ƑEl triunfo de los gorilas?

 

* Horacio Labastida *

Es necesario hacer explicaciones previas para ubicar las cosas en el lugar que les es propio. Son impresionantes, recios y vigorosos los gorilas que aún viven cada vez con mayores dificultades en las montañas altas y frías de Africa y otros sitios del planeta, sin olvidar por supuesto a los no menos impresionantes orangutanes asiáticos; y la aclaración es indispensable porque la idea de gorila que el hombre tiene no se corresponde con lo que objetivamente son los primates que tantas propiedades genéticas tienen con los llamados humanos. Con la excepción de los no muchos zoólogos especializados, en general vemos a los gorilas como bestias sólo destructivas y nunca creativas, ajenas a cualquier percepción axiológica y tan torpes y brutales que si extienden las manos, aprietan los brazos o abren hocicos reciamente dentados, causan por todos partes muerte y desolación, idea seguramente no compartida por los propios gorilas, cuyo cerebro les permite manipular un entorno que les ofrece en lo fundamental medios de conservación individual y de multiplicación de la estirpe, quehaceres que absorben sus energías desde la juventud hasta la muerte irremediable. Cierto que matan y destruyen cuando es necesario y no tienen otra manera de evitarlo, pero la muerte y destrucción que causan son impulsadas por instintos enhebrados al mantenimiento de las familias que integran en los bosques. ƑPodríamos tachar de inmoral a la víbora que inyecta veneno al enemigo o al cocodrilo que traga a la víctima que cayó en el pantano que habita? Sería tonto afirmarlo, pues el área de la conducta virtuosa pertenece a una conciencia donde se da la libertad que sólo el hombre cultiva en sí mismo y en el marco de sus relaciones sociales. Es decir, el deber ser no es norma válida en el reino animal, lo es sólo en el reino del homo sapiens, y por esto atribuirle al gorila la ferocidad que nos gusta atribuirle no deja de ser arbitrario.

Sin embargo, dando por buena nuestra idea de gorila para juzgar el comportamiento de los hombres, idea que, repetimos, no es aplicable al gorila mismo, salta al tapete el tan sonado Augusto Pinochet, porque se trata de un personaje donde se reúnen desde su traición al presidente Salvador Allende (1973) todas las cualidades que configuran nuestra idea del gorila, no sólo por los innumerables crímenes que se cometieron en la época de su tiranía en Chile, hábilmente coordinada con otros mandatarios sudaméricanos gorílicos, y sin duda protegida y encubierta por enormes intereses vinculados a Washington. Para aniquilar la libertad de pensamiento y creencias a que tienen derecho los hombres sin excepción alguna, y con el pretexto de perseguir a comunistas y sus allegados, asentado en la bella patria del insigne Pablo Neruda se montó el gigantesco Estado criminal que hasta 1990 arrasó sin misericordia alguna a hombres, mujeres y niños inocentes, y a filósofos e intelectuales que se atrevieron simplemente a pensar en forma distinta al mandamiento despótico. Silvio Frondizi en Buenos Aires y el embajador Orlando Letelier en Washington, son ejemplos conmovedores de la malignidad que alienta a los enemigos de la civilización cuando enseñorean el poder político. Los juicios de Nuremberg (noviembre 1945ųoctubre 1946) dejaron en claro que además de los delitos contra los individuos y las naciones se cometen delitos contra la humanidad, y que en nombre de ésta los jueces internacionales de un Estado pueden procesar a los autores del trágico genocidio. Esta razón asiste al juez español Baltasar Garzón al abrir audiencia penal en Madrid contra Pinochet y sus asociados; en sus manos hay suficientes pruebas sobre los terribles asesinatos cometidos por el militar chileno y sus seguidores. Pretextar ineficiencias mentales en un Pinochet suficientemente hábil para solicitar secreto en el dictamen médico respectivo, y argüir tales deficiencias como lo hizo el ministro británico del Exterior para preparar la libertad del homicida, es sin más colaborar con su impunidad e identificar el ministerio que jefatura con los añosos y abominables tribunales de la Santa Inquisición. En estas condiciones, consentir definitivamente la libertad del ahora lujosamente detenido en Londres, sería enorme ofensa a la opinión pública mundial. Si Pinochet y los suyos aseguran inocencia de los cargos que se han formulado en su contra, que exhiban pruebas en la corte pública del juez Garzón, y acrediten así el ritornelo de su pureza. Eludirla con argucias, sofismas leguleyos y opiniones técnicas ultrasecretas, equivale a reconocer una ostentosa culpabilidad no despejada por autoridad competente. No es especulación aventurada imaginar que el ministro Jack Straw sabe bien que al autorizar la libertad y el regreso de Pinochet a Santiago, autoriza al mismo tiempo la indemnidad de uno de los gorilas más repugnantes y siniestros de nuestra era. *