirigentes más destacados del CEU. Hoy, funcionario del gobierno de la ciudad. Observa cómo van cercando a la joven. No se aguanta y se mete. De entrada, ninguno lo reconoce. ''Compas --llama su atención--, sean consecuentes. Nadie les fastidió su consulta --que se efectuó este martes y miércoles--, respeten el derecho de los que decidieron acudir a ésta. No les den argumentos a quienes los caracterizan como una secta enferma de ideología. Si siguen descalificando a toda la comunidad estarán construyendo su derrota''.

Le brincan: ''šMientes! Ayer el gobierno de la ciudad nos mandó a la policía. Nos estuvieron jodiendo. Los guaruras del Metro no nos dejaron entrar''. Oscar los desdice: ''Oye compa, si hasta andaban en los vagones con sus urnas itinerantes. Los que mienten y siempre han mentido son ustedes. Lo hicieron para expulsar a los miles de estudiantes que iniciaron con ustedes esta huelga. No le tengan miedo a lo que opina el grueso de la comunidad. No descalifiquen a sus compañeros y a sus maestros. Ustedes no son dueños de toda la verdad''.

En un momento dado, Oscar se enzarza también en una discusión con Rodolfo. Este le pide que le diga al pueblo, a ese pueblo que ha seguido sus pasos a lo largo de la jornada, de dónde salieron los recursos con los que se costeó la millonaria campaña que hizo la rectoría para publicitar su plebiscito.

''šDel pueblo!, šdel pueblo!, šde nuestros impuestos!'', corean los hombres y las mujeres que van de grupo en grupo, escupiendo un insulto aquí, una palabrota allá y que despiertan las suspicacias de un maestro de Trabajo Social, ''Ƒserá que sólo iban de pasada?''.

Oscar señala que seguramente ese dinero es parte del presupuesto universitario "pero Ƒpor qué no se lo preguntan al rector? Yo aquí sólo les pido que dejen ejercer su derecho a participar a quienes así lo han decidido''.

Por ahí, alguien lo reconoce. Pero es la misma mujer que momentos después agredería al maestro Ruiz Sotelo, la que se le va encima. ''šYa sabemos quién eres! šEres un traidor!, švendehuelgas!''. Oscar no le hace caso y se sigue: ''Díganme qué va a pasar mañana. ƑEstán dispuestos a analizar lo que aquí se plasme?''.

''šClaro que no! No tenemos la obligación de aceptar la consulta de las autoridades porque les dio miedo someter en su plebiscito nuestra propuesta'', se quita Rodolfo.

Oscar lo cuestiona: ''ƑY ustedes sometieron en su consulta la propuesta de la rectoría...? No compa, tampoco lo hicieron. Entonces están igual, ellos y ustedes''. Antes de dar por concluida su intervención, salpicada de numerosos šcabrón! šojete! švete con tu tío Juan Ramón! que le propina el respetable, Oscar le lanza a Rodolfo: ''šSi no saben escuchar a la gente, al menos tengan la decencia de no decir que la representan!''. Y todos a otra cosa.

En otro de los círculos, la sindicalista Elsa Hernández se da abasto para responder todos los reproches de los cegeacheros. Los sorprende cuando les señala lo extraño que ha resultado que colocaran al PRD y al gobierno de la ciudad como blanco de sus cuestionamientos, ''muchachos tienen qué revisarse...''.

 

Reencuentros en La Conchita

 

Por la mañana, maestros y alumnos de la Facultad de Filosofía se reencuentran en la Plaza de la Conchita en Coyoacán. Gozan el momento. Se cuentan a las carreras lo que han vivido estos últimos nueve meses. Se dicen cuánto se han extrañado.

La maestra Gloria Báez no puede evitar que se le llenen los ojos de lágrimas cuando recuerda a muchos de sus pupilos: ''Algunos de los más brillantes ya no regresarán. Unos ya se inscribieron en la Ibero. Otros que eran de provincia ya no podrán volver. No sabes cuánta falta me harán''. Y mientras ellos se van, Ƒusted qué ha hecho? ''ƑYo? Desesperarme''.

En tanto, el profesor Tibor Bak-Geler, del Colegio de Literatura Dramática y Teatro, se alegra porque la afluencia es continua, y abre el cuadernito de pastas amarillas --hay uno en cada mesa receptora--, en el que los universitarios y los que no lo son escriben lo que piensan acerca de todo esto.

Las frases giran sobre los mismos temas: unos, se quejan porque no los dejaron votar, porque se sintieron rasurados del padrón; otros, exigen entre admiraciones šdesenmascaren al CGH!, pero muchos, muchísimos más piden: ''regresen a dialogar para que, efectivamente, pueda haber reconciliación''.

 

Lo cortés no quita lo valiente

A unas cuadras de ahí, junto al quiosco de la Plaza Hidalgo, otros paristas y otros maestros y alumnos (casi todos de Ciencias) se enfrascan en distintos debates. Y aunque no deja de haber momentos en que más de alguno está a punto de perder la cabeza, de todas maneras el nivel es otro.

Mucho más ecuánimes, los universitarios se dan tiempo para hablar y para escuchar. Incluso, los activistas no tienen empacho en ir a pedir a quienes conducen la votación y eso sí, con los mejores modales ''Ƒun cachito de diurex, please?'', para colocar la propaganda en la que tildan de borregos y ratones a quienes participan en el plebiscito.

Casi al mismo tiempo, el dirigente del Comité Estudiantil Metropolitano, Higinio Muñoz, y la maestra Carola García, consejera universitaria y miembro de la Comisión para el Diálogo de la Rectoría, intercambian puntos de vista. Lo hacen sin siquiera alzar la voz. Uno y otra desean saber qué hará cada cual con su consulta. Una y otro se preocupan: Ƒy mañana, qué? Ƒqué pasará? Y como ellos, cientos, comparten la misma duda, Ƒy mañana, qué?

Por ahí, mientras uno de sus hijos que cursa la carrera en Ciencias deposita su boleta, el maestro Carlos Martínez Assad --siempre comprometido con los procesos universitarios--, observa lo que ocurre. A unos pasos, la profesora Hortensia González discute y discute fuerte: ''He visto cómo han expulsado y agredido a sus compañeros y por eso, para mi han dejado de ser una opción''.

''Ustedes son zedillistas y cargarán con la culpa de que golpeen a estudiantes, vienen a convalidar la represión'', se defiende un huelguista. ''šEntiéndanlo! --lo para la maestra-- si yo no pienso como ustedes, si creo que ya dejaron de ser alternativa, eso no me hace ni zedillista ni agente de Gobernación. Entiendan también que ninguno de nosotros permitiremos que los agredan. Nadie quiere una salida violenta''.

El diálogo atrae a un buen número de personas. Un padre de familia reprocha a los jóvenes que sus hijos no puedan estudiar. Otro los defiende y les da la razón. Uno más, les dice que perdieron el tiempo y no supieron ganar el debate en Minería, y así...

De todos modos, la comunidad sigue entrampada en una especie de callejón sin salida. Y dado el tamaño de los insultos que se profieren, debido a cómo unos y otros se caracterizan, Ƒquién puede confiar en que será posible la reconciliación?, Ƒquién puede adivinar qué sigue? Así como desde distintas posturas lo hacen Higinio y Carola, cientos de universitarios se preguntan: Ƒy mañana, mañana qué?