Don Samuel: Ƒprotagonismo o méritos?
* Andrés Aubry *
Mientras su renuncia canónica no recibe respuesta, don Samuel (con el propio Papa) es el último obispo en ejercicio en ser testigo y actor del Concilio Vaticano II que puso la Iglesia al día (aggiornamento, decía Juan XXIII). Este magno evento mundial del siglo (1962-1965), se repitió para América Latina en la famosa Conferencia de Medellín (1968), con las mismas consecuencias continentales --y personales para don Samuel.
Y no fue un actor cualquiera. Apenas votada la "colegialidad" (episcopal y presbiteral: una manera horizontal de equilibrar el verticalismo de la autoridad papal con la periferia de las diócesis, o la del obispo con las bases de sus sacerdotes), don Samuel regresó de Roma con un proyecto de su instrumentalización para México: la UMAE (Unión Mutua de Apoyo Episcopal). Según su práctica constante, no la creó solo, sino asociando a otros prelados. Después de otra sesión conciliar, aplicó para todo el país otro decreto conciliar, el Ad Gentes (cuyo tópico era la pastoral indígena) a partir de una intuición de su antecesor en Chiapas, el obispo Torreblanca, al fundar el CENAPI (Consejo Episcopal Nacional de Asesoría a la Pastoral Indígena).
Lo mismo sucedió en Medellín, a cuya sesión inaugural asistió Paulo VI. Se limitó a nueve el número de obispos latinoamericanos para hablar ante el Papa; don Samuel fue uno de ellos. Enfocó su ponencia magistral sobre la colaboración entre protestantes y católicos en las tareas de la evangelización; en hechos congruentes con sus palabras, sacerdotes e indígenas de su diócesis integraron un equipo pluriconfesional para traducir la Biblia en los idiomas de Chiapas. Siendo presidente de CENAPI (en tres mandatos), fue miembro del Departamento Latinoamericano de las Misiones Indígenas del Celam (Confederación Episcopal Latinoamericana), y también luego su presidente en otros tres mandatos, que totalizaron nueve años.
Por lo tanto, no fue sólo un autor colegial de los documentos del Concilio y del Celam, sino también un actor relevante de la renovación de la Iglesia en México, en América Latina y, por supuesto, en Chiapas. Uno de los problemas que suscita con tanto revuelo en la opinión la remoción de fray Raúl Vera es precisamente éste: la falta de congruencia entre la renovación conciliar y la práctica de la burocracia vaticana. Esta decisión (de dudosa legalidad canónica, pues don Raúl tenía derecho a la sucesión y aparentemente no fue consultado) aparece como un regreso a la lógica autoritaria preconciliar, la de Pío XII, que contrasta con la práctica colegial legitimada en Vaticano II, y como un freno a la continuidad de "los procesos transformadores" que promovió Medellín. La disciplina institucional de los dos obispos si bien manifiesta sus precauciones para no romper la unidad, simbolizada por "la comunión con Roma", no evacúa el extrañamiento por la ruptura de la vigencia de las normas de Vaticano II. Dos prácticas y dos ideas de Iglesia entran en fricción y maltratan al Concilio, a Medellín, y a quienes creyeron en sus promesas de renovación.
Don Samuel no goza de prestigio solamente en Latinoamérica, es un símbolo eclesial para el mundo. A partir de los años ochenta, recibe ráfagas de premios, medallas, distinciones, doctorados honoris causa en varios continentes; logramos identificar 51 en una lista incompleta. Se homenajea su labor a favor de los pobres, su actividad humanitaria, su trabajo con los refugiados, su lucha por la justicia, su empuje a los derechos humanos, su reflexión teológica, su concepción y promoción de la paz.
Fue dos veces nominado al Nobel de la Paz. La primera no tuvo efecto porque el criterio del jurado de entonces exigía resultados, por ejemplo la firma de una paz como fue el caso en Vietnam (šque ameritó el premio a Kissinger!) o en el de Israel. En el nuevo intento, el comité ad hoc logró convencer que evitar la guerra y promover con éxito una salida política era un hito.
El jurado se encontró ante una situación inédita: además de ser postulado por personalidades de solvencia intelectual y moral indiscutible en medio mundo, los argumentos y, a veces las huellas digitales de analfabetas, de millares de indígenas y otros extraños a Chiapas equivalían a un plebiscito popular nunca visto en la historia del Nobel. Don Samuel estaba entre los tres posibles ganadores, a tal extremo que, la semana anterior al dictamen, Oslo indagaba en la curia diocesana los teléfonos de don Samuel en sus varios compromisos fuera de su domicilio. Al último momento, llegaron tres vetos: de México (porque uno de los negociadores de la representación federal de San Andrés había sido nombrado de repente a la embajada de Noruega), otro de Washington, y también del Vaticano.
El obispo nunca hizo alarde de lo que aquí noticiamos e ignora su feligresía. El protagonismo que se le reprocha no se debe a él sino a sus adversarios, quienes cosecharon con sus ataques lo que querían evitar. *