Emigrar a EU, anhelo y pesadilla de cientos de indígenas
Viacrucis otomí
Denhi Tahí, especial para La Jornada * šNo se muevan! šAquí no pasan! šEncuérense! šSuelten todo lo que traigan! šNo hagan nada porque aquí se mueren todos!...
Eran seis los hombres cubiertos con pasamontañas que nos apuntaban sus cuernos de chivo. Ya habían cortado cartucho. Traían cuatro cargadores de parque. Salimos asustados de los matorrales.
Nos estábamos escondiendo de la migra para poder pasar el río Bravo. Jalaron a las mujeres ųque eran 30ų; llenas de espanto, lloraban y no querían salir de los arbustos... Las manosearon a todas. Subían y bajaban las manos como palancas estrujando los cuerpos, algunas eran chavitas de 13 y 14 años. Cuando trataron de oponerse fueron golpeadas brutalmente. Los bandidos les decían: "Ustedes ya saben a lo que vienen".
Nos arrinconaron a todos en medio de dos montañas. Estábamos en el desierto de Agua Prieta, en Sonora. Cuando ya nos habíamos encuerado, nos arrebataron la ropa y la rasgaron de la cintura, del cuello y de los dobladillos; cortaban los zapatos y las gorras para ver si llevábamos dinero escondido. "Esta chamarra me gusta", decían. "Estos zapatos los dejan", y así, casi se quedaron con todo. Tan sólo en ese ratito nos sacaron más de 800 mil pesos a los 70 que íbamos. Unos cuantos nos quisimos oponer, pero nos golpearon duro.
Coyotes y bandidos
Después nos dimos cuenta de que eran de una banda conectada con los coyotes que nos habían llevado hasta ahí. Previamente les habían mandado aviso: "Tengo un viaje que llegará a tal hora". A nos-otros nos dijeron en la frontera: "Escóndanse rápidamente entre los matorrales". Y precisamente entre los matorrales de la montaña nos estaban esperando.
Ya después nos dividieron en grupos y casi encuerados y descalzos tuvimos que continuar el viaje por la noche. Los coyotes se quedaron con las mujeres más bonitas, las apartaron y "abusaron de ellas". Queríamos defenderlas, porque algunas de ellas eran nuestras paisanas, pero comenzaron a dispararnos y se fueron por donde sólo ellos conocen; ya que cometieron su fechoría nos alcanzaron.
Caminamos más de tres días, los pies descalzos nos sangraban por los cardones, los traíamos muy hinchados, estábamos sedientos. Los bandidos nos habían quitado la comida y se bañaron con el agua de las cantimploras. Tuvimos que romper los jirones que traíamos por pantalones para hacer zapatos con ellos. Ibamos 12 de acá, del Valle del Mezquital; tres eran de Maguey Blanco; dos de Gundho; cinco de El Cardonal y dos de Xochitlán. Habíamos tenido que pagar a los coyotes 2 mil 500 dólares para que nos pasaran a Estados Unidos.
Después de caminar muchas horas en el desierto, ya del lado gringo, llegaron cinco o seis camionetas Van y los coyotes nos ordenaron: "šSúbanse todos rápido!". Nos acostaron en el piso de la camioneta, primero una fila de hombres y mujeres, no importaba el sexo; encima de esa, otra, luego otra y luego otra, hasta completar ocho filas, unos arriba de otros. Los que iban abajo eran los más fregados, porque aparte del peso que tenían que aguantar encima iban empapados de excremento y de orines, porque muchos de los que iban no se aguantaron 15 o 20 horas que duró el trayecto sin hacer sus necesidades. Las camionetas no podían parar por temor a la migra. Nos fuimos por todo el camino sin comer hasta llegar a Phoenix. La camioneta se parqueó en la mera entrada de un sitio con cinco habitaciones. Ahí nos metieron y estuvimos encerrados casi 15 días. No podíamos salir o movernos; para ir al baño teníamos que pasar unos sobre otros y hacer largas colas, casi no comíamos.
Por fin llegó alguna camioneta para contratarnos. Unos se fueron a Tennesee, otros a Georgia o Miami. Yo me quedé en Georgia, llegué a un rancho donde trabajaban más de 150 personas. Nos metieron a todos a un galerón. Sólo tenía dos baños; trabajábamos de siete de la mañana a dos de la madrugada, no nos daban ni siquiera cinco minutos para comer. A la hora del almuerzo pasaba un lonchero, nos comíamos tres tacos y un refresco mientras cortábamos calabazas para luego cargar el transporte. Si nos veían descansando, nos reclamaban: "šA trabajar!". Nos descontaron lo de la comida cada semana y los más amolados eran los que no sabían hacer cuentas en dólares por- que recibían la mitad. Nos pagaban a 5.50 la hora.
Todo esto ocurrió el año pasado, pero ahora tengo que irme otra vez y lo pienso, porque se expone uno mucho, pero tengo cinco hijos que mantener y con el salario mínimo apenas me alcanza para comprarles a mis hijos tres kilos de tortillas y me sobran sólo 16 pesos. ƑUsted cree que con eso me van alcanzar para comer, para pasajes a la escuela, cuadernos, zapatos, uniformes y casa? Si tuviéramos un trabajo en donde cuando menos ganáramos para comer, šde tonto me iría a un lugar donde uno se siente un arrimado y sólo lo ven como una bestia de trabajo sin derechos humanos, aunque aquí tampoco los tenemos, viéndolo bien.
Este primer relato es el testimonio de un indígena otomí del Valle del Mezquital, en la frontera norte, que por tazones obvias ha pedido omitir su nombre. Por mi parte me quedo pensando: Ƒpara qué sirve el programa Bienvenido Paisano?...