La derrota de Pinochet

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

E l senador Augusto Pinochet, que volverá a Chile si no hay extradición a España, no será el mismo que partió a Londres hace ya casi dos años. El ex dictador recibe enfermo, cansado y senil el beneficio de las razones humanitarias --que antes rechazara-- pasando sobre su orgullo antes intocable. El mito se ha derrumbado y, como quiera, por unas vías inesperadas la sociedad chilena sabe ahora que muy bien puede vivir sin él. El país ha cambiado más y más profundamente que el propio general durante su largo arresto londinense.

Pinochet no será extraditado, pero el capítulo se cierra, como ha dicho apropiadamente Tabucchi: con una extraordinaria victoria moral de la sociedad. Pinochet saldrá del arresto sin afrontar el juicio en España, pero el caso ya ha servido --y esto es lo verdaderamente importante-- para promover una vigorosa discusión sobre la naturaleza del derecho internacional y la defensa de los derechos humanos en el mundo globalizado, cuyas implicaciones más trascendentes están por estudiarse. Mientras tanto, la causa contra Pinochet recordó a la sociedad entera que no puede cruzarse de brazos ante los delitos de lesa humanidad que, por su propia naturaleza, son imprescriptibles. El proceso replanteó con vigor la urgencia de crear fórmulas jurídicas e instituciones penales internacionales que permitan cumplir mejor con dichos propósitos de justicia, pero dio un claro aliento a la gente que en todo el mundo actúa contra la tortura y otras manifestaciones de genocidio. Por lo pronto, la detención de Pinochet se convirtió en un llamado clamoroso en contra de la impunidad de los dictadores y en la expresión más acabada de la nueva conciencia civil universal sobre la dignidad de las personas y los derechos de las víctimas. El arresto domiciliario de Pinochet en Londres fue un triunfo de la memoria y la moral sobre el cinismo y el olvido. El justo castigo que desde los cuatro puntos cardinales se reclama para Pinochet no es, pues, un acto de venganza anclado en el pasado, sino, por el contrario, una apuesta por la justicia y el porvenir. Y esa lección nos compete a todos.

Pinochet vuelve (si no es extraditado a España) sin gloria a su país. El gobierno británico se lava las manos declarando un final por default que tampoco le da la razón a la diplomacia chilena. Por lo demás, las recientes elecciones mostraron, a pesar del cálculo político de partidarios y detractores, que el pinochetismo es un completo anacronismo, aun para la derecha chilena que quiere zafarse de sus raíces y vivir fuera de su sombra, mas el asunto no termina con el lamentable retorno del ex general. El mundo espera con prudencia que las autoridades chilena cumplan con su palabra y se lleve al ex dictador ante los tribunales, como afanosamente exigió a Londres la diplomacia andina en defensa de su soberanía.

No será fácil para Ricardo Lagos sentar a Pinochet en el banquillo de los acusados. Pero el nuevo presidente socialista tendrá que enfrentar sin remedio ese desafío, a pesar de los riesgos que entraña. Y, sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Acaso ésta sea la oportunidad que la sociedad chilena buscaba para dar el paso decisivo en la construcción de una democracia verdadera, sin vigilantes militares ni senadores vitalicios.

Pinochet perdió la batalla final y eso es lo que cuenta. *