* Margo Glantz *
Volcanes y terremotos
En su último libro, Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina, la inteligente ensayista argentina Graciela Montaldo asegura: ''Casi todos los viajeros han escrito para responder a estas preguntas: ƑQué tipo de inmediatez quiebra el desplazamiento?, Ƒqué relación con la identidad postula para no tener que volver a trazar las fronteras espaciales y culturales? Tales preguntas no pueden darse sino en situaciones en que la comparación es posible, es decir, donde existen las confrontaciones que tienen como espacio al 'mundo...'"
Y yo a mi vez pregunto: Ƒqué me impulsa a viajar perpetuamente o qué preguntas formulo cuando me desplazo por el 'mundo'? ƑQué mundos son los que me atraen? En mi primer viaje largo, el que hice con Paco López Cámara entre 1953 y 1958 a Europa, periodo en el que visité muchos países de ese continente y del Medio Oriente, mi visión de México era confusa, ordinaria y cotidiana. Y sólo empecé a conocer a mi país en los libros de los viajeros franceses que durante el siglo XIX habían venido a visitarlo y se sintieron obligados a dejar por escrito sus impresiones de viaje en libros que yo consultaba ávidamente en la Biblioteca Nacional de París, con el objeto de conformar mi tesis de doctorado cuyo tema era justamente la visión francesa sobre el México de 1847 a 1867, es decir el periodo comprendido entre dos intervenciones extranjeras, la estadunidense que nos privó de la mitad del territorio nacional y la francesa que nos quiso convertir en imperio. Y a pesar de los prejuicios obvios de los viajeros, de su mirada exótica y deformante, de su sentimiento de superioridad frente a los ''pueblos primitivos'', su mirada era una mirada deslumbrada, una mirada que me permitió reconocer mi propio paisaje, incluso ųy no exageroų darme cuenta de la existencia de los volcanes que rodean el Valle de México, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, que veía diariamente sin verlos antes de irme a Europa y que al regresar aparecían en todo su esplendor ante mis ojos también deslumbrados, en esa época gloriosa en que nuestra ciudad tenía la luz más transparente del aire.
Y hablo de los volcanes porque precisamente son ellos los que me provocan un sentimiento asombrado y supersticioso, la idea de que últimamente yo convoco a los terremotos y que ese hecho debiera impedirme seguir viajando. Me explico: en 1997 fui invitada a Umbértic, un pueblecillo italiano de la Umbría, no muy lejos de Perugia, su capital. Se trata de una institución que invita a artistas para que se entrenen en el arte de los ermitaños, se alejen del mundanal ruido y produzcan. Yo soy muy inquieta y no puedo estar encerrada a fuerza en cuatro paredes rodeadas de jardines y montañas en un viejo castillo medieval, reconstruido con ese objeto, es decir, el de producir obras insignes. En realidad, yo trataba de viajar, bajaba a pie al pueblo, cerca de 45 minutos, allí tomaba varios trenes que me conducían lentamente a mi lugar de destino. Una mañana estaba a punto de levantarme cuando sentí que las paredes de mi pequeña casa, construida en el hueco de la muralla medieval, temblaba. No hice demasiado caso porque en México tiembla más, me levanté, me vestí y emprendí un viaje rumbo a Asís, la ciudad donde nació San Francisco. Cuando llegué, después de cambiar tres veces de trenes, la basílica alta estaba cerrada, había sufrido serios daños por el temblor de la mañana. A pesar de mis ruegos no me dejaron subir a verla y tuve que conformarme con visitar la parte baja, admirar los hermosos frescos de varios pintores medievales, entre los que estaba el Giotto, y luego salir rumbo a la basílica de Santa Clara, la otra santa venerada en Asís.
Recorro la ciudad, entro a la iglesia, veo los crucifijos medievales, las reliquias de la santa, y aunque es septiembre estoy rodeada de turistas como yo; muchos son alemanes aunque sólo se les distingue por el idioma y ya no por el aspecto o por las ropas. De repente empieza a temblar muy fuerte, la gente se asusta, se precipita rumbo a la puerta trasera de la iglesia, la única abierta que es muy pequeña y no caben; yo me quedo atrás, protegida, creo por mi gran experiencia sísmica. Logro llegar a la puerta y me quedo bajo el quicio, un sacerdote franciscano muy joven me aconseja salir y quedarme en medio de la calle. Salgo, los contrafuertes de la basílica de Santa Clara están cuarteados, muchos guijarros cubren las calles, la gente grita, los italianos rezan. La basílica alta de San Francisco ha sufrido daños irreparables y dentro de ella han muerto varios de quienes en la mañana estaban aquilatando los desgastes del primer temblor. Mi viaje de regreso es una odisea y cuando llego al castillo todos me miran como si hubiese resucitado.
En noviembre del año pasado quise visitar Túnez, aunque hubiera preferido visitar Turquía; me incliné al final por este último país, aunque tenía miedo de que los temblores que habían destruido gran parte de Turquía a principios del año se repitiesen. Dicho y hecho, apenas llegamos Renata y yo a Capadocia, un fuerte sismo destruye la ciudad de Bolo dejando numerosos muertos.
ƑSerá verdad que convoco a los temblores?